sábado, 30 de abril de 2016

Tesoros "ultramarinos"


Al contrario de lo que ocurría en el siglo XVI con los galeones españoles que volvían de las Yndias con las bodegas repletas de tesoros y riquezas y que en muchos de los casos no consiguieron llgar a buen puerto por obra y gracia de la acción de tempestades o corsarios, un tesoro ultramarino enviado desde el antiguo Reino de León ha arribado sano y salvo hasta el muelle 44 en este puerto de tierra adentro que es la calle Naumaquias.

En un sobre lacrado con el afecto y la generosidad de los amigos, y en feliz batiburrillo dentro de él, venían un par de textos míos editados con mimo por el impresor y tipógrafo Ocramalliv junto con el editor Malabia: Don Tomás (novelas y tebeos) y El colmao (ultramarinos y coloniales) han encontrado el privilegio de la letra impresa en una mínima tirada de 13 ejemplares cada uno. Dos textos que pertenecen al proyecto en marcha Notas para esbozar apuntes que vengo publicando en este mismo blog desde hace ya algunos años.

De charleta amable con ellos venían también algunos compinches más: La luz en las palabras, de mi maestro y amigo Ángel Campos Pámpano, La palabra vencida, de Aníbal Núñez, El día de regalo (borrador de un poema), de Juan Bonilla, Haikus de mano, de Antonio Manilla, y las revistas Camposanto (nº8) -en la que también hay un poema mío (Epitafio)- y La Galbana, unas hojillas volanderas con un poema en cada una de ellas; amén de unos esbozos de marcapáginas y una carta manuscrita del editor Malabia en la que se me da cumplida cuenta de esto que acabo de escribir.

Ya están a buen recaudo en la cámara de los tesoros de mi biblioteca junto con mi agradecimiento eterno para esos "locos ultramarinos" de las montañas leonesas.

Abril se despide a lo grande, no hay duda.

Democracia



Democracia. Sistema político que nos faculta a introducir un trozo de papel en una urna cada equis tiempo para de este modo hacernos la ilusión de que decidimos algo; espejismo, es obvio decirlo, que suele quedar en agua de borrajas hasta dentro de otro puñado de años. Y así sucesivamente, cuatrienio tras cuatrienio.
Hasta ahora es el menos funesto de los métodos que hemos podido fraguar para ver de gobernarnos en paz, lo que demuestra de manera palmaria la necedad que nos distingue.

viernes, 29 de abril de 2016

Cosecha del 59 (15)



El bandoneonista


Las nieves del tiempo platearon su sien, sin embargo, su mirar aún conserva ese aire gavión que enloquecía a las pebetas durante los tiempos de gloria.

Por entonces, sus fotos descollaban tras las vidrieras de la calle Corrientes y su bandoneón aderezaba los conciertos y las grabaciones de los grandes del tango.

Fue aquella una época de madreselvas en flor, pese a lo que decían en las vitrolas las letras de las canciones.

Fue la época de los días parranderos y las noches de bacanal, siempre de copetín en copetín o de boliche en boliche con las percantas, ajeno al devenir de un siglo que empezaba a languidecer y a los cantantes que acompañaba les parecía un "cambalache problemático y febril".

Pero todo aquello se fue difuminando como la luz mortecina de un farol de arrabal: las grandes estrellas se retiraban, las garufas decayeron, las bacanas envejecían junto a cualquier otario y él, al mismo ritmo, iba quedando fuera de lugar.

De pronto, el mundo había dejado de girar a sus pies y estaba cambiando en todos los órdenes.

Era no más el efecto del nuevo siglo. Era ese hálito fulgurante que emana cuando lo inédito cataliza las esperanzas y, mientras pervive, parece vislumbrarse a toda la humanidad apretujada en una vagoneta con rumbo al progreso.

Poco después, extinguidos los fuegos de artificio, una atribulada sensación de derrota anidó en los corazones. Con todo, sobrevivieron unos pocos cantantes, unos cuantos instrumentistas y, principalmente, algún que otro garito donde, al cabo de tantos años, no es preciso más que cualquiera de ellos suba al escenario por sorpresa, igual que el bandoneonista esta noche, para desentumecer el espíritu genuino del tango y la farra y recomponer unos tiempos que, en verdad, nunca se fueron del todo.

La vieja melodía resuena canyenguera y la pista de baile se colma de súbito.

Las notas exhalan sensualidad.

Las parejas oscilan concupiscentes, marcando el paso a la antigua, y todo recobra el pulso de entonces. 

Sobre el escenario, el bandeonista otea complacido, con mirar gavión. Por momentos, el mundo vuelve a girar a sus pies y con eso le basta. 

No obstante, simula agradecer los aplausos aun a sabiendas de que no son para él... aun a sabiendas de que, en realidad, lo que aplauden las parejas es la impronta de un siglo problemático y febril que dio paso a otro semejante sin fenecer del todo. Un siglo que únicamente fue difuminándose muy despacio. Como la luz mortecina de un farol de arrabal.

 Tomás Pavón (20 de julio)

miércoles, 27 de abril de 2016

"Las tres señoras" (de la importancia de la coma)


“Señora, de la tienda la llaman”.

“Señora de la tienda, la llaman”.

“Señora de la tienda la llaman”.

(Ejercicio gramatical para valorizar la importancia de la “coma”)

Poemas plagiados - Esteban Peicovich

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Coda a propósito: 
[…] Y cuando Karl Kraus, el gran satírico austríaco, se quejó a su editor de que en las pruebas del libro que iba a publicarle se habían puesto mal varias comas y este le contestó que nadie se daría cuenta, Kraus le contestó, con una elegancia formal que no es sino elegancia ética, que él escribía justamente para las personas para las que aquellas comas eran importantes.

Fragmento encontrado en "Corónicas de Españia", blog de  Eduardo Moga.

martes, 26 de abril de 2016

Prosas



La prosa burocrática, judicial, administrativa, es como aquella antigua definición del agua que aprendimos de pequeños en la escuela: inodora, incolora e insípida. 
Y yo añadiría que también bastante dañina cuando se enfurece.

lunes, 25 de abril de 2016

Un tranvía "pessoano"



"Cuando era niño cogía los tranvías. Los amaba con un amor doloroso -bien que me acuerdo- porque por no ser reales les tenía una inmensa compasión...
Cuando un día conseguí tener entre las manos el resto de unas piezas de ajedrez, qué alegría sentí. Puse nombre a las figuras y pasaron a formar parte de mi mundo de sueños.
Esas figuras se definían con nitidez. Tenían vidas distintas. Uno -cuyo carácter yo decretaba violento y sportsman- vivía en una caja que estaba encima de mi cómoda, por donde paseaba a la tarde cuando yo, y luego él, regresábamos del colegio, en un tranvía con interiores de cajas de cerillas, unidas por no sé qué trozo de alambre. Él siempre saltaba con el tranvía en marcha. ¡Oh, mi infancia muerta! ¡Oh cadáver vivo en mi pecho!".

Libro del desasosiego (Alianza ed. Madrid, 2016)
(Trad. de ManuelMoya)

Imagen: Ricardo Ranz