sábado, 18 de septiembre de 2010

Matrícula de Honor (un respeto)


Hace unos días, después de treinta y cinco años de mi tempranera despedida de sus aulas, he visitado el instituto donde acabé mis estudios.
Con un nombre bien literario, por cierto: Arcipreste de Hita.

Llegué -con mucho esfuerzo, todo hay que decirlo-, hasta cuarto de bachillerato. No era lo que se dice un buen estudiante; ni siquiera, si me apuro, mediano.
Me interesaban más (qué digo más, eran los únicos temas que me interesaban por entonces), por este orden, el baloncesto -aún se conserva en el centro, junto al antiguo gimnasio, la áspera y desolada cancha de cemento donde empecé a practicarlo y donde también me desollé las rodillas más de una vez entre canasta y tapón, entre rebote y falta personal- y el misterio dulce e ignoto -todavía lo es, y me temo que lo seguirá siendo hasta que me muera- de las chicas, de las que nos separaba durante los recreos una valla metálica e inexpugnable instalada por la majadería de los mayores.
Poco, muy poco después, el orden de preferencias, chicas antes que baloncesto, se invirtió sin remedio para siempre y aquellas vallas estúpidas, menos firmes de lo que aparentaban y pretendían, cayeron con estrépito.

Durante un tiempo cargué como lastre en mi curriculum un par de asignaturas suspensas -que ya os podéis figurar; sí, justo esas mismas que estáis pensando: Mates, y Física y Química-, con algún tropezón esporádico en el idioma gabacho, hasta que, años después, pude sacarme un título que las englobaba a todas.

De entre todas las personas con las que me crucé en la visita, no reconocí a nadie de entonces. Me hubiera gustado volver a ver a la señorita María Teresa, la profesora de Lengua, de una belleza singular, que llegó al centro recién salida de la facultad y que a mí me parecía guapa de morirse; o a don Jesús, el de Matemáticas, que fumaba un aromático tabaco de pipa con el que nos embriagaba los sentíos mientras daba las clases, y ante el que nada tenían que hacer las raíces cuadradas, las ecuaciones, los logaritmos, y demás compinches de semejante calaña. Y así, ¿cómo quería el bueno de don Jesús que aprobáramos la asignatura?



Me traje de recuerdo fotocopias de los documentos de mi expediente como alumno que aún conservaban en el archivo del centro. Estaban guardados en una de esas carpetas legajo, decimonónica y llena de polvo, dentro de un sobre parduzco ornado con manchas color tabaco -como pecas del tiempo- y el membrete del centro en una esquina: partida de nacimiento, certificados médicos con sus correspondientes pólizas a beneficio de variadas y peregrinas instituciones -huérfanos de no sé qué, montepíos de no sé cuántos, timbres y sellos variados...- y, pasmaos, un documento que me acreditaba como merecedor de una Matrícula de Honor -un respeto- en Ciencias Naturales de 2º. Así, en negrita. Y escrito en letra gótica, que da más respeto aún.

Pero lo que más ilusión me hizo fueron las dos fotografías originales tamaño carné -imagino que sobrantes de algún trámite- en las que, con apenas un año de diferencia entre ellas, parezco dos personas distintas: en una tengo aspecto de niño bueno: flequillo hacia la frente, jersey de lana gruesa de dos colores con cuello a la caja, y una carita de inocente que tira para atrás; en la otra -jersey más ligero de pico, un cuello de la camisa por fuera, raya del pelo a un lado...- estoy echado un poco hacia adelante, con un gesto entre fanfarrón y canalla que supongo más acorde con mi carácter de entonces, cuando tenía bien ganada fama de revoltoso y aun de gamberro.

Fama que, dicho sea de paso, y como un sambenito con visos de eternidad, no he logrado sacudirme del todo.

 

11 comentarios:

  1. Cuanto fui, cuanto no fui: todo eso soy, dice Pessoa.

    Entrañable entrada. Un abrazo.

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  2. La adolescencia, esa etapa que a los adultos nos produce una sensación entre tierna ( si recordamos la nuestra) o irritante ( si la de nuestros vástagos) estaba llamando e tu puerta en elperiodo que medió entre las dos fotos.

    Nada, ni siqueira la vejez, hace cambiar tan de repente a una persona.

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  3. Estás guapo en las dos que lo sepas.

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  4. Entrañable, volver sobre uno mismo es como volver a descubrir, desenterrar sensaciones a la vez que tocamos objetos que nos pertenecieron. Bonito viaje.
    Supongo que la fama de gamberro le viene a usted por hechos concretos, podría contarnos alguno...
    Saludos

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  5. Antonio:
    Ante Pessoa, ¿qué decir?
    La voz de los maestros no admite discusión.

    Un abrazo.

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  6. Ángeles:
    Y con fuerza, estaba llamando con fuerza.
    Y quizá tengas razón; ¿habré cambiado tanto?

    Un abrazo.

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  7. Gracias por "la mentira", Madison.

    Yo también te quiero.

    Un abrazo.

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  8. Ada:
    Lo de la fama de gamberro...
    Bueno, algún día contaré algo.
    O no, ¿quién sabe?

    Pdta: ¿¡¡Usted!!?

    Un abrazo.

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  9. ¡Qué guapo Elías! y qué "bueno" en ciencias naturales!
    Lo de gamberro tampoco está mal ;-)

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  10. Gracias, Isabel.
    Lo de las CN no he podido,ni querido, sacurdírmelo de encima.
    Como lo de gamberro; todavía de vez en cuando tengo que oírlo.
    Y ya, ¿para qué cambiar?

    Un beso.

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