De un tiempo a esta parte, tengo una estrecha, intensa y muy querida relación con un grupo de escritores aragoneses -gente magnífica y que sabe muy bien lo que se hace con la pluma o el teclado-: Cristina Grande, Fernando Sanmartín, Antón Castro, Miguel Mena, Javier Barreiro, Julio José Ordovás, Santiago Gascón… Casi todos ellos, de un modo u otro, han ido apareciendo -y lo seguirán haciendo-, por aquí. A casi todos he tenido la suerte de conocerlos personalmente. Quien no lo había hecho todavía es Emilio Pedro Gómez, ese tipo de la foto con pinta de tuareg bonachón, y a quien no conozco en persona a pesar de haber sido el primero en el tiempo.
Nuestro primer contacto fue a raíz de una curiosa circunstancia, de una hermosa casualidad: en el breve espacio de nueve meses -un parto-, y ya digo que sin conocernos de nada, tanto Emilio como yo publicamos sendos libros con el mismo título, “Me acuerdo(s)”, e idéntica temática: la memoria. Ambos en la estela de los archiconocidos libros homónimos de Georges Perec y Joe Brainard. Otro amigo común, Hilario J. Rodríguez Gil fue quien nos puso en contacto.
Aquel volumen mío era un totum revolutum, recuerdos anotados sin orden cronológico ni temático. El de Emilio sí estaba dividido en capítulos. Catorce, concretamente: costumbres, juegos, personajes, tebeos y canciones, lugares…
Abro esta selección de sus “Me acuerdos” -uno por tema- con la cita de José Manuel Caballero Bonald que encabeza su libro:
El escritor es su pasado.
Me acuerdo del olor a gasolina que desprendía el rito de poner en acción un chisquero.
Me acuerdo de que la mano derecha de Franco, durante los sermones que nos echaba en Navidad, parecía trasplantada de un títere.
Me acuerdo de los paquetes de “Ideales” y “Bisonte” que nunca me atreví a desprecintar.
Me acuerdo de que el latín no era una lengua muerta. Se amontonaba en la liturgia, se sufría en las clases, se rezaba.
Me acuerdo de una vibración verde aquella vez que miré a Imelda.
Me acuerdo del reclamo penetrante del afilador. Animaba la calle su música, y el desnudo quehacer de su trabajo.
Me acuerdo de las peleas con espigas verdes de trigo haciendo diana en los jerseys.
Me acuerdo de la cansina tarea de quitarle las piedrecillas a una bolsa de lentejas.
Me acuerdo de que cualquier torero que se preciara tenía su pasodoble y película particulares.
Me acuerdo de que todo parecía preparado para encerrarnos a cal y canto en el catolicismo.
Me acuerdo de los baches, como volcanes naturales del asfalto.
Me acuerdo de las historietas de "Zipi y Zape". Los envidiaba. Sabían ser cobardes de una forma mucho más ingeniosa de cómo lo era yo.
Me acuerdo de que las niñas eran ángeles de carne y miedo.
Me acuerdo de que antes de recitar una poesía para Radio Popular de Astorga, tuve que hacer propaganda del “Chocolate Milagritos”.
Emilio Pedro Gómez nació en Astorga (León), si bien lleva más de tres décadas ejerciendo como profesor de Secundaria por las tierras de Aragón.
Su primer libro de poemas “Heridario”, publicado por Endymión, significó el alumbramiento de una poesía lúdica, espontánea y certeramente emocional.
En su segundo libro de poemas “Solamor”, nos muestra una visión lírica personal de la vivencia amorosa.
Su tercera entrega “Álbum de rotos” (Huerga & Fierro editores) recoge poemas a modo de instantáneas retrospectivas e introspectivas, que añoranza y misterio, infancia y muerte, delimitan.
Posteriormente obtuvo el premio “Isabel de Portugal” (Diputación de Zaragoza) por su poemario “La nieve horizontal de los vilanos”, en el que, a través de la blanca mirada de su madre, se adentra de puntillas en los parajes desolados de la demencia senil.
“Me acuerdos”, recupera setecientos instantes aparentemente banales, que al ser comunes para la gente cuya infancia y adolescencia transcurrió en las décadas del 50 y 60, configura -tal vez sin pretenderlo- un lírico paisaje de la educación sentimental de una generación.
En el poemario “Sílabas blancas”, fiel a su expresivo manantial de emociones, retorna al misterio de su madre invadida de olvido.
En “Haikus de la casa” (Editorial Eclipsados) deja clavadas domésticas mariposas del instante, leves muestras del aliento secreto de las cosas.