martes, 31 de julio de 2012

El fósforo


-¿No tendrás un cigarrito por ahí?  -me espetaba el fulano todos los días con esa cargante manera de preguntar algo de lo que se sabe de antemano la respuesta.
Después de aflojar el tabaco durante unos instantes (pinzaba el blanco cilindro con dedos nerviosos, como si lo pellizcara), volvía a la carga con otro pedido: 
-¿Y un fósforo? ¿No tendrás también un fósforo? -preguntaba, ya con el pitillo en los labios esperando que se lo encendiera. 
El tío no decía dame fuego o una cerilla o déjame el mechero, sino fósforo.
La primera vez que se lo escuché me sorprendí sorprendiéndome agradablemente con el añejo vocablo. ¡Ah, cuánto tiempo sin escucharlo! Yo creo que la última vez que lo oí salió de labios de mi abuelo un día que se quedó sin piedra en el chisquero y se puso a rebuscar nerviosito perdido una caja de cerillas revolviendo cajones por toda la casa, preguntando a voces que dónde coño estaban los fósforos, que lo íbamos volver loco entre todos. Mentira, claro, porque el viejo ya tenía la cabeza ida desde hacía tiempo. No os digo más que jugaba a la petanca en el salón y a las cartas utilizando como mesa la tapa del váter. La segunda me hizo gracia la repetición, como si fuera una manía inocente que no va a ir a más. Pero estas cosas, si no se matan desde chiquininas como a las cucarachas, siempre van a más, ya se sabe. Por eso mismo, a partir de la tercera su obstinación con el dichoso fósforo empezó a tener una influencia y efectos en mí que quién iba a sospechar. 
Me di cuenta de que la cosa iba en serio poco tiempo después. La gota que colmó el vaso se sirvió aquella reunión con los amigos donde nos íbamos contando, pisándonos sin compasión el turno de palabra unos a otros como tertulianos televisivos, nuestros destinos vacacionales, que también vaya ocurrencia. 
Yo había estado en Turquía, y mientras les relataba mi ocioso y espectacular periplo con pelos y señales (Estambul, la Capadocia, el gran Bazar, Santa Sofía, los enhiestos minaretes y el canto del muecín…) se me escapó de repente lo que a la postre fuera el detonante del desastre, la cruz que llevo a cuestas desde entonces:

-Una maravilla, amigos, de verdad que os lo recomiendo. No os lo perdáis. Pero lo que más me gustó de todo (-Asia a un lado; al otro Europa -les informé pedante-) fue la travesía nocturna en barco del Estrecho del Fósforo -dije con toda la seriedad del mundo.  

Después de un ligero momento de estupor, la carcajada que soltaron mis colegas al unísono todavía retumba en mi cabeza. Menudo cachondeo se trajeron desde entonces y durante una buena temporada a cuenta de la dichosa palabrita. Hasta que rompí, claro, qué otra cosa podía hacer, con semejante panda de gilipollas.

Y todo por una simple letra: esa errata de cambiar la be por la efe sólo podía significar que aquella palabra ya estaba grabada a fuego para siempre en mi mente.

lunes, 30 de julio de 2012

El timbre


Después de una noche infame dando vueltas en la cama con los ojos inyectados en sangre y los nervios hechos mierda por el puto insomnio, acababa de quedarme traspuesto una hora escasa antes de que sonara el maldito despertador.
Y al borrachuzo del quinto se le quedó pegado el dedo en el pulsador, se confundió de timbre a las cinco de la mañana.
Pues ya no volverá a equivocarse.
Y a beber, tampoco.

domingo, 29 de julio de 2012

2 aforismos pesimistas



Pocas cosas más tristes que morir en la cama con las botas puestas.

 * * * * *

El mayor drama de la naturaleza, no le deis más vueltas, es el ser humano.

Imagen: Álvaro Minguito

sábado, 28 de julio de 2012

Arpía


Arpía. En un número alarmante de casos, indeseada secuela (otra más) del matrimonio, también llamada suegra.
Parece mentira que desde su primigenia condición mitológica de “hermosa mujer alada con adorables cabellos” haya degenerado hasta tan perversa condición.
Dentro del grupo de las rapaces mayores, y escrita con hache, crudelísima águila capaz de despedazarte impasible, e inquietantemente parecida, tanto en físico como en actitudes, a alguna madre política que conozco. De otros, por supuesto.
La mía era una santa, que conste.

viernes, 27 de julio de 2012

Cebra cielo


(No confundir con Cebra ocelada, de estrecho parentesco con la que nos ocupa, pero más pequeña y de coloración invariable). Variedad de cebra común, natural de las llanuras, que tiene como característica principal mimetizar el color del cielo. Desde la antigüedad posee rango de animal sagrado, participante en ceremonias religiosas y danzas rituales: en ellas el hechicero de la tribu esconde su rostro tras la máscara de una cebra cielo hecha de algodón y vidrios de diversos colores a modo de mosaico, tras la cual los ojos del brujo semejan dos alfileres de un negro intenso e insidioso. Vive domesticada en compañía de los hombres, ocupando lugar de preferencia en sus hogares; no en vano, un leve vistazo en su dirección basta para averiguar qué tiempo hará a lo largo del día, y aun otros pretenden que ciertos matices de color ayudan a predecir el tiempo venidero. Estos curiosos meteorólogos operan de modo inverso a los nuestros: sin interés alguno por la astronomía o el devenir de los cielos, no se permiten lentes mayores que las de una lupa.

Jordi Doce

jueves, 26 de julio de 2012

Hospital


Me acuerdo de las tardes de hospital, en pijama y junto a la estufa, el invierno del 69. Fue cuando me operaron de un pulmón. Conservo una cicatriz en el costado que todavía se alborota con los cambios de tiempo, la humedad relativa del ambiente, la presión atmosférica y cosas así de prosaicas.

miércoles, 25 de julio de 2012

Los remedios de Perucho (6)


Para males venéreos

“Póngase en un lebrillo cuatro porrones de agua y dos cuartos de hojas de sen, dos de sal de Madrid, dos de alcanfor, el jugo de un limón y media onza de zarzaparrilla pasada por el mortero y puesta a remojo el día antes; déjese todo ello al sereno durante cuarenta y ocho horas; bébase un vaso, antes de tomar alimento, por la mañana, tarde y noche y sin descansar un solo día por espacio de un mes. Si el enfermo está muy débil o no puede tomar un buen caldo durante la enfermedad, cada tres días podrá descansar uno, con lo cual la curación resultará algo más larga.”

Juan Perucho (Rosas, diablos y sonrisas, Espasa Calpe, 1990)

martes, 24 de julio de 2012

Memento mori


Nada más cierto. Y algo que, como una letanía, y al igual que hacen los monjes trapenses al encontrarse por los claustros, deberíamos repetirnos de continuo.
Pero en tanto llega ese momento, ¿por qué no probar a vivir?

lunes, 23 de julio de 2012

Tacones


Cuando oigo el sonido de unos tacones acercándose ya sé que la mujer que los lleva va a acabar gustándome.
O no.

sábado, 21 de julio de 2012

Aparcamiento



No tenía ni dos meses. Nuevecito, estaba.
Aparqué el coche, pagué sin rechistar la extorsión de costumbre al fulano que vigilaba el descampado, y cuando volví a recogerlo al rato, me lo encontré con la cerradura forzada, los retrovisores destrozados, dos ruedas con la llanta en el suelo y un sangrante rayón de lado a lado en la puerta del copiloto.
Y el tío haciéndose el sueco a lo fino, dándome largas como Pilatos:
-Yo me lavo las manos, yo me lavo las manos -repetía, nervioso, viéndome venir.
Le embutí la gorrilla enterita en la boca hasta que se puso azul.

viernes, 20 de julio de 2012

Los remedios de Perucho (5)



Para el mal de piedra

“Tómese en ayunas agua de sabina con jarabe de rábano, consiguiendo así arruinar arena y piedras.”

* * * * * * * * * *

Cuando duelan las costillas

“Se tomará un dracma y media de flor de amapola y con doradilla y falsia se hará una bebida; cójase y úntense las costillas o el pecho del enfermo con ungüento de serpiente y aceite de lagarto o bien búsquese la hierba para dicho mal y mójese para dársela a comer al enfermo, untada con cáñamo dulce, y así se curará.”


Atribuido a Anicet Lluhí i Ministral

Juan Perucho (Rosas, diablos y sonrisas, Espasa Calpe, 1990)

jueves, 19 de julio de 2012

Los niños de Virxilio

Hace un tiempo, a través del blog de mi querido Antón Castro descubrí a un fotógrafo de esos que, gracias a su peculiar manera de mirar, van dejando a su paso memoria del pueblo, de sus usos y costumbres, de sus amoríos y desventuras.
Yo soy un negado para la fotografía, un auténtico desastre, siempre lo he sido -vamos, que como fotógrafo no valgo un duro-, pero mi admiracion por los grandes fotógrafos -preferiblemente los que utilizan el blanco y negro- crece a cada momento. Y no tengo ninguna duda de que Virxilio Vieitez lo es.

Trasteando por la red encontré estas imágenes de niños y jóvenes que hoy os traigo: me he permitido titularlas a mi manera, más como homenaje a su autor que como otra cosa.

El piloto


Seriedad


Comunión


Hombrecito


Conductor


Goleador


Como postre a esta magnífica serie, el retrato del artista por Xoaquín Alfonso Malato de Sousa.

miércoles, 18 de julio de 2012

Perplejidad


Existe (o existía, no sé si seguirá allí), en la Rua Garret, en el Chiado lisboeta, unos metros antes de la Librería Bertrand y el tan famoso café A Brasileira (el de la estatua de Pessoa en la puerta, casi gastado ya su bronce por tanta foto turística), un portal anodino con un cartel que cada vez que lo veo me da mucho que pensar.
Y uno, que desde que fue la primera vez a Lisboa ha querido ser portugués, no deja de sorprenderse cada vez que lee el citado cartel:
España S.A. / Seguros de Vida

martes, 17 de julio de 2012

Niño y perro


Niño y perro suelen ir juntos a todas partes donde ambos son aceptados. No al colegio, no al mercado, pero sí al parque, al campo, a los juegos. Niño y perro acuden el domingo a la romería en la ermita enclavada en terrenos militares. Es el único día del año en que se puede entrar allí desde que el entorno del pequeño santuario se convirtió en polígono de maniobras. Niño y perro deambulan entre la gente que come, canta y se divierte. También se alejan un rato. Corretean entre los pinos enanos, se esconden, juguetean con guijarros de ida y vuelta. De repente, entre las piedras, encuentran un objeto metálico que el chaval recoge y guarda como si fuera el gran tesoro de la mañana. Lo echa en la mochila y emprenden el camino de regreso a casa. Y allí dentro, en su habitación, niño y perro mueren juntos en la explosión de la granada que se han traído del campo. En los días siguientes, en el luto, las autoridades civiles, religiosas y militares aunarán esfuerzos en un mismo sentido: decir que ellos no han sido, que son inocentes, que niño y perro se lo buscaron.
Miguel Mena (Piedad, Xordica, 2008, pág. 110)

viernes, 13 de julio de 2012

Poligamia


Poligamia. Incomprensible práctica marital firmemente arraigada en ciertos territorios del hemisferio sur que consiste en la atolondrada multiplicación de un problema cuya solución pasa, como todo el mundo sabe, por la resta o la división.  
O por la huida, si no eres ducho en aritmética.
Por mucho que se quiera justificar en una cultura ancestral, la contumacia en el error de los polígamos (ya el mismo nombre no augura nada bueno) solo puede calificarse como insensatez en grado sumo, tanto en un hemisferio como en el otro.
Tipificada como delito en la mayoría de los países, debería ser considerada también, y acaso en primer lugar, como enfermedad mental.

jueves, 12 de julio de 2012

El PAN de Morille



Mañana me voy a Morille: algunos buenos amigos me han invitado a reunirme con ellos este fin de semana en ese encuentro de Poesía y Vanguardia en el Medio Rural que se viene celebrando en esta localidad salmantina desde hace diez años.
Haré el viaje con el gran Marino González y allí me encontraré con gente a la que aprecio de verdad y a la que hace tiempo que no veo: Fabio de la Flor, Luis Felipe Comendador, Carmen Camacho, Ben Clark, Jesús Urceloy... Y tendré la posibilidad de conocer a mucha más de la que he oído hablar bien a estos mismos amigos.
Una isla de afectos en estos tiempos aciagos.
Que no es poco.


miércoles, 11 de julio de 2012

Guardagujas, en "Turia"


Guardagujas
A Bohumil Hrabal

Algo ocurre en las ciudades
de lo que nadie me informa:
el tren de las diez y treinta
demora su llegada desde hace meses

 
el penúltimo viajero que pasó por aquí
huyendo en calma
-lo supe en sus ojos, en sus ropas fatigadas-,
traía un temblor inconcreto entre las manos
y un amargo rumor en la boca
acerca de nuevas guerras en las regiones del sur.


he regado la parra virgen que sobrevive a poniente,
he abierto para que entre el aire limpio
las ventanas que dan al norte,
he estirado con descuido las mantas del camastro
que acoge y repara mi cansancio
en cualquier momento del día
o de la noche


desperezando sus alas y sus hambres,
los milanos trazan espirales
en este confuso azul que no conoce mar alguno
 
en pie sobre las traviesas los observo
mientras estrangulo el tedio con las agujas del cruce,
moviendo a un lado y a otro
el horizonte paralelo y de hierro


en esta llanura solitaria
donde el camino es siempre el mismo
y conduce a idénticos vacíos,
el telégrafo teclea una escueta noticia,
una orden concisa y seca:
trenes
rigurosamente
vigilados


igual que me quedé solo
se me van agotando los víveres
vigilando trenes que no están
mientras espero a nadie


el último pasajero de este día
tampoco tardará en marcharse

cumplo con el rito macabro y doliente
de besar el retrato de su ausencia


* * * * * * * * * *

Hace unos meses, Raúl Carlos Maícas me pidió un poema inédito para publicarlo en algún número próximo de Turia. Me hizo mucha ilusión porque Turia es una de de mis revistas literarias de referencia; la vengo siguiendo con altibajos desde hace muchos años y siempre he encontrado en sus páginas magníficos textos y admirados colaboradores. Siempre pensé cuánto me gustaría ver publicado algún texto mío en ella. Ahora, gracias a ese llamado de su director, mi deseo se ha convertido en realidad.
Entre los colaboradores de este número -el 103 (Junio-Octubre de 2012)- encuentro la compañía de algunos amigos queridos (Jordi Doce, Julio José Ordovás, Ignacio Escuín reseñando un libro de Antón Castro...), con lo que la alegría de aparecer en esa lista es aún mayor.

Este es el poema que le envié. Pertenece a una trilogía -Trilogía de los trenes tristes- de un libro en construcción que aún no sé adónde me llevará. En la revista aparece sin la dedicatoria que ahora lo encabeza porque en el momento de enviarlo se me quedó en el tintero. Mea culpa.
Me parece de justicia reseñarlo aquí porque el magnífico título de uno de los libros de ese escritor checo -Trenes rigurosamente vigilados- aparece en sus versos.





martes, 10 de julio de 2012

Collar


Collar 

Estoy a punto de cumplir mi condena, lo intuyo. La niña ronda más que de costumbre por la alcoba cerrada desde entonces desordenando armarios y revolviendo cajones, destripando joyeros. 
Con tal afán indagatorio es de esperar que dentro de poco descubra este oscuro rincón en el que languidezco desde hace años criando rencor y ansias de venganza.
Tiene un cuello precioso. Tierno y delicado, como a mí me gustan. Me recuerda bastante al de su madre, que en paz descanse.
Creo que le podré dar al menos un par de vueltas completas a su alrededor antes de empezar a apretar.

lunes, 9 de julio de 2012

Poesía a contragolpe


Va ya para tres semanas que mi buzón guardaba en su panza un libro largamente deseado. Ese venturoso día mi buzón -ya se ha dicho aquí algo similar en otras ocasiones- esbozaba una de sus sonrisas habituales cuando tal es su carga. Y aquella sonrisa era una de las más anchas que me ha obsequiado en lo que llevamos de año: dentro, y gracias una vez más a la generosidad de mi amigo Fernando Sanmartín, me esperaba un libro que desde ese momento no he dejado de hojear en algún momento de los días transcurridos hasta ahora:

Poesía a contragolpe. Antología de poesía polaca contemporánea (autores nacidos entre 1960 y 1980)

En edición de Abel Murcia, Gerardo Beltrán y Xavier Farré, el volumen, exquisitamente editado por Prensas Universitarias de Zaragoza en su colección “La Gruta de las Palabras”, traza, tras dos esclarecedores textos iniciales firmados por Abel y Xavier que sitúan al lector ante lo que se van a encontrar en sus casi 400 páginas, un muy completo recorrido por la poesía polaca a través de sesenta y un autores nacidos entre los años citados. Dejando aparte a algunos autores canónicos de esa nacionalidad -Milosz, Szymborska, Zagajewski…- uno apenas si había leído a más poetas polacos. En la página de Abel Murcia sí había espigado de cuando en cuando alguno de los nombres que aquí aparecen.

Quiso la casualidad que este libro llegara a mis manos justo cuando acababa de publicar en este mismo blog un texto hablando del juego infantil del escondite; y la casualidad, juguetona también, tuvo a bien que al abrir el libro al azar me topara precisamente con un poema (pág.97) de Piotr Maur que habla de ese mismo juego y que a continuación reproduzco a modo de botón de muestra.
El poema, que comienza en un tono aparentemente anodino y descriptivo, ilustra con sencillez e inocencia acerca del juego en su aspecto habitual, el de por todos conocido. Pero sólo hasta el séptimo verso; este verso da inicio, así me lo parece al menos, a un sutil cambio de tono -véanse los dos últimos del poema- desde lo meramente lúdico hasta llegar a lo desolado, el terrible envés de lo aparentemente inocuo.

jugábamos al escondite
y justo cuando me tocó a mí pagar
una de las niñas
se escondió en el pozo.
conté hasta cien
y después empecé a buscar.
los encontré a todos menos a ella.
esconderse bien
era entonces para nosotros una cuestión de vida o muerte,
aunque qué podíamos saber de esas cosas.
llenos de admiración y de una mal disimulada envidia
observamos cómo los bomberos
sacaban su cuerpo al anochecer.

Por lo hojeado hasta ahora, y a poeta por día, ya tengo asegurada una lectura gozosa para todo el verano.


domingo, 8 de julio de 2012

El autobús


En un restaurante de carretera al que llegamos un grupo de amigos con ganas de comer, al ver mucho personal endomingado le preguntamos al camarero de la barra:
-¿Habrá sitio para comer, no?
-Pues no sé -contesta el mozo, porque está comiendo un autobús.

sábado, 7 de julio de 2012

Cabeza


Cabeza. En el cuerpo humano, aparejo óseo y carnal instalado con mayor o menor fortuna en su parte superior, ideal para lucir tocados, capuchas, sombreros, cortes de pelo… y poco más.
Almacén de intenciones poco claras e ideas sin sustancia que en la mayoría de las ocasiones no encuentran la puerta de salida con un mínimo de coherencia en el argumento.
Y visto lo visto cuando algunas de ellas la han encontrado y abierto dando rienda suelta a sus memeces y ocurrencias, quizá sea mejor que tal no ocurra con demasiada asiduidad.

viernes, 6 de julio de 2012

¡Menudo marrón! (y 2)


-A mí ya no me extraña nada -le cortó de sopetón el charcutero. Conocía de oídas la labia del albañil y sabía que si se le calentaba la lengua podía estar dándole la tabarra ni se sabe. Sólo quiero largarme de aquí cuanto antes, que tengo que abrir la tienda. Conque a ver si acabamos cuanto antes con el rollo, que esta historia ya me está costando la pasta. Aparte, claro, los sesenta papeles que me dejó a deber cuando cascó. Sesenta papeles como sesenta soles, como lo oyes. Y no te creas que se los gastó en jamón de pata negra o lomo embuchado. De cien en cien gramos de mortadela, o salchichón, un quesito blanco de cuando en cuando, jamón York en ocasiones especiales… Con mariconadas así me iba vendiendo la moto. Cachito a cachito. Y yo fiándole como un pardillo, me cago en mi estampa. A saber en qué marrón nos metemos ahora por culpa de este chalado. Capaz es el abogado éste de cobrarnos el entierro. O algo peor. Joder que si era raro.
A mí me han contado sus vecinos que siempre salía de casa con un paraguas asqueroso -de un negro desvaído y con un par de varillas rotas- que abría nada más atravesar el umbral de la puerta, lo mismo en julio que en enero, lloviese o no, fuera con traje o con chándal. Daba un poco de grima verlo bajar las escaleras con el paraguas abierto, jodiendo vivo al personal y no disculpándose nunca. Una vez en la calle, escupía hacia arriba por ver de adivinar la dirección del viento, y no era raro que, en días calmos, el escupitajo le adornara la vestimenta. Eso sí; si soplaba del este, él al oeste; si del sur, pues él al norte. Siempre a favor. Para ahorrar energía, decía el muy jodío. ¿Y la gorra? Vaya mierda de gorra. Más fea que Picio, llena de lamparones, y más antigua que el cagar sentado. Yo creo que no se la quitaba nunca.
-Es mi seguro de vida -contestaba cuando le decíamos que ya era hora de comprarse otra. -Esta alopecia que padezco desde joven es un peligro latente. Porque habrá de saber, amigo Juan, que la muerte siempre llama primero en la cabeza. Ésta, y no otra, es la razón de mi querencia por este clásico tocado. No te amuela con el redicho. Parecía un filósofo dando lecciones. Qué iba a saber yo. Yo vendo chorizos, menudillos, producto de matanza y género similar, y así voy tirando y no me meto en camisa de once varas. Una gorra es una gorra, él era un calvo del copón y la muerte nunca avisa. Eso es lo que yo entiendo, cosas simples y claras.
-¿Sabías que era masón? -terció el albañil.
-¿Y eso qué es? -dijo el otro.
-No sé, una gente singular, pero algo tocada de la cabeza, como de una secta o algo así. Me lo dijo el mismo cuando le pregunté por una especie de mandil como de panadero que llevaba siempre puesto en casa, con unos dibujos extraños y unas herramientas pintadas. Y que si era Gran Maestre -como un jefazo, vamos- del Oriente Occidental, y que si tenía un nombre en clave que, al ser secreto, pues que no me lo podía decir.
-Esta es una conversación entre caballeros, y espero que no salga de estas cuatro paredes. Confío en su palabra de gentilhombre. Pues muy bien. Tres cojones que me importaban a mí el Oriente Occidental, el mandil de panadero, su nombre secreto y el gentilhombre ese. Además, que no sé a qué venía tanta milonga cuando todo el mundo sabía que la única asociación que se atrevió a acogerlo en su seno contaba entre sus actividades más arriesgadas el mus, el ajedrez y la petanca. Para aventureros y espías, no te jode el Indiana Jones. Y encima, que luego me enteré de que lo echaron cuando se descubrió que movía las piezas del contario en cuanto éste se descuidaba, o buscaba carne con la bola de hierro cuando perdía a esa gilipollez de viejos. Gabacho tenía que ser la mierda de jueguecito.
-Y que no se llamaba como se llamaba -dijo el charcutero, casi con saña. Toda la puta vida llamándole don Jacinto -porque esa es otra, había que tratar al señor de don- y al final, va, y resulta que se llamaba Manolo. No Arturo, ni Adolfo, ni Roberto,  ni siquiera, ya ves, Jacinto. Manolo, tío, Manolo, que no hago más que repetírmelo para ver si me lo creo. El muy mamón, hasta última hora nos la metió doblada.
-¿Qué me dices? -alucinaba el albañil. Pero si a mí me dio una tarjeta donde ponía Jacinto Cortés y López de Mendoza y Coca. Y que era de Sevilla y descendiente de indianos, y hasta un pergamino me enseñó con su escudo de armas. Oye, por cierto, preguntó con cierto mosqueo el del yeso. ¿Y tú como lo sabes?
-Porque cuando la palmó y subí a ver el cadáver, antes de que llegara la poli le eché mano a la cartera por ver de cobrarme lo mío y le miré el carné: Manuel Rodríguez…
-“Manolete” -exclamó a bote pronto, y sin poder contenerse, el albañil.
-…Romero -continuó el charcutero haciendo caso omiso de la interrupción. Hijo de Amalia y Rafael, estado civil, soltero, natural de Valderrobles, provincia de Teruel.
-¡Coño, mañico! -continuó bromeando el paleta. Y decía que era de Triana.
-Sí -cortó serio el de la chacina- a mí también me dio la tarjeta. No había ni un duro. Sólo el carné, un calendario guarro -con tías en bolas, quiero decir- y las putas tarjetas. Muchas. Las haría para engatusar a los pardillos como nosotros y darse pisto con las tías con el rollo aristócrata de los apellidos, porque si no, con la pinta que tenía no pillaría cacho ni de coña. La madre que lo parió.
-Y mira que morirse así, viendo la tele -cambio de terció el otro.
-Y más solo que la una. La verdad es que no somos nada -remató el charcutero, filosofando a su pesar.
Un silencio espeso se abatió sobre la antesala del despacho después de estas palabras. La secretaria, en la otra punta de la sala, estaba a lo suyo, y desde que entraron y les ordenó que se sentaran no les había prestado la menor atención.
-Oye, tú- dijo al rato uno de ellos. Me estoy preguntando yo ahora a mí mismo a cuento de qué nos habrá nombrado albaceas precisamente a nosotros dos, que ni siquiera éramos amigos suyos. ¿A que nos la juega el muy cabrón después de muerto? A mí esto me huele a chamusquina. ¿Y si nos largamos? Porque no sé tú, pero yo estoy viendo que nos vamos a comer un marrón como la catedral de Burgos.
-Venga, arreando -aprobó el otro. No se hable más. Para luego es tarde.
Y se fueron cagando leches. Ni se despidieron de la secretaria que, por otra parte, siguió sin hacerles ni puto caso.


(De Cuentos para ser contados.
Varios autores, de la luna libros, 2000)

jueves, 5 de julio de 2012

¡Menudo marrón! (1)


-Ya te digo que era muy raro, aunque qué te voy a contar a ti. Supongo que aún debes de estar preguntándote qué coño hacemos aquí dos tipos como nosotros: un charcutero y un albañil.
Un día me llamó a su casa para una reforma que quería realizar. No es porque yo lo diga, pero en lo mío soy de lo mejorcito que te puedas encontrar. Toma, mi tarjeta. Por si acaso. Después de hacerme ir varias veces a tomar medidas y ver materiales, no nos pusimos de acuerdo en el presupuesto. Al final le pareció muy caro -todo le parecía caro, al muy rata- y yo, que dicho sea de paso, tengo un corazón que no me cabe en el pecho, se lo rebajé en lo que pude. Pero que si quieres arroz.
-Si me lo has rebajado una vez, es que todavía me sigues robando, pillastre.
Te juro por mi madre que me dijo pillastre, que cuando le oí me entraron unas ganas de darle dos hostias…
Aparte de que estaba un poco majara, su tacañería -de la que debes de tener pruebas palpables, seguro que te ha dejado algún pufo- era legendaria, y yo defiendo lo mío como el que más. Pero nunca he olvidado aquellas visitas. Te cuento.
En un lugar preferente del salón tenía enmarcado un fragmento -Sólo me gusta este trozo, decía- de un cuadro de un tal Magritte -un maricón, pensé yo, con ese nombre- en el que se ve a un tío con alas todo vestido de negro y acodado en el pretil de un puente. A su espalda y a sus pies, un león que acojona un poco observa fijamente algo que desconocemos, y cuya sola presencia impide -a ver quién es el guapo- cualquier acercamiento a la figura del hombre, que tampoco sabemos qué puñetas está mirando. Todo ello tamizado por una neblina anaranjada que igual puede sugerir el amanecer o su contrario.
¡Ah, y una farola un poco cursi! Rarito el cuadro también.
Él siempre pensó que ese cuadro lo acompañaría hasta el final, sería lo último de que se desprendiera, era su bien más preciado. Decía que era el retrato de su alma. Bien es verdad que él no tenía alas, pero éstas podían pasar por una metáfora del sueño histórico de los hombres, todos llevamos alas en la mente, me explicó muy serio mientras me lo enseñaba. Que a saber qué cojones querría decir con eso.
Tampoco, en ese espacio atestado de libros y trastos viejos -daban ganas de meterle cerilla y hacer una reforma integral-, con polilla en las paredes y un olor a sopa de sobre y latas de conserva que tiraba para atrás, hubiera cabido un león, pero sí había sitio para un perrillo callejero, de raza indeterminada, un hijo de mil padres, el cabrón éste, le gustaba decir mientras le largaba un puntapié, que atendía por “Torpe”. El perrillo se defendía enseñando los dientes y tirándole mordiscos a los tobillos con mala leche, no te creas que se acobardaba, los tenía bien puestos el enano. Le había enseñado a mear a distancia alzando las patas delanteras y a acertar con la micción en un a modo de embudo que se había fabricado cortándole el culo a una botella de plástico y que daba a una damajuana encontrada en la basura. Mezclada la orina con agua del grifo, posos de café, ceniza de puros, peladuras varias pasadas por la túrmix y otras guarrerías, el producto resultante -una especie de lluvia ácida concentrada que olía a rayos- era usado como fertilizante para las plantas con un resultado penoso; flores recién plantadas, lozanas como novicias, se marchitaban sin remedio después de ser rociadas con el mejunje. Hasta los cactus -y mira que son duros los puñeteros- palmaban.
En mi primera visita, y contra toda costumbre, me regaló una botellita -Es cojonudo para los geranios -me aseguró, y que yo, sintiéndolo mucho por las ratas y las cucarachas, tiré a un desagüe en cuanto salí. Si me presento con eso en casa y le toco las plantas, mi mujer me mata. Menuda es para sus macetas. Más que a mí las quiere. Y quería patentarlo, el tío.      
-De oro me hago, de oro me hago  -repetía.

(Continuará)

Imagen: René Magritte

 

miércoles, 4 de julio de 2012

Los safaris del verano


Para Antonio del Camino, cómplice privilegiado de estas "notas".


Largo rato después de la atardecida, ya casi noche cerrada, y luego de descubrirlas guiándonos por el sonido persistente del cricricrí de sus inquilinos que acababan de empezar su cansina y amorosa serenata, meábamos en las guaridas de los grillos (apenas un mínimo agujero en el suelo camuflado entre el pasto reseco del estío, junto a un puñado de piedras, en algún oculto rincón…) para hacerlos salir a la superficie. Era nuestro método preferido porque, gracias seguramente a los vapores tóxicos de nuestra agüita amarilla, salían medio atontados de su refugio y estaba chupado echarles el guante. Si no había ganas de orinar, algo bastante extraño porque en la pandilla siempre había algún meón dispuesto a liberar el chorro sin que hiciera falta ningún motivo razonable, con un tallo vegetal a propósito hurgábamos y hurgábamos en las angostas madrigueras porfiando lo que hiciera falta hasta que conseguíamos nuestro objetivo.  
Joyas negras y musicales de la noche, amantes acorazados en la oscuridad, los pobres ortópteros, que salían de su escondrijo moviendo perplejos las antenas y dignos cual estirados mayordomos victorianos ofendidos por la maleducada y excrementosa intromisión, no podían ni imaginarse lo que les esperaba allí afuera, en tan bárbara compañía. Si tenían suerte y ese día estábamos magnánimos, lo que no solía ocurrir con mucha frecuencia que se diga, la jaulita de palo o caña como residencia vacacional y las hojas de acelga o lechuga como menú diario serían su destino; si no… mejor no pensarlo.
Durante las horas de sol había sido el turno de las arañas, las mariposas, los saltamontes, los ratones, los sapos y lagartijas… O cualquier otro bicho despistado o incauto que se pusiera a tiro. De preferencia perrillos sin amo y gatos tiñosos, fauna menuda del suburbio, criaturas en peligro del verano en el extrarradio a merced de la crueldad de sus captores de pantalón corto y pelo al rape. En botes de cristal, en cajas de cerillas, en bolsitas de plástico los íbamos metiendo según los apresábamos, mezclados unos con otros en cruel batiburrillo. Luego se trataba de presumir ante nuestros rivales por los trofeos conseguidos en el cutre safari, por la abundancia y calidad de la caza superviviente. Aunque bien es cierto que pocas de las capturas sobrevivían a la jornada: más que nada porque una vez acabada la batida el aburrimiento hacía presa en nosotros, algo que no solía ser una buena noticia para los pobres animalejos ya que acarreaba de común que muchos de los reos sufrieran indignas torturas a manos de sus verdugos: los cocíamos en orina (otra vez la orina: se ve que ya entonces empezamos a cogerle el gusto a lo de sacarse la pilila a las primeras de cambio), les arrancábamos las patas o las alas o las antenas, los diseccionábamos en vivo con alguna roñosa hoja de afeitar… Tan solo para entretenernos en algo. Otras veces, sin embargo, y como en feria de gitanos, se establecía un mercadeo de “ganado” sin reglas definidas en el trueque: una lagartija por tres saltamontes (si el reptil estaba mutilado, con el rabo cortado retorciéndose frenético, su valor caía en picado); dos arañas menudas a cambio de un grillo (pero si alguna era rolliza y pilosa los términos del trato se invertían); un ratón por cinco mariposas… Se podía regatear, claro, era la costumbre, pero el más mañoso o suertudo a la hora de capturar la pieza más codiciada (casi siempre género de pico y pluma: un jilguerillo, un verderón, un petirrojo…) tenía la sartén por el mango y todas las de ganar en el zoológico cambalache. Y he dicho casi, porque el indiscutible trofeo, el corona de laurel, el medalla de oro de aquellas correrías asesinas, en dura pugna con las culebras y las ratas era, sin discusión alguna, el murciélago. Si las golondrinas pasaban por ser, metafóricamente, enviadas divinas para alegrar los cielos estivales con sus casi inverosímiles acrobacias aéreas, el mamífero volador, ya extraño de por sí con sus colmillos y orejotas, con su rostro repelente, con sus alas membranosas y peludas, estaba grabado en nuestra infantil imaginación como un heraldo negro de Satán al que había que dar caza y tormento sin tregua ni compasión. Sin que les valiera de nada la infernal condición que imputábamos a todos los de su especie, si alguno tenía la desgracia de caer en nuestras manos le esperaba una buena ración de suplicios varios (nos pirriba sobre todo hacerles fumar -con tabaco mangado a los padres, por supuesto- para "emborracharlos") para terminar, al cabo, crucificado malamente con clavos viejos en algún trozo de madera. Otras veces los ahorcábamos con una cuerda de bramante y los colgábamos del quicio de la puerta de algunas vecinas particularmente puñeteras: llamábamos con insistencia y escándalo y cuando abrían la puerta y se encontraban con el bicho de frente en la cara se daban unos sustos de muerte mientras nosotros, a una distancia prudencial, nos partíamos el culo de la risa.
Y al día siguiente, con el verano avanzando hacia su agotamiento, el horizonte marrón y gris de la escuela cada vez más cerca y amenazador, vuelta la burra a la noria.

Años después de cometer estas barbaridades leí no sé dónde que si las abejas y los murciélagos desaparecieran de la faz de la tierra el ser humano no tardaría en seguir sus pasos, pues ambas especies son imprescindibles para el correcto equilibrio de la naturaleza y la supervivencia de muchas especies, tanto animales como vegetales. Se me vinieron de golpe a la mente las atrocidades cometidas cuando niño que aquí cuento y mi desolación, creedme, no tuvo límites.
Desde entonces me pregunto quiénes eran en verdad los animales.