
Para
Antón Castro, que pedalea sin desmayo en la bicicleta de la literatura
y los afectos.
Etapa
reina
Apenas
tres míseros segundos nos separaban en la clasificación para el primer puesto de
la general.
Vigilándonos
por el rabillo del ojo, casi codo con codo dábamos las pedaladas con el ansia
del sediento que tiene a la vista el oasis salvador.
En
las rampas más duras del categoría especial, él demarró creyendo que yo
desfallecería.
Respondí
al ataque con elegancia y tranquilidad.
Y
cuando le iba a pasar y dejarle clavado en la ascensión, con un crujido
terrible que me puso los pelos de punta, se me salió la cadena de golpe.
Me
pegué un costalazo de padre y muy señor mío.
Su
sarcástica sonrisa y su cara de culpable lo decían todo cuando se volvió para
mirarme.
Claro,
que no le dio mucho tiempo a celebrar el triunfo.
Cuando
llegué a la meta con la bici al hombro, sin poder contener la rabia le enrollé
la cadena en el cuello y esprinté con ella todo lo que pude.
Se
le puso la cara del color del maillot de
la montaña.
¡Feliz cumpleaños, amigo!