El tío Genaro, ya se ha dicho en otro sitio pero no está de más recalcarlo, que nunca viene mal, era un fulano impresentable, un grosero y un zafio, amén de un guarro según la cuarta acepción del término en sentido coloquial, o séase, ruin y despreciable.
Gañán chapado a la antigua, con una costra de mugre que iba desde la boina hasta las alpargatas sin respetar camisa ni pantalones y un olor que tumbaba a los cerdos, su ordinariez entrenada durante muchos años, sobre todo en la delicada cuestión del trato con las hembras, nos hacía enrojecer de vergüenza a más de uno. y no vayas a pensar que por aquí seamos muy dados al arrebol en las mejillas ni mariconadas de esas. Pero es que su estilo chabacano y soez en materia de mujeres nos tenía acongojaos: lo más bonito que le oímos en su puta vida con respecto al sexo femenino eran sentencias de esta índole: -Las mujeres, pa que os vayáis enterando de una puñetera vez, si no pueden estar tumbás y debajo de uno, mejor colgás como las morcillas.
En cuanto entraban en su campo visual les soltaba unas burradas de espanto, unos obuses lingüísticos de grueso calibre: -Como vaya p´allá, potranca, te doy con la de mear. Otra que tal: -Moza, quien fuera vaca pa echarte una cagá. O, y ésta era tremebunda, horripilante, bestial: -Ca vez que te miro se me chasca el bolo; y es que te quiero, japuta.
Barbaridades así, disparates espantosos que le oíamos sin decir ni mu, y que después, en frío (nuestra conciencia nos pasaba factura), nos hacían enrojecer de vergüenza y cobardía.
Al Genaro, alias “La Peste Bubónica”, le daba lo mismo nuestra opinión sobre el tema, le importaba un comino, se la traía floja, se la pasaba, como suele decirse metafóricamente, por “el arco del triunfo”. Sin embargo, lo que él pensaba de nosotros, y no se recataba, no, en vocearlo a los cuatro vientos, es que éramos unos pusilánimes (bueno, él no utilizaba esta palabra, si no calzonazos, algo más gráfico y directo, un disparo en plena línea de flotación): -Calzonazos, que sois unos calzonazos, que no podéis ni con los güevos. Os daría un par de hostias pa espabilaros, pero ahora mismo me apetece más rascarme los dos amigos que me cuelgan ahí abajo que aplaudiros esas jetas de borricos que os gastáis.
Y nosotros, punto en boca, sin chistarle, callaos como muertos, si te he visto no me acuerdo. Pero es que, joder, cualquiera piaba, que vosotros no lo conocisteis, que el tío, además de ser más bruto que un alcornoque, con unas manos como martillos pilones y unas espaldas tal que la tapia del cementerio, tenía también un arranque muy regular y fastidioso.
Bien es cierto,¡hasta ahí podíamos llegar!, que nunca se propasó más que de palabra, entre otras cosas porque el tufo le delataba desde lejos y las víctimas de sus andanadas lúbricas tomaban las de Villadiego en cuanto lo presentían rondando cerca, por más que algunas solteronas desfilaran por delante de él meneando las caderas de manera indecorosa con más frecuencia de la aconsejable y, dada la edad provecta de algunas, con evidente riesgo de súbita rotura ósea. Si hasta parecía que le iban buscando, las tías guarras.
Pero el Genaro, qué se le va a hacer, tenía su gusto propio (-Ca uno es ca uno y como lo parió su madre -sentenciaba con la pringosa colilla de picadura entre los labios) y pasaba bastante de este género revenido ya que sentía una debilidad irrefrenable por las mocitas en agraz: en cuanto a alguna muchachina le empezaban a despuntar las teticas o se le rellenaba un poco el culete, el tío asqueroso empezaba a relamerse. ¡Qué miradas les echaba! Pa partir las piedras. Daba hasta miedo verle achicar los ojos fijando la vista en la presa, tensar las manos sobre la garrota de olivo, la hinchazón violácea en las venas del cuello y de las sienes… que se le ponían como sanguijuelas de las gordas. De ahí no pasaba nunca la cosa ("Perro ladrador, poco mordedor", ya se sabe, esto va a misa de domingo), pero los padres no le quitaban ojo a las chiquillas en cuanto barruntaban al tío Genaro por los alrededores con aviesas intenciones: los más de ellos no se andaban con tonterías ni pamplinas y se daban prestos a engrasar la superpuesta y tener los cartuchos a mano por si el asunto cogía pinta de ponerse serio y pasar a mayores. Que nunca es tarde pa empezar a cagarla.
Con la Encarni, la del Ramón, en cierta ocasión que todavía se celebra, se las tuvo tiesas una tarde por mor de la Esperancita, a quien tenía enfilada desde chiquinina, que hasta se relamía babeando cuando la mocica (que es verdad que estaba más buena que el pan con chocolate) entraba en su campo visual y su radio de acción. Se sacudieron el pellejo a modo, se dieron, como suele decirse, hasta debajo de las uñas y se mentaron malamente a la familia hasta, por lo menos, tres generaciones atrás. Como sería la cosa, que ni los civiles ni los municipales quisieron intervenir, no se fuera a escapar alguna hostia de las buenas en la dirección equivocá. Al no llegar a un acuerdo acerca de quién había ganado la trifulca, pongamos que la cosa acabó en empate y, al menos que se sepa, no hubo revancha. Para decepción de la parroquia, que, todo hay que decirlo, nos quedamos con las ganas de más, que por aquí espectáculos gratuitos y así de vistosos y entreteníos no es que se den tos los días. Y contemplar, sentaíto a la sombra con el chato de tinto al alcance y comentando las jugadas, una buena manta de hostias, siempre alegra la tarde, anda que no. Pero oye, mano de santo: la Encarni sería lo que fuese, vale que también tenía lo suyo, que había que echarle de comer aparte y que traía al Ramón por la calle de la amargura, pero la verdad es que fue la única que le plantó cara en condiciones al borde del Genaro y lo puso en su sitio. ¡Qué tía con dos ovarios! Yo la admiro y la temo a un tiempo. ¿Se me nota mucho?
Llevaría el susodicho una semana charlando con san Pedro, intentando convencerle de que le abriera las puertas (Si es na más pa echarle un ojo a las vírgenes, Perico, no seas así, hombre, enróllate, hazte el loco un ratino, anda majo), cuando la autoridá entró en su casa avisá de urgencia por un vecino: -Que an cá el Genaro hay un pestazo a cochiquera que tira p´atrás, bastante más que de costumbre. Pa mí que mañana no caga.
Y acertó el oráculo en su vaticinio: allí estaba el fulano sentao en la taza del váter, con los pantalones por los tobillos y una revista de esas guarras en las manos, trajinao de lo lindo por moscones y gusanos, rodeao de mierda por todas partes y los ojos medio vueltos hacia el techo, un cementerio de bichos refugio de arañas y salamanquesas.
Oportuno fin, a fe mía, para tal cabestro. Lo que se dice un pilar de la comunidad, el Genaro.
Por petición popular, y previa consulta con la archidiócesis, no lo enterraron en sagrado.