miércoles, 30 de junio de 2010

Cementerio Alemán (5)


EWALD ROTTKORD

La Muerte me ha traído
a este lugar remoto
donde estuve ya antes de la vida.

Me ha quitado la ropa
y arrancado la lengua de mi patria.

Y me ha dejado solo
en mitad de la tierra
para que escuche el canto
mineral, ese oscuro
zureo de la savia alimentando
los hijos que no tuve.


José Antonio Ramírez Lozano (Inédito)


martes, 29 de junio de 2010

Jack Lemmon




Ayer hizo exactamente nueve años que escribí, casi a vuela pluma y en un impulso al que no quise resistirme, la entrada que hoy traigo a esta ventana.

Y quiero dedicársela a
Daniel Domínguez, por las estupendas entradas de su magnífico blog, donde, quienes le seguimos de manera habitual, tanto aprendemos del séptimo arte.


Me quito el sombrero

Me entero por la prensa de la muerte de Jack Lemmon y se me vienen de golpe a la mente todos los buenos momentos pasados con los personajes de sus películas: el policía recto de Irma la dulce, el soltero infeliz de El apartamento, el alcohólico tierno y terrible a un tiempo de Días de vino y rosas, el músico travestido huyendo de los gánsters de Con faldas y a lo loco, el periodista curtido en mil batallas de Primera plana, el padre burgués y desesperado de Missing, el anciano celoso de Dos viejos gruñones...

Jack, amigo: tenía razón el soltero ricachón que se enamoró de ti cuando respondió a todos tus inconvenientes sobre sus planes de boda contigo con una sentencia que no admitía réplica: “Nadie es perfecto”.

Mira que morirse. ¿A quién se le ocurre, hombre?














lunes, 28 de junio de 2010

Hielo, cine y cometas



Me acuerdo del afilador, del paragüero, del que estañaba las sartenes y los cacharros de zinc, del que vendía cucuruchos de pipas, chufas y altramuces tirando de un carrito hecho como a trompicones, del que venía, empapado, con la barra de hielo al hombro.





Me acuerdo de una frase de Johnny Guitar donde está condensada toda la desesperación del amor no correspondido: “Miénteme, dime que me quieres”.





Me acuerdo de haber intentado cientos de veces, sin haberlo conseguido nunca del todo, hacer volar como es de ley aquellas cometas de papel prensa, cañas, trapos y engrudo.
Y de llorar amargamente después de cada fracaso.

domingo, 27 de junio de 2010

2 antídotos



Mamba negra (1)

Su picadura es mortal.
Excepto si alguien, prevenido,
se unta con grasa de elefante
antes de hollar sus dominios.

En este caso,
la sierpe huye.






Alacrán (2)

Anticipo mortal es su danza.

Contra él y su ponzoña,
frotamientos de pólvora
y lavanda.


(De Casi humanos (bestiario) )

sábado, 26 de junio de 2010

Mi vida en 50 palabras

Para José Ángel Cilleruelo
Va a hacer un par de años -hay qué ver cómo pasa el tiempo, parece que fue ayer- que a través de un muy querido amigo me llegó la propuesta de participar en un juego literario de verano. La "Revista de Pensamiento y Cultura El Ciervo" lanzaba una convocatoria a 50 amigos para que contaran su vida con la única limitación de que debían hacerlo con no más de 50 palabras.
Entre quienes acudieron al llamado había autores de muy diferentes clases y formación académica y vital: psiquiatras, guionistas, poetas, periodistas, filósofos, críticos musicales y literarios, algún deportista, gente de leyes... hasta un obispo, se animaron a tomar la pluma y se pusieron a contar su vida, cada uno como dios le dio a entender, con su peculiar estilo, con su particular concepción del reto asumido.
A mí me costó un cierto tiempo encontrar la fórmula para hacerlo, no sabía muy bien cómo afrantal ese ejercicio de síntesis vital, pero al final me tuve que decidir porque el tiempo apremiaba. ¿Y qué se hace cuando el tiempo apremia y tienes que ser de lo más escueto en el mensaje? Ahora se envía un sms o un e-mail, pero antes la rapidez en la comunicación era cosa del telégrafo, y los telegramas se escribían pensando muy mucho las palabras para que no se salieran de madre ni fuera demasiado oneroso el asunto, usando un lenguaje limitado casi siempre a verbos y sustantivos (como de indios en las películas), y desnudo en lo posible de otros ropajes gramaticales (conjunciones, adverbios, preposiciones…):
“Llego mañana. Hazme macarrones”. “Parto difícil. Niño bien. Madre regular”. “Tomás muerto. Entierro miércoles”.
Cosas así, ya me entendéis. Breves y directas, sin florituras innecesarias que nada aportan al mensaje.
Así que eso fue lo que hice: contar mi vida (gran parte de lo que ha conformado mi vida) de manera telegráfica.
Dos años después no sé si volvería a utilizar las mismas palabras; en todo caso, este fue el resultado entonces. 
La teta materna. Mis hermanos. Escarcha y bochorno. Arroz y sandía. Operación pulmonar. Baloncesto. Amor y amistad. Literatura. Viajes. Mérida. Lali, Sara y Alba. Los Marx, Woody Allen, El Padrino. Lisboa. Vidal. Copla, fado y tango. Música y poesía. La muerte. Un beso inolvidable. Y su mirada marrón. Stop. 
Exactamente, 49 palabras. Acaso por redondear, el texto impreso apareció encabezado por la palabra “Gitanos”, palabra que yo no había incluido en él.
Lo achaqué a un error de composición porque otro de los textos sí que comenzaba con esta palabra.
Los puñeteros duendes de imprenta; nadie cree en que existan de verdad, pero ahí están ellos sobreviviendo desde Gutenberg, ufanos, pavoneándose y riéndose a carcajada limpia de todos los correctores y procesadores de texto.
Cuál no sería mi sorpresa cuando al llegar la revista a mis manos, comprobé que otros dos participantes en el juego veraniego habían optado por el mismo sucinto lenguaje. Curiosamente, a los tres nos adjudicaban el título de “poeta”.
Sin embargo, no dejo de preguntarme desde entonces por qué ninguno de los tres optó por la poesía.
Da que pensar.

viernes, 25 de junio de 2010

Javier Alcaíns, "El iluminador"



Conocí en persona a Javier Alcaíns hace apenas unos meses, cuando fui a Cáceres a presentar el libro de un amigo común -Javier Pérez Walias-, aunque, como suele decirse, “le tenía echado el ojo” desde hacía años, concretamente desde que publicó su primer libro de poemas “Memoria de los viajes”, creo recordar, no tengo el dato a mano, en el ya lejano 1989. Diez años después reincidió con “Teatro de sombras”. En medio, en el 97, publicó el libro de relatos “La locura y las rosas”, los tres en la Editora Regional de Extremadura, que, dicho sea de paso, publica en todas sus colecciones una serie de títulos que bien merecen que los conozcáis. Y con un gusto editorial tirando a exquisito, y que ya quisieran para sí muchas de esas editoriales privadas que se dan tanto pisto.

Pero el Javier Alcaíns del que quiero hablar hoy no es del que escribe versos o relatos, sino de ese otro que ilumina libros. Porque Javier es un "iluminador". A la manera de los miniaturistas que ilustraban y caligrafiaban códices en la Edad Media, Javier lleva dedicando -desde hace 25 años, que se dice pronto-, gran parte de su esfuerzo y su talento a ilustrar y caligrafiar libros.
A ilustrarlos, en suma.

Libros como el Génesis, el Apocalipsis, el Cantar de los Cantares, Fábula de Polifemo y Galatea, Diván del Tamarit, o los últimos, Sepulcro en Tarquinia y Serie Negra -al menos, que yo tenga noticia-, por citar algunos universales y otros de poetas ajenos.

Yo, lo reconozco, llevado de mi pasión por ellos, tengo en cartera -para cuando mis finanzas me den un respiro- conseguir algún día sus Bestiarios: el del Insomnio o el Segundo Bestiario.


Aquí podéis ver algunas muestras de su magnífico trabajo para que se os pongan, como a mí, los dientes largos.


Viene todo esto a cuento porque hace unos días, trasteando en el blog de otro magnífico amigo, Chema Cumbreño, me encontré por sorpresa con esta perla documental, una invitación a una exposición de su obra, donde también se puede apreciar la vena irónica y festiva de Javier, otro rasgo, no menos importante, de su múltiple personalidad:




Con motivo de la exposición titulada SERIE NEGRA (poemas de Luis Alberto de Cuenca ilustrados por Javier Alcaíns), en el Cañadul, el próximo día 27 de mayo a las 20,30 h., están previstos los siguientes festejos:

-Castillo de fuegos artificiales con traca final retumbante, capaz de desintegrar la ropa fina.

-Suelta de una vaquilla para nervioso solaz de mozas y mozos (¡Cuidado, está mocha pero muerde!).

-Bailarinas javanesas y malabaristas de Borneo, engalanados con sedas de colores.

-Sentido recital de cuerda y púa interpretado por “Los versolaris de Nuestra Señora”.

-Sobrecogedor espectáculo de hipnotismo a cargo del mismísimo Doctor Caligari quien, a sus 173 años, sigue poseyendo un poder mental capaz de conseguir que alguien se crea un gato, un cantante melódico y un vendedor de cacerolas, por este orden.

-Desenfadada parodia del anterior, por Pepín Donaire, “Caligarito”, que ya ha desvelado que acudirá con una gallina y una tiza.

-Simpático divertimento humorístico intitulado "Me muero por tus huesos", del dúo cómico Berthold y Greta, acompañados por sus pintureros perritos amaestrados.

-Cata de licores variados de una fuente sin fin.

-Degustación de sabrosos y elaborados canapés.

Sin embargo, puede ser que, tal y como está el patio y siguiendo la moda, haya que hacer algunos recortes finales y se proceda a retirar algunas de las actividades. Eso sí, al menos UNA de entre todas ellas se llevará a cabo.

¿Cuál será?

¡NO OS QUEDÉIS SIN SABERLO!




Coda: Hoy es el día en que no he podido averiguar cuál de esas festivas actividades se llevó a cabo. Si es que tal sucedió.

jueves, 24 de junio de 2010

Terraza y adiós


"Una vez me pareció estar dentro de una película romántica, concretamente en esa socorrida escena casi al principio de la misma donde chico mira a chica que mira a chico desde la distancia, y después de algunos fotogramas se enamoran de golpe y para siempre sin haber cruzado una palabra.

Fue en una terraza de esas con pista de baile, cuando yo no bailaba así me mataran.

Cruzamos intensas miradas llenas de adolescente deseo, algún mohín con los labios: ella bailando con otro y mirándome; yo, conversando con los amigos, pero sin poder dejar de mirarla.

Me parecía extranjera, una vikinga de los países del frío.

No cruzamos ni una sola palabra en toda la velada.


Miradas. Sólo miradas. Nada más que miradas. Ni ella ni yo nos atrevimos a más.

Esa cobardía, o pudor, o miedo al ridículo delante de los amigos que tantas puertas nos cierra en las narices.

Al final, como en el famoso estrambote del soneto de Cervantes, fuese, y no hubo nada: tan sólo un leve roce de su falda al pasar por mi lado, una sonrisa de adiós, y un perfume a sándalo y dama de noche permaneciendo sobre mis deseos en la gasa oscura de la madrugada, en la brisa cálida del verano.

Todavía ahora, tantos años después (las nieves del tiempo platearon mi sien), me cruzo a veces con mujeres que me la recuerdan y que también me sostienen la mirada.

Pero sigo sin atreverme a nada más que a mirarlas.

Y por eso bebo".

miércoles, 23 de junio de 2010

Carta consular en la frontera para Miguel Ángel Muñoz Sanjuán



Querido Miguel Ángel:

Espero que al recibo de la presente te encuentres bien, yo bien, gracias sean dadas a nuestros dioses tutelares.

Verás, amigo, quería decirte -que ya va siendo hora- un par de cosillas: la primera, que una de las mayores satisfacciones que un libro puede proporcionar a su autor son los lectores.

Esto, pensarás, es de Perogrullo, pero déjame que te explique: a los libros, se dice, se les quiere como si fueran hijos, en cierto modo putativos. Pero como ocurre con los legalmente reconocidos, siempre hay uno por el que, vete tú a saber por qué, se siente un cariño especial. A mí esto me pasa con el segundo de los míos, el primero con mi nombre en la portada que tú conociste.

Porque además, ese libro me proporcionó en su momento un grupo de lectores que casi de inmediato se convirtieron en amigos: me acuerdo de cómo “Me acuerdo” llegó, a través de Juan Carlos Mestre, a tus manos, y de que tú, apenas acabada su lectura, me escribiste una de las cartas más hermosas que he recibido nunca a propósito de alguno de mis libros.

Y de tus manos, Miguel Ángel, aquellos leves fragmentos de memoria llegaron a las de Mila Bodas (hermosa amiga que también te debo) quien continuó esa relación epistolar (ya tan escasa) a base de cartas manuscritas de una excepcional delicadeza, y que atesoro en mi archivo personal.

Y hete aquí que diez años después me puedo permitir el lujo, con una profunda alegría, de llamaros mis amigos a ambos.

La segunda cosa que quería decirte es que uno de tus libros, Cartas consulares, tiene para mí un valor añadido y muy especial: sus versos (los tuyos) me empujaron -sin tú saberlo, y esto es lo que me parece más hermoso- a volver a escribir versos después de unos años en que la poesía parecía haberme borrado de su nómina de practicantes. Recuerdo incluso el momento exacto del milagro: una mañana luminosa de verano en una playa de Portugal. Y el primer verso germinado tras la lectura de los tuyos: Detrás de tu mirada, el mundo tiene otro color..., que daría pie a un poema, y otro, y otro…

Yo es que, ya lo sabes, soy muy raro: mira que llevarme un libro de poesía a la playa. Así me pasan estas cosas.

Y esta en concreto, Miguel Ángel, es una deuda íntima que nunca podré pagarte.

Sólo, acaso, tal vez, con este grandísimo abrazo que ahora te envío.

Elías




XXVIII

Ante el firmamento, mi nombre no merece ser recordado.
Puedo tallar mis palabras más allá de las estrellas, pero ellas no son mi corazón.
Ellas no entienden que la amargura anegue la luz y la atmósfera.
Jamás podrá iluminar las noches, ni curar lo incurable del espíritu,
aquello que siente cómo su cuerpo de hombre desaparece.
Jamás podrá la vida evitar lo perentorio:
morir desconocidos y desconociéndonos
cuando todo está convulso como una ballena varada
que se entrega a lo inevitable de su alma.
Y ella, tan próxima y a la vez tan ajena a mí mismo,
tan propia y extraña, es respuesta y espejo, llanto y diamante.

Única y universal como la sola razón de un linaje,
mi sangre es su gemela,
cetáceo sagrado que sólo responde al misterio de una mirada encallada con mi nombre,
aquel que desconoce su principio y su final,
aquel que aún no ha salvado la vida de ningún desconocido,
aquel que aún no alimenta palabras.
Ante la inmensidad, mi nombre no merece ser recordado.

(Las fronteras)




Octava carta consular o tratado del que describe desconocidas cartas topográficas

Invocarte es dudar del curso de los ríos y de mis arterias.

Siempre deseé la mano invisible de los mensajeros
para destejer la sombra de las fronteras aún no pronunciadas,
para poder escribirte en el idioma de las lenguas muertas,
para ser el aliento de los extraviados que aguardan un sí.

Lejos de los meandros en flor, el aroma dulce de los campos
sabe a la estela incierta de los cargados estambres,
pues al igual que el expatriado intenta tocar el impoluto cielo,
mi edad oscura se aleja de mi costa sin luz ni mandatos,
implorando una tierra que, aunque enferma,
consienta en ser la suya.

Ya no besaré más mis recuerdos,
ya no desearé más lo deseado:
el ruido del desierto es la desnudez;
como el destino, son mis manos;
así es mi voz, pozo y salina de todo,
garganta de mi clamor contra la codicia de los mercaderes.

No me avergüenza el tiempo,
por ello pronuncio con gusto la palabra amigo.
Ha llegado la hora en que de nuevo sea posible
levantar fuertes y atravesar erguidos puentes, barbacanas,
en esta hora en que la vida es ganar tiempo
para continuar recordando.

¿Desde cuándo mis antepasados creyeron en este dios,
desde cuándo guardo una reverberación cautiva,
desde cuándo el hijo es el padre?
Esta es la historia que habita mi existencia;
así da comienzo el silencio
y solamente él lo sabe,
pues cada corazón teje su propia leyenda
y describe sus desconocidas cartas topográficas.

Ganar al tiempo es poner límite al recuerdo,
es buscar a un hombre que hable como un pueblo entero,
es la noche oscura que deja caminar entre sus trochas abiertas
a la irrealidad que nos mantiene,
es abrazar a un hombre
que riega los días con sangre similar a la tuya.

Mi soledad, herida y sanación ajena,
es la parábola por decantar entre las fiebres.
Preguntar por qué es haberse creído un hombre,
ahora que habría de haberme dado cuenta
de que ya ha llegado la era de los descendimientos.

(Cartas consulares)


Posdata para los lectores: Miguel Ángel Muñoz Sanjuán me parece, como diría otro amigo mío, (además de un excelente ensayista, crítico y editor) un enorme "poeta liliputiense", casi escondido a ojos de los demás (ellos se lo pierden), pero de una hondura y madurez poética que muchos quisiéramos para nosotros.


Imagen propiedad del autor

martes, 22 de junio de 2010

Espinacas ¡Puajjjj!



Odio a Popeye desde que era pequeñito.

Un tipo adicto a las espinacas no me parece de fiar.

La consecuencia más visible del pecado es que también odio las espinacas.

No me gusta de ellas ni como suena su nombre.

Y aquella novia remilgada que tenía, seca como un alambre, con voz de pito y nombre como de aceituna.

Así que tampoco me gustan las mujeres flacas con la falda a media pierna.

Brutus -sé de un mastín que se llama así- me parecía el más normal de los tres. Un tanto primario tal vez, pero sin artificios, noble en su tosquedad.

Lo malo de esta historia es que mi madre, mientras cosía o hacía punto, también veía a Popeye y sus hazañas de mentira, y aprovechaba, inclemente y astuta, cualquier descuido mío para atiborrarme de espinacas -hervidas, acompañando a los garbanzos, pasadas por la sartén con algún ajo triste, camufladas arteramente en las croquetas o las empanadillas...- a las primeras de cambio y a traición.

Yo, descubierta la traidora añagaza, la artera maniobra culinaria, la sibilina jugarreta alimenticia, me negaba en redondo a engullirlas así como así y resistía como un jabato herido encastillándome fieramente en la protesta, y aun rebelión, con los labios apretados al máximo y cabeceando enérgico a un lado y otro, pero comprenderéis que dadas las diferencias de edad y jerarquía, por no hablar de los expeditivos métodos maternos -de preferencia collejas y soplamocos con el último recurso de blandir en el aire alguna zapatilla amenazante, concluyente espada de Damocles en el asedio si no había rendición incondicional por mi parte-, llevaba todas las de perder en tan desigual batalla, lo que ocurría de común sí o sí. Compadeceos de mí y tened en cuenta que, al fin y al cabo, era un jabato, no un jabalí.

Lo que todavía no acabo de entender es su absurdo empeño en que me pareciera a aquel imbécil.

Nunca se lo he perdonado.

Lo siento, mamá, no lo conseguiste.

lunes, 21 de junio de 2010

Pompas fúnebres


"Todas las pompas son fúnebres".
Ramón Gómez de la Serna


Panteones. Horrendas construcciones, producto de la macabra megalomanía de imbéciles pretenciosos con objeto de perpetuar su estupidez.
Adornados de común por angelitos de mármol en actitud orante o desolada, vírgenes llorosas, cristos yacentes o admonitorios, toscas cruces de piedra o variados metales…, su contemplación frecuente (comportamiento éste que ha empezado a ser reconocido por la psiquiatría como una perniciosa y anti natura desviación de la conducta) puede conducirnos al extravío del buen gusto estético, y aun a la pérdida de la poca fe que todavía pueda quedarnos acerca de la sensatez y el sentido común del ser humano.
Eso, por no hablar de algunos rótulos que los complementan donde se da cuenta de las andanzas y miserias -en ocasiones, en verso y son de chanza- de quienes en ellos moran para alegría de gusanos.
Cada cierto tiempo es conveniente realizar una limpieza de los restos para hacer sitio a nuevos y estúpidos ocupantes.




Testamento. Con la imprescindible complicidad de notarios, abogados y albaceas, venganza póstuma del finado hacia sus atónitos y cariacontecidos deudos durante la lectura del mismo ante parientes y acreedores.



Féretro. Espantoso artículo mortuorio que pagas en plazos mensuales durante gran parte de tu vida para no disfrutarlo nunca, lo que, sin lugar a dudas, constituye la adquisición más superflua y majadera que puede ocurrírsele a alguien.
Fig. Postrero contenedor de ambiciones.



Epitafio. Mentira tallada en piedra y olvidada con prontitud.




Me acuerdo de una funeraria que se llamaba "El Porvenir".
Una síntesis perfecta de humor negro.

domingo, 20 de junio de 2010

3 haikus para mis tres mujeres

Imagen: Elías Moro
(Lacre, cera, pintura y barniz sobre cartón)



Haiku de tu voz
(Lali)

Ese sonido
acunándose dentro;
tu voz de miel.

* * *

Haiku de la mirada
(Sara)

Sara me mira.
La luz alumbra de golpe.
Acaba el dolor.

* * *


Haiku de las sonrisas
(Alba)

Sonrisas de Alba,
tan dulces y perfectas
como cerezas.



sábado, 19 de junio de 2010

José Antonio Zambrano, Premio Extremadura a la Creación 2010



Existe en nuestro idioma una expresión, "No tengo más remedio que...", que casi siempre se escribe en tono peyorativo y con connotaciones negativas. No es hoy el caso; hoy no tengo más remedio que manifestar con toda sinceridad mi enorme alegría por la concesión del Premio Extremadura a la Creación, a mi amigo José Antonio Zambrano, por Apócrifos de marzo, un, en palabras de Luis Mateo Díez, presidente del jurado que ha concedido el premio por unanimidad, "bellísimo libro de un grandísimo poeta". Nada tengo que añadir a las palabras de Don Luis, entre otras cosas porque estoy completamente de acuerdo con los adjetivos empleados tanto para el libro como para la persona.

Mi trato personal con José Antonio en múltiples ocasiones, mis lecturas de sus libros de poemas a través de los años, así me lo ha demostrado.

Como muestra de su talento y madurez poética, un botón, el primer botón, (vale decir el primer poema del libro premiado):


SITIO CERCANO

Mantengo lo que he dicho
celebrando con gozo lo que permanece
en mí.
Aquí nací
y aquí sigo nocheando el aliento
y recorriendo el flujo que me lleva
al corazón de los sitios
y al obcecado acoso de mi voz.

Sea de padres a hijos
esta herencia que nació en los escritos
de los primeros hombres,
y en los murmullos que dormían mi alma
cuando no había otra razón
que las palabras de todos los días.

Apoyo este sentir
como el que mira mudo
la noche y la mañana
mientras espero de este color de marzo
el momento que todavía es.

Mudez de río y luz,
lenta y pura,
tan certera a esta razón de procurar
ser el amante más antiguo de su vida.



Así que lo dicho: no tengo más remedio que hacer constar aquí mi mejor enhorabuena a José Antonio Zambrano, quien, en la dedicatoria que me brindó en su libro, también "hace de la amistad otro de sus mundos".

Y a la Editorial Calambur, con Emilio Torné al frente, por su firme apuesta por los autores de esta tierra.

Obrigado, José



Hoy, en el día de su muerte, parece obligado dar las gracias a José Saramago. Gracias por una obra rica, llena de matices y aristas, y con la que compuso, a través de las parábolas e historias contenidas en sus libros, un atinado retrato del hombre contemporáneo, de sus miedos y esperanzas.

Yo llegué hasta Saramago -como a tantos otros autores y libros- de la mano de mi maestro Ángel Campos Pámpano, gran amigo suyo, quien me regaló los primeros libros que leí de él -Memorial del convento y El año de la muerte de Ricardo Reis- y, años más tarde, facilitó algún encuentro en persona con él.

No he leído toda su obra -una obra rica y extensa que le hizo merecedor del Premio Nobel de Literatura en 1988 por, según los académicos suecos, "su capacidad para volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía»-, pero libros como Levantado del suelo, La balsa de piedra, Historia del cerco de Lisboa, Ensayo sobre la ceguera, Todos los nombres, Viaje a Portugal..., son algunas de sus obras que guardo en mi biblioteca con un cariño intenso por lo que significaron en su momento.

Y un libro, para mí especial, que pocas veces se resalta en su bibliografía -poca gente sabía, o al menos no se le citaba casi nunca como tal, que Saramago era también poeta-: El año de 1993, una especie de parábola futurista y esperanzada (el libro fue escrito en 1975, justo después de la Revolución de los Claveles que significó el derrumbe de la dictadura salazarista) donde los hombres aprenden a renacer de la opresión en un mundo destruido por ellos mismos, y del que poseo una hermosa edición ilustrada con dibujos de Juan Barjola y traducción del propio Ángel Campos Pámpano, y publicada por la editorial extremeña Los Libros del Oeste, en 1996.

Como homenaje a su memoria, dejo aquí dos de los poemas del citado libro:

2
Los habitantes de la ciudad enferma de peste están reunidos en la plaza mayor que así fue conocida porque todas las demás se transformaron en ruinas

Fueron sacados de sus casas por una orden que nadie oyó

Sin embargo según estaba escrito en leyendas antiquísimas habría voces llegadas del cielo o trompetas o luces extraordinarias y todos quisieron estar presentes

Tal vez algo podría suceder en el mundo antes del triunfo final de la peste aunque fuese una peste mayor

Allí están pues en la plaza angustiados en silencio esperando

Y luego no se oye otra cosa que una aérea y delicada música de clave

Una fuga compuesta hace doscientos cincuenta años por Juan Sebastián Bach en Leipzig

Es entonces cuando los hombres y mujeres sin esperanza se dejan caer en el pavimento rajado de la plaza

Mientras suena la música y vuela sobre los campos devastados




5
La ciudad que los hombres dejaron de habitar está ahora sitiada por ellos

No se debe pasar por alto la exageración que hay en la palabra sitiada

Como exageración habría en la palabra cercada o en cualquier otra sinónima sin querer animar la debatida cuestión de la sinonimia perfecta

Los hombres están sólo alrededor de la ciudad tan incapaces de entrar en ella como de alejarse definitivamente

Son como mariposas de la noche atraídas no por las luces de la ciudad que ya se borraron desde hace mucho

Sino por el perfil desarticulado de los tejados y de los entablamientos y también por la red impalpable de las antenas de televisión

De día una enorme ausencia guarda las puertas de la ciudad

Y las calles tienen ese exceso de silencio que hay en lo que fue habitado y ahora no

En la ciudad tan sólo viven los lobos

De este modo habiéndose invertido el orden natural de las cosas están los hombres fuera y los lobos dentro

Nada ocurre antes de la noche

Entonces salen los lobos a cazar a los hombres y siempre logran alguno

El cual entra finalmente en la ciudad dejando por donde pasa un reguero de sangre

Allí donde en tiempos más felices dispusiera con parientes y amigos almuerzos intrigas calumnias

Y cacerías de lobos




viernes, 18 de junio de 2010

Cochinillas de humedad



989.- Destrucción. Estos animalitos son muy perjudiciales para las plantas de jardín, y en especial para las orquídeas. Para destruirlos se utiliza la aversión que tienen por la luz, preparándoles escondrijos en los cuales se apresuran á meterse y donde luego es muy fácil matarlos. Resultan muy á propósito para ello las hojas, trozos de patata, frutos, hierba húmeda, etc. Parece que se obtienen los mejores resultados con un montón de rama de chopo, debajo del cual las cochinillas se refugian en gran número.
990.- Se preparan tiritas de papel algo fuerte, embadurnadas con un mucílago especial, y se depositan en los lugares visitados por los insectos.
La materia viscosa se prepara fundiendo 400 gr. de grasa ordinaria (sebo bruto), dentro de un perol; cuando está bien líquido se añaden 400 gr. de aceite de pescado denso, y luego, colocándolo nuevamente sobre el fuego, se añade despacio 1 kg. de colofonia. Cuando el total está bien fundido, se deja enfriar y en reposo hasta el día siguiente.
Las cochinillas quedan pegadas en la pasta por las patas y perecen indefectiblemente.

jueves, 17 de junio de 2010

Música callejera

Una anciana música callejera, ciega para más señas, sopla una vieja melodía casi frente por frente al tan mentado “Café Majestic”, en la calle más comercial de Oporto. Y esos añejos sonidos -sencillos, pobretones, torpes- que escapan de su instrumento, se esparcen por las aceras de piedra dotándolas de una extraña melancolía en la mañana soleada de diciembre, con esa nieve falsa pintada en las ventanillas de los tranvías. 
Está tocando algo triste, sin duda, una música que desconozco, pero que entiendo al punto, una oscura melodía salida, acaso más que de sus labios y sus manos ateridas, de su bronca respiración, del fondo de sus ojos sin brillo ni esperanza.



miércoles, 16 de junio de 2010

Mea culpa




En esta ventana que desde mi cubil, mi "taller del hechicero", intento mostrar al mundo, procuro ser lo más cuidadoso posible en las entradas y anotaciones que a ella se asoman: limpieza en la redacción de textos propios, cuidado con las erratas (por eso agradezco las correcciones de las mismas cuando alguna se me escapa), hacerla atractiva visualmente...
Pero si hay algo en lo que he procurado extremar el rigor y el respeto, es en lo que se refiere a los textos que pertenecen a otros autores.

Pues bien, dicho esto, hoy no tengo otro remedio que entonar un mea culpa así de grande: para que -como decía mi abuela- "el diablo no se ría de la mentira", y para no inducir a error o confusión en los posibles lectores interesados, siguiendo el viejo adagio de dar al César lo que es del César, los golpes de pecho vienen al caso por lo siguiente:

en la entrada titulada Bestiario de Livermoore (1) de hace un par de días, incluí un texto, "Molusco sapiente", del gran Rafael Pérez Estrada que atribuí sin dudar a dicho bestiario.
Error, craso error: el citado texto aparece, dentro el epígrafe "Figuras de un bestiario", en el libro Tratado de las nubes (Ed. Renacimiento, 1990).
Bien es cierto que el propio Rafael, justo debajo del título de esas "Figuras..." aclaraba textualmente: (Añádense éstas, ahora, al de Livermoore, al que en origen pertenecían)

Lo que no me exime del error, pero alivia un poco mi pena.

Y sé que Rafael me hubiera perdonado de buena gana.

martes, 15 de junio de 2010

Paisanaje (10) Ramón



Al Ramón, más conocido por “El Máuser”, le gustaron las armas desde pequeñito, se conoce que el muchacho lo traía de serie en el adeene. Empezó, como casi todos, enredando con el traje de vaquero y la pistolita que disparaba mixtos y poco después, tras el paréntesis casi obligado por la tradición para el manejo del tirachinas, se pasó con alborozo, con armas y bagajes, nunca mejor dicho, a la escopetilla pajarera -que así llamábamos a la carabina de aire comprimido- con la que aterrorizaba a todo perro o gato que tuviera la desgracia de cruzarse en su camino y diezmaba sin contemplaciones ni remordimientos el censo local de gurriatos, lagartijas y roedores. Con el tiempo dio en trastear entre los señoritingos de la ciudad que venían para la media veda cuando la temporada de caza, y como se conocía al dedillo las guaridas de los contornos (-Parece un hurón, el puto enano éste -comentaban los soplapollas con guasa), a éstos les cayó en gracia hasta el punto de regalarle de tapadillo una paralela con más tiros pegaos que en la guerra de Cuba y que palomas, conejos, zorros y perdices de los alrededores, amén de otros mamíferos, aves y reptiles, temían más que a un nublao: era salir el Ramón de las lindes del pueblo con ánimo de furtiveo, la escopeta camuflá bajo el brazo, el perrillo zascandil a su vera, y toda la fauna autóctona se pasaba la voz al punto y corrían, o volaban, según su naturaleza, a empadronarse en los municipios vecinos, lo más lejos posible fuera de su alcance. Pero quiá, ni por esas: el Ramón siempre regresaba con el morral repleto de los más torpes vertebrados, ya fueran de pelo o de pluma, volátiles o no, o de esos otros que se arrastran (culebras, lagartos, batracios de charca... género así, viscoso y frío), que dan tanto asco de vivos y, al tiempo, ya difuntos y bien preparaos con su poquito de aliño y su salsita pa mojar el pan, tan ricos están. Coño, si hasta a los peces de la charca les metía algún cartuchazo que otro.
 

Entrar en quintas, llegar al cuartel, hacer la instrucción, jurar bandera y apuntarse voluntario a la PM fue todo uno. No quería ni coger el correspondiente permiso reglamentario, no te digo más: él ansiaba (-Y cuanto antes, mi sargento, hágame usté el favor, por su padre se lo pido -le suplicó al chusquero que otorgaba los destinos) un servicio con armas; nada de esas mariconadas de cabo furriel, oficinista de intendencia, edecán del comandante, turuta en la banda o pinche de cocina que los más timoratos, y mira que los había a patadas en el cuartel, ansiaban hasta en sueños.

POLICÍA MILITAR: dos términos que si por separado ya inspiran un vago e indefinido temor, juntos, y con mayúsculas, ni te cuento lo que acojonan. Había que verle salir de patrulla con su nueve largo al cinto y la metralleta terciada sobre el pecho, el traje de faena en perfecto estado de revista, el correaje niquelao, y el casco con las siglas de respeto en el frontal bien sujeto por el barboquejo: los reclutillas se cagaban patas abajo (-Diarrea cobarde espontánea -diagnosticaba el cachondo) en cuanto “El Máuser” hacía su entrada en la cantina y desparramaba la mirada amenazadora por entre la barra y las mesas. El decorado cambiaba de golpe: los dados y el dominó cesaban veloces en su alegre tintineo, las cuarenta en bastos (o lo que pintara en ese momento) no se cantaban, las fichas del parchís perdían la color a pasos agigantados, la oca se escondía rauda en el pozo por si las moscas, el rey se enrocaba por su cuenta y riesgo…

Si había suerte y aquel día estaba de buenas se dejaba invitar (siempre cubata de coñá, fuera la hora que fuese) como haciendo un favor y santas pascuas, aquí paz y después gloria, que hoy tira “El Máuser” con balas de fogueo. Pero de esas jornadas plácidas y sin víctimas se recordaban más bien pocas: lo más normal era que un botón desabrochao, un faldón de la camisa fuera de sitio asomando valentón más de lo debido, unas botas escasas de betún y cepillo… cuando no una mirada mal escogida por algún “conejo” poco baqueteao todavía por la vida soldadesca o algún comentario inoportuno mascullado entre dientes por el listillo de turno y recogido por su radar siempre alerta, sacaran a pasear su estilo de legionario y dieran con el díscolo en el calabozo durante un par de semanas o, como mínimo, una noche en prevención, diez o doce imaginarias de matute y un par de “galletas” de propina. Durante su largo apostolado cuartelero, casi se podrían contar con los dedos de una mano los reclutas que escaparon indemnes a su yugo. Y a la vista de los malsonantes epítetos que le dedicaban con entusiasmo los de su quinta, tampoco puede decirse que la madre del Ramón gozara de mucha popularidad en el cuartel. Si hasta algunos mandos menores (cabos primeros, sargentos, brigadas... lo que viene siendo “el género chusquero"), recibieron una que otra reprimenda, y aun correctivo, con el consiguiente y perenne baldón en la hoja de servicio, por denuncias del Ramón en un claro exceso de celo de sus competencias policiales y saltándose a la torera el conducto reglamentario.

Pero, ay, amigo, como decía el estribillo de la canción de moda aquel verano de su desgracia, “todo tiene su fin”. El día de la licencia, mientras los demás mílites de su reemplazo festejaban la emancipación de semejante esclavitud dándose a la bebida sin tino ni conocimiento, y en tanto planeaban un último y devastador asalto a casa de Madame Ivette (la Patro, para los íntimos), se le vio llorar, por primera y única vez en su vida, a la hora de entregar sus pertrechos en la intendencia después de que los mandos del batallón, en un arranque de sensatez sorprendente entre gente de galones (más que nada por la falta de costumbre), le hubieran negado el reenganche por enésima vez acatando una “Orden de obligado e inexcusable cumplimiento”, firmada y rubricada por el teniente coronel de la Brigada y leída la noche anterior en el toque de retreta, con tós los soldaos firmes y tiesos como palos, pero más contentos por dentro que unas castañuelas en manos de folclórica. Hasta lagrimillas de alivio y alegría asomaron a algunos ojos. Pues anda que no tenían ganas ni ná de quitarse de encima aquella mosca cojonera.

El Ramón, que, dicho sea de paso, sin un arma en la mano no tiene ni media hostia, ahora se pasa la vida acodado en la barra del bar huyendo del celo de su legítima (la Encarni, no veas tú que fiera corrupia), y no pasa del café con leche o, tirando por lo alto, y en ocasiones especiales, un vermú con sifón y aceitunas.

Y es que, si lo piensas fríamente, al final no somos ná.

lunes, 14 de junio de 2010

Molusco sapiente (1)

Para Isabel Sánchez y sus "Miradas"

La concha de este molusco no es más que el fósil del salto fallido de una ola que intentase alcanzar las estrellas. Su laberinto está todo él fabricado de espejos, que pueden desvelar el misterio del amor y la vida a los que son capaces de mirar cara a cara al esplendor de su brillo. Este caracol deja a su paso no la inmundicia de la baba de la especie común, sino el líquido valor de la argenta, y con su huella borda las iniciales de los amantes próximos, siempre que sean tímidos y no se atrevan a proclamar su pasión en público. Muerto el cuerpo de este hermoso animal, su materia acaba por descomponerse, formando una extraña nube mañanera, y si algún curioso acerca el oído a la concha, sólo escuchará el fragor de la tierra en los instantes en que los terremotos la hacen temblar como a una muchacha sorprendida. 

Rafael Pérez Estrada (Bestiario de Livermoore ,1988)
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domingo, 13 de junio de 2010

El fútbol (2 porteros)


Para Antón Castro, forofo impenitente.



ZAMORA

Debutó en primera división a los dieciséis años, cuando todavía vestía pantalones cortos. Para salir a la cancha del club Español, en Barcelona, se puso un jersey inglés de cuello alto, guantes y una gorra dura como un casco, que iba a protegerlo del sol y de los patadones. Corría el año 1917 y las cargas eran de caballería. Ricardo Zamora había elegido un oficio de alto riesgo. El único que corría más peligro que el arquero era el árbitro, por entonces llamado el Nazareno, que estaba expuesto a las venganzas del público en canchas que no tenían fosa ni alambrada. En cada gol se interrumpía largamente el partido, porque la gente se metía en la cancha para abrazar o golpear.
Con la misma vestimenta de aquella primera vez, se hizo famosa, a lo largo del tiempo, la estampa de Zamora. Él era el pánico de los delanteros. Si lo miraban, estaban perdidos: con Zamora en el arco, el arco se encogía y los palos se alejaban hasta perderse de vista.
Lo llamaban el Divino. Durante veinte años, fue el mejor arquero del mundo.
Le gustaba el coñac y fumaba tres paquetes diarios de cigarrillos y uno que otro habano.

Eduardo Galeano
(El fútbol a sol y sombra, Siglo XXI Editores, 1995)





Me acuerdo de Lev Yashine, La Araña Negra, aquel magnífico arquero ruso que murió con una pierna de menos.