Esas gavillas de garcillas tiñendo de
blanco la maleza y el follaje de los islotes del río entre la niebla y la
humedad, bajo los densos nubarrones o el sol que nace, planeando su breve fulgor alado sobre la lábil piel del agua.
En otros tiempos iba mucha gente de promesa al puente de las candelas a implorar gracia divina para soldados que estaban en la guerra, para historias de amor, enfermedades, para obtener dinero, juventud, deseos inconfesables. Por ejemplo, muchos no se entendían con su pajarito, si le decían: ¿listo?, el respondía: ¡no! Había entonces que cruzar el puente hasta la cruz del molino con una candela encendida y cuidado de que no se apagara. Pero venía viento, un airecillo fino que bajaba de las montañas y a las manos les costaba lo suyo cubrir la llama y ¡hala!, vuelta a empezar, y así una y otra vez, un mes, un año... A una vieja que estaba llegando a la cruz se le prendió fuego la ropa y ardió todo: la ropa, la fe y el tiempo. Desde aquella desgracia la gente fue abandonando aquella devoción y ahora ya no va nadie. El domingo pasado fui a dar una vuelta y vi, en mitad del puente, al hijo tonto de la Filomena que llevaba en la mano su candela encendida. Vi la llama bien derecha, no la movía ni la brisa que bajaba por el río. ¿Qué gracia pediría? ¿Una vida normal o seguir tirando con su cabeza loca? Antes de llegar a la cruz del molino, cuando estaba a dos pasos, se detuvo y sopló la llama. (La miel, 1981)
Elías Moro (Madrid, "cosecha" del 59). Jugaba al baloncesto. Ahora quiere a sus mujeres (4) y a sus amigos, lee lo que le dejan, escribe como puede, baila salsa (aunque lo que le gusta de verdad es el tango). Algún enemigo tendrá también por ahí, no voy a decir que no. Estado actual: escéptico.
TESTIGOS DE CARGO
"Cuando escribes te manchas de ti mismo". Tomás Sánchez Santiago Foto de Guillermo Gallego