
Los botones de tus pechos,
los ojales de mis labios.
Esteban Peicovich nació en 1930. Autodidacta. Poeta. Periodista. De pesador de chilled y frozen beef en un frigorífico de La Plata (12 años) pasó a redactor, columnista y crítico de cine en el diario Clarín. Como enviado de ese medio al extranjero recibió el Premio Nacional Kraft al mejor periodista de diarios de 1963.
En 1964 fue nombrado secretario de redacción de La Razón. Entre 1974 y 1987 fue corresponsal en el exterior y a su regreso al país, presentador de programas de televisión y radio. Entre ellos Los Palabristas. Desde 1995, Peicovich es columnista del diario La Nación.
Su obra literaria y periodística incluye: Palabra limpia en mí (1960), La vida continúa (1963), Hola Perón (1965), Historia viva (1966), Introducción al camelo (1970), La poetisa analfabeta (1974), Reportaje al futuro (1974 España), El último Perón (1975 España), Instrucciones al pavo real (1993, Argentina), La bañera azul (1995, España), Poemas plagiados (2000, España), Gente bastante inquieta (2001, Argentina) y Así nos fue (2002, Argentina).
Como decía Whitman acerca de quitarse el sombrero, yo también incluyo en él a quien me da la gana. Y no por capricho, líbreme Dios de ciertas veleidades, sino porque considero realmente que todas ellas son magníficas escritoras.
Y además, son mis amigas. ¿Pasa algo? Pues eso.
Hoy quiero dedicarle esta entrada a Pilar Galán porque sí. Por lo ya comentado; porque es una magnífica escritora, una extraordinaria conversadora, una compañía impagable...
Y también, sí, porque tengo la suerte de tenerla como amiga.
Estos textos son sendos artículos publicados en el periódico "Extremadura" que ella me ha permitido reproducir aquí.
Gesto que yo le agradezco porque también considero que con ellos esta ventana recibe más luz.
Gestos
Los gestos marcan nuestra vida más que las grandes gestas. Se puede aparecer en los libros de historia por haber descubierto América, pero a lo mejor lo único que te importa es el recuerdo de una caricia o el sabor de una comida de la infancia. Existen gestos comunes a casi todos: el primer beso, la torpeza increíble de esos labios que no parecen tuyos, el primer amor y sus desdichas, el cigarro compartido que provoca náuseas a la puerta del instituto, sacarse la camisa por fuera y pintarse los labios en el espejo del ascensor para que no lo descubran tus padres, el tartamudeo del dedo recorriendo emes por la cuadrícula azul de un cuaderno olvidado. Más adelante aparecen otros rituales que conforman nuestra vida, como la primera vez que agarras un volante como si fuera una tabla de salvación, o ese momento en que agarras a alguien igual que en tu primera clase en la autoescuela. Gestos de ira, de cariño, caricias aprendidas por manos que firman hipotecas, declaraciones de amor, contratos de trabajo o cheques sin fondo. Gestos que compartimos o que son solo nuestros, o al menos eso creemos para sentirnos distintos y a la vez cercanos; gestos que marcan transiciones en la vida, como acunar un niño, teñirse las primeras canas, leer con miedo el resultado de unos análisis. Y por último, gestos que te enfrentan con el espejo, como esa noche, quizá ayer mismo, en que arropas con cuidado el cuerpo castigado por los años de quien te arropaba en tu infancia. Hay en ese momento un tributo callado al paso del tiempo, una entrega de testigos en la carrera agotadora, dichosa y extrañamente circular que constituye la vida.
Extremaunción laica
Justo cuando acabo de salir de un mes de comuniones profanas y bodas seglares, me entero de que existen los bautizos laicos. Hace tiempo que asisto alucinada al espectáculo de familias no creyentes que celebran por todo lo alto ritos que no comparten, que si por los niños, que si por la suegra, con la misma vieja excusa de las Navidades. A nadie le gustan pero todos acabamos por caer en la rutina impuesta de compras, comidas y cenas. He visto comuniones con pobres niños embutidos en trajes de esos que pican, rodeados de consolas, móviles y reproductores de música de última generación. Y novios que acudían a la iglesia riéndose de la ceremonia, aunque se habían dejado un sueldo en engalanar el sitio supuestamente despreciado. Y ahora, rizando el rizo, bautizos laicos, para dar la bienvenida al nuevo ciudadano a la sociedad democrática, como si nacer aquí no fuera ya suficiente fiesta con la que está cayendo en otros países. Si se trata de festejar lo que sea, se me ocurren otros motivos, el día de la suegra, el cuñado o la tía segunda, y así contentamos a todos. Pero si intentamos ser originales y mezclar churras con merinas, sacramentos y festines, yo propongo la extremaunción laica, por ejemplo, para que los seres queridos abandonen el mundo democrático con alegría y regocijo. Se elegirían padrinos, se recitarían poemas, y se vestiría al agonizante con mortaja de puntillas. Y se podrían regalar ataúdes de diseño, mientras comemos y bebemos, con la ventaja añadida de que no tener que aguantar discursos del homenajeado. Todo se andará, solo hace falta que una oveja empiece, y las demás formaremos rebaño.
Estoy, por lo general, en contra de las poéticas; el poema se explica por sí mismo o no se explica. Y si esto es así, como tal me parece, toda poética es un artificio inútil, mandobles al aire, espuma fugitiva.
En la poesía y en la música -como en ciertos templos sagrados- hay que entrar descalzos, en silencio, respetuosamente.
La poesía no se escribe con certezas, sino escarbando en las heridas.
(Imagen: Elías Moro)
En justa -y pobre- correspondencia, yo quiero dedicarle esta entrada.
Sabiduría popular
Respuesta de un barbero lisboeta a un cliente que, en el fragor de la discusión, llamaba analfabeto a un político:
“No hable mal de los analfabetos. Ellos inventaron la escritura”.
“A mi juicio, el mejor gobierno es el que deja
a la gente más tiempo en paz".
Walt Whitman