Omo lava más blanco.
Polideportivo. Moderno atentado urbanístico contra la estética sufragado con fondos del erario público. Es vox populi que dicho adefesio arquitectónico, pensado, se supone, como lugar de solaz y disfrute para los habitantes de un municipio, suele resultar de la conjura entre un constructor perturbado y un alcalde o, en su defecto, el concejal de Obras y Urbanismo, insensato e incapaz, cuando no prevaricador además de corrupto.
Bajo ciertas condiciones climatológicas,
tampoco demasiado extremas, y en virtud del expolio y trapicheo cometidos con
la calidad de los materiales de construcción por obra de contratistas y subcontratistas
sin escrúpulos para la obtención de rápidos beneficios, dicho engendro
arquitectónico tiene la desagradable costumbre de venirse abajo con estrépito
llevándose por delante a sus sufridos usuarios.
Esta definición es válida también en lo
que atañe a salas de concierto, palacios de congresos, museos, centros sociales
o culturales, geriátricos…
Eterno inmóvil ya, como en un sacrificio
pagano el cadáver de la bestia ofrece sus vísceras al sol del mediodía, al
ámbito oscuro de la luna, sus órbitas vacías y miembros lacerados por la
voracidad del tiempo y las alimañas.
Se enceniza y aja la piel al compás de
los días con su podredumbre a cuestas, se humilla su testuz antaño tan
orgullosa, torna al polvo de siempre el eco y la dureza de esos cascos y
pezuñas que antes hollaron en paz los caminos.
Por bocas y picos, por garras y
colmillos asediada, olla hirviente de gusanos, la osamenta animal enflaquece al
ritmo que le imponen insectos y carroñeros, el torvo fluir de las estaciones,
su áspera intemperie, el olvido triste de los días que inclementes pasan.
Variedad en extremo rara del ganso común, de mayor tamaño y provisto de unas alas muy cortas que le impiden volar. De aspecto levemente ridículo, dada su gordura y torpeza de movimientos, vive por lo general en pantanos y marismas, donde encuentra todo lo necesario para su subsistencia. Como rasgo distintivo, cabe decir que es ave muy asustadiza y por esta razón difícil de avistar. En momentos de peligro potencial, cuando se siente seguida o amenazada, reacciona llorando copiosamente, pero es éste un llanto que nadie ve, pues las lágrimas corren por su interior y riegan cada rincón oculto de su cuerpo. De este modo, el ganso, azuzado por el miedo, crece y se desarrolla, pero de un modo distinto al habitual, hacia dentro, guardando el agua como una raíz o un árbol de muchas ramas. Ciertos ejemplares, si el miedo es muy grande, lloran tanto y con tal furor que terminan ahogándose, y así es posible encontrarlos horas después -así los encontré yo una vez-: con el cuerpo hinchado entre los juncos y los ojos fuera de las órbitas.
Jordi Doce
Ajedrez. Milenario
juego de mesa que consiste en que un tipo sentado con gesto pensativo mira de
cuando en cuando la cara de un rival que tiene enfrente el cual, a su vez, de
soslayo le mira. Alternativamente, y como atacados por un impulso irrefrenable,
cada uno de los contrincantes mueve una de las piezas del juego sobre un
tablero bicolor, cuadriculado y, acto seguido, golpea un reloj que parece
haberles mentado a la madre, tal es la saña del aporreo.
Ambos contendientes pueden estar así
horas y horas, dale que te pego y erre que erre, pero a raíz de reiteradas
protestas de grupos de derechos humanos ante tan atroz espectáculo y los
sufrimientos que ocasiona en los incautos espectadores, se va imponiendo una
modalidad del juego llamada “partidas rápidas”.
En el fondo, y a pesar del eufemismo, el
mismo aburrimiento, pero a más velocidad.
Aunque parezca mentira (la estulticia
humana no conoce límites), es actividad muy lucrativa: aquellos orates que
destacan en esta insulsa pantomima pueden llegar a acumular en sus cuentas
corrientes suculentas cantidades en alguna moneda de curso legal.
Y no me creáis si no queréis, pero sé de
buena tinta que hay quien se rasca gustoso el bolsillo para contemplar
semejante majadería.
Ítem más: los asistentes al esperpento, que en otros pasatiempos igualmente deleznables y por el solo hecho de haber pagado una entrada se creen con el derecho a cometer los mayores dislates, deben permanecer en sus asientos callados y quietos cual estatuas so pena de incurrir en la ira caprichosa y tiránica de uno o ambos jugadores que pueden exigir al juez árbitro incluso la deshonrosa expulsión de la sala del o los revoltosos.
Imagen: Fischer&Spassky, Campeonato del Mundo, Reikiavik, 1972
68. Tengo una amiga chilena que se llama Alexandra Domínguez. Es poeta y pintora. A lo mejor usted la conoce. Bueno, ella me contó que una vez, camino de León y cerca de Astorga, vio cuatro unicornios. Cuatro, imagínese; no uno, que ya es mucho, sino cuatro. Dice que ella no estaba sola y que sus compañeros de viaje los vieron también. Me dijo que para ella y su marido esos unicornios provenían de los sueños de un poeta malagueño, Rafael Pérez Estrada, recién fallecido.
(Otra chilena que resultó ser la madre de Lucía Fisher, en Madrid)
69. ¡Relámpagos, uf! Las tormentas eléctricas son las peores. Arruinan las flores polo positivo. A las de polo negativo no, pero se secan antes de tiempo.
(Un taxista, en el tramo del camino entre Moguer y Huelva)
4887. Conservación. Se vierten en un trapo de seda algunas gotas de aceite de olivas y con él se frota circularmente el sombrero viejo, incluso la cinta. Se repite la operación dos ó tres veces á la semana. Se puede substituir el aceite de olivas por el petróleo desodorizado. El sombrero adquiere un hermoso lustre y no parece tan deteriorado.
4888. Cuando un sombrero de copa haya quedado desplanchado por la acción de la lluvia, se le cepilla con cuidado y después se frota enérgicamente con un trozo de franela ó de piel muy flexible, previamente caldeada, pasándola en el sentido del pelo. El sombrero queda como nuevo
4889. Para conservar como nuevos los sombreros de copa, se vierte una gota de aceite de almendras dulces sobre un cepillo suave y se reparte bien el aceite sobre el cepillo frotando sobre una hoja de papel blanco. Se cepilla entonces el sombrero y después se le pasa un lienzo suave, un pañuelo de seda ó cosa parecida.
Tiembla
mi voz en el aire
como
vibra el álamo en la orilla,
árbol
donde el amor se grababa a cuchillo
en
tardes de trigo y vencejos
y
besos del sol en tu cabello
tiembla tu nombre en mi voz
como
un cuchillo clavado en el pecho
igual
que los enamorados tiemblan
un
álamo se estremece en tu espalda
Una mañana de verano me quedé parado al sol
y vi cómo las
calles
se iban llenando,
como en otros tiempos,
de gente que
acudía al mercado de la seda.
También se iban
llenando de capullos los sacos
y los delantales
de las mujeres.
Pero, de pronto,
todo se esfumó
y yo era un clavo solo en medio de la plaza
mirando mi sombra cálida.
(La miel, 1981)