Te levantas de buena mañana, moderadamente optimista -has dormido perfectamente, te encuentras descansado y fresco, la climatología también acompaña tu buen humor de hoy ...-, y pones rumbo al quiosco con el propósito y la ilusión de comprar el periódico local en cuyo suplemento publican hoy una reseña de tu último libro. Parece que el día empieza bien. Pero no te equivoques, amigo, esa ilusión vanidosa no es más que un respiro, los días ya no son lo que eran. Y comprendes que éste ya ha comenzado a torcerse de mala manera cuando llegas animoso al quiosco, das los buenos días -ya sabéis, esas cosas de la buena educación que uno aprende de pequeñito- y el tipo que regenta el negocio no sólo no te contesta -que ya me diréis qué cuesta contestar con su poquito de educación- sino que ni siquiera te mira, absorto en la lectura o, más bien, contemplación de una revista de esas que ilustran su portada, y la mayoría de sus páginas -incluso las dedicadas a una publicidad denigrante-, con señoritas de prominentes y apetitosos atributos corporales.
Entras a la cafetería con el inocente propósito de tomarte un café calentito -sin un café bien de mañana no eres nadie-, y echarle un vistazo tranquilo al periódico, pero, con el paso del tiempo, plantado junto al mostrador como un tentetieso inútil mientras el mozo enreda con los cubiertos y las tazas intentando no darse por enterado de tu presencia, vas comprendiendo que será mejor que cambies la comanda y te tomes una tila bien cargada para templar el ánimo y ver de no cometer una tropelía con ese gandul que denigra al honorable gremio de hostelería.
Te acercas a la tienda para comprar el pan, vuelves a dar los buenos días -es que no escarmientas-, y el grupo que hay delante de ti te ignora por completo, cuando no te mete los codos sin disimulo, o te increpa groseramente pensando que vas a colarte.
Cedes el paso en la acera, le abres la puerta a esa señora que va cargada con las bolsas de la compra, ayudas a cruzar la calle a un ciego o una anciana y no es que te lo agradezcan, no, que qué menos; es que, si te descuidas, te encuentras con el menosprecio en sus miradas. Menos en la del ciego, obviamente.
Para remate, la reseña del libro tampoco puede decirse que fuera elogiosa ni mucho menos, me cago en la estampa del abajo firmante.
La cortesía a tomar por saco.
El día a tomar por culo.