Para
Antón Castro, que pedalea sin desmayo en la bicicleta de la literatura
y los afectos.
Etapa
reina
Vigilándonos
por el rabillo del ojo, casi codo con codo dábamos las pedaladas con el ansia
del sediento que tiene a la vista el oasis salvador.
En
las rampas más duras del categoría especial, él demarró creyendo que yo
desfallecería.
Respondí
al ataque con elegancia y tranquilidad.
Y
cuando le iba a pasar y dejarle clavado en la ascensión, con un crujido
terrible que me puso los pelos de punta, se me salió la cadena de golpe.
Me
pegué un costalazo de padre y muy señor mío.
Su
sarcástica sonrisa y su cara de culpable lo decían todo cuando se volvió para
mirarme.
Claro,
que no le dio mucho tiempo a celebrar el triunfo.
Cuando
llegué a la meta con la bici al hombro, sin poder contener la rabia le enrollé
la cadena en el cuello y esprinté con ella todo lo que pude.
Se
le puso la cara del color del maillot de
la montaña.
¡Feliz cumpleaños, amigo!
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