Hace 4 años
viernes, 30 de diciembre de 2011
jueves, 29 de diciembre de 2011
miércoles, 28 de diciembre de 2011
"Se buscan hombres para viaje peligroso"
El 13 de enero de 1914, en el "Times" de Londres, se publicó el siguiente anuncio:
“Se buscan hombres para viaje peligroso. Salario bajo, frío extremo, largos meses en la más completa oscuridad, peligro constante, y escasas posibilidades de regresar con vida. Honores y reconocimiento en caso de éxito”.
El objetivo: la exploración de la Antártida, cuyo Polo Sur fue alcanzado por el explorador noruego Roald Amundsen en 1911 en dura pugna con el inglés Robert Falcon Scott.
El anuncio fue pagado por Ernest Shackleton y, aunque parezca mentira dadas las draconianas condiciones, fue respondido por más de cinco mil personas.
Cincuenta y seis fueron las elegidas para emprender la aventura.
Me acuerdo de los exploradores polares que sobrevivieron al frío, al hambre y la fatiga, a base de comerse los perros que tiraban de los trineos.
Imágenes:
Ernest Sackleton
Roald Amundsen
Robert Falcon Scott
martes, 27 de diciembre de 2011
Muñecas ¡qué miedo!
¡Qué repelús me dan -me lo han dado desde siempre, que yo recuerde- esas muñecas vestidas de raso o puntilla y la cara de porcelana, con su inmovilidad de muerto reciente, con sus ojos abiertos sin remedio!
Son como las viejas locas de las películas, con kilos de maquillaje en el rostro y carmín sangriento en los labios, pero jibarizadas y encima de tu cama.
O con esas piernas de trapo o de plástico colgando de los estantes en la oscuridad del cuarto, esperando que despiertes en la noche para suministrarte una buena pesadilla.
lunes, 26 de diciembre de 2011
La página
Hay días en que me parece escribir como al dictado de alguien que me odiara.
Digo esto porque acabo de terminar una página. Y la pobre, cuando la miro, se queja. Con lo a gusto que estaba ella en su pureza, en su soledad, y ha tenido que llegar un osado como yo para humillarla con sus frases petulantes, vacuas, vacías.
Esta página escrita -lo advierto claramente en cuanto la leo- me perseguirá toda la vida, guardando con fiereza y odio las heridas por mí provocadas entre sus márgenes.
Y algún día les llegará la hora de su venganza. Y a mí la de sentirla.
domingo, 25 de diciembre de 2011
Polvorón
Polvorón. Con sus compinches mazapán, turrón, y otros adláteres de menor enjundia y categoría (garrapiñadas, peladillas, alfajores, guirlache…), y embozados todos ellos con azúcares y golosinas varias, comando gastronómico navideño capaz de causar enormes estragos en las papilas gustativas y el sistema digestivo de sus confiadas víctimas con sus alevosos atentados.
sábado, 24 de diciembre de 2011
Tres
Lápices
Me gusta el olor de los lápices, su tacto de madera; y esas virutas, como abanicos diminutos, que se desprenden de ellos cuando se afilan.
*******************************************************************
Vaya si se puede
Se puede ser de lo más inocente con ochenta años, y un perfecto tirano apenas aprendes a andar.
Conozco casos. Los he visto. Sé de lo que hablo.
********************************************************************
Autodefensa
Habla y habla y habla para no tener que escuchar lo que piensa.
viernes, 23 de diciembre de 2011
Dichos de Luder 7 (J.R.Ribeyro)
31-Soy como un jugador de tercera división- se queja Luder-. Mis mejores goles los metí en una cancha polvorienta de los suburbios, ante cuatro hinchas borrachos que no se acuerdan de nada.
32 -¡Cuánto lo siento!- se excusa Luder, cuando le piden su opinión sobre los trágicos griegos, Virgilio o La Divina Comedia-. Hasta ahora no he podido cumplir la cita que tengo en una isla desierta con los Grandes Autores de la Literatura Universal.
33 -Es un escritor tan anticuado- dice Luder-, que cuando abres uno de sus libros todas sus letras salen volando, como una nube de polillas.
34 -Grandes artistas son los que dan origen a una escuela- dice Luder-. Pero prefiero a los que desalientan con su obra toda tentativa de imitación.
35 -Esas casas en las cuales cada cosa está en su lugar me ponen la carne de gallina- dice Luder-. Se diría que están deshabitadas o que sus habitantes pasan superficialmente sobre todo. Cierto desorden es necesario para sentir la cálida palpitación de la vida.
jueves, 22 de diciembre de 2011
Álvaro Cunqueiro (Centenario)
Hace unos días recibí en mi buzón el nº 5-6 de la estupenda revista La Isla de Siltolá. En ella, una espléndida nómina de autores, encabezada por un poema inédito de Juan Ramón Jiménez, sin lugar a dudas uno de los mejores poetas que ha dado la lengua española en toda su historia.
En sus páginas encontró refugio y acomodo el siguiente texto que escribí hace unos meses como homenaje a Álvaro Cunqueiro, otro grandísimo escritor de quien hoy se cumple el centenario de su nacimiento.
He querido esperar hasta hoy para colgarlo en esta ventana haciéndolo coincidir con la fecha de su nacimiento.
Poeta y fabulador, articulista y gastrónomo, Cunqueiro ha sido, también sin duda para quien esto suscribe, uno de los nombres imprescindibles del siglo pasado en nuestra literatura.
Maese Cunqueiro
Para el gran fabulador, in memoriam
En el mundo que por mío tengo, y en tanto natura me dé fuerza y posibles para ello -favores ambos que espero disfrutar gozosamente durante luengos años-, pláceme confesar a tan singular y distinguida audiencia que no ha de faltar nunca cobija en el lecho ni plato a la mesa, que es como si fuera decir (y permítanle la licencia poética a este humilde relator) un lugar destacado en los estantes de mis libros más amados, para el fantasma de maese Cunqueiro, mozo que fue del hermoso lugar que dicen Mondoñedo, donde en el siglo pretérito, y en jornada de antevísperas de la Natividad del Señor, vino a nacer en familia boticaria -de lo que mucho presumía-, allá por la Mariña Central en la provincia de Lugo, serena y noble villa distante algunas leguas de las indómitas aguas cantábricas y no lejos tampoco de sus también rebeldes primos astures y a la que, en tiempos harto alejados del presente, le cupiera el honor de ser una de las siete capitales del Antiguo Reino de Galicia con su sede episcopal, su catedral con dos órganos, sus tejados de losa contra la lluvia y el viento y sus calles húmedas de piedra y niebla.
Término este mismo donde descansa por partida doble: su cuerpo mortal, en el Viejo Cementerio de San Lázaro, patrón de los pobres (aunque tampoco paréceme mal capitán para dar esperanza a los difuntos, que se levantó de su tumba tan pimpante y dispuesto en cuanto el nazareno se lo pidió); su efigie, en estatua sedente, mirando eterno, despejado de ánimo y libre ya y para siempre de infortunios terrenos, el discurrir de los días -ora calmos, ora atareados- en una plaza principal de la suya villa materna.
Vino a entregar su alma de hombre al Señor -camino ya de presumir de los setenta- el día en que cumple su paso anual febrerillo el loco, en el tiempo de los almendros florecidos, y en Vigo localidad, allí por donde dicen que la mar bravía -que está en el espíritu de esas aguas ser inquietas de por sí, y la inquietud, como es bien sabido de antiguo, turba el reposo, frunce el ceño y agria el carácter- se recostó mansamente para descansar un momento de su infinito ajetreo tras bajar, agotada de tanto naufragio y galerna, desde el finis terrae, dejando marcados, agradecida por la calidez y hospitalidad gallegas, sus dedos de espuma en la tierra y disponiendo su huella salobre en forma de rías que dicen baixas, con meloso acento, por aquel verde noroeste.
Grande, a fuer de discreto, poeta, maese Cunqueiro, intitulado Álvaro en su nombre principal, y aun Mora por honor de madre, diose también a cultivar con ahínco y talento fuera de lo común ese otro género de las letras que dicen prosa, gracias a lo cual tuvo largos y fructíferos tratos con plumíferos y letraheridos de toda estirpe y condición que velaban las armas de la palabra en gacetillas y periódicos; y alguno de estos diarios, de nombre marinero y luminoso y venerable, maese pilotó durante años con mano firme e ilustrada.
No habrán de fatigarse tampoco mis ojos recorriendo, dulcemente demorados y en perpetuo asombro y arrobamiento, las innúmeras páginas salidas de su pluma de ave ligera en esas tardes lluviosas tan del gusto norteño; ni querrá mi seso escaso trancar sus puertas -antes al contrario, que ha de abrirlas presto y sin demora a su llamada, incluso a horas de poca honra para visitas y cumplidos- a las tan bellas y extraordinarias historias literatas sembradas de pícaros y princesas, clérigos de aldea y damas viudas, sufrientes ganapanes y valerosos caballeros, embrujos y sirenas…, que ensoñaba, morriñoso y en dos lenguas, en su magín de galaico, de celta y de bretón.
Porque siempre me fue de gusto saber de los asuntos y fábulas de sus paisanos, de sus amoríos y melancolías, de sus lances e infortunios -que de ambos les acontecieron de sobra al correr de los siglos y de los que maese nos puso al corriente- mediante antiguos encantamientos y hechizos de mago o bruja.
Que era don Álvaro, aparte de “vago, fantástico y cordial”, como él mismo gustaba de decirse, letrado en muchos conocimientos -y con todos los compartía, que nunca fue egoísta de lo suyo- de heráldica y nigromancia, de cetrería y perfumes, de quincalleros y saltimbanquis, de obispos y sanadores, de cosas de tierra adentro y de los espíritus del aire y el agua, de la buena mesa y mejores caldos, de hierbas salutíferas y venenos de reptil…
Y de todo ello, y aun de gentes y leyendas y sucesos de más allá de tierras ignotas y océanos sin surcar todavía, estaba al tanto don Álvaro sobremanera, y muñirlo y contarlo como pocos sabrían también estaba en su gracia y en su don.
(“Y que lo más propio mío es sumar noticias que muestren lo vario que es el mundo, y lo ricamente, y con cuántas sorpresas, se puede almacenar la memoria humana”).
Asuntos todos éstos -y otros muchos que no cito en detalle por no hacerme de fastidio ni cansar en demasía al respetable- que medran a su antojo cual perrillos cimarrones, cual gatos monteses, por sus tan mentadas fábulas y aventuras, fuente, las más dellas, de asombro y gozo para los leídos, y también para los que no lo fueren por desgracia de cuna pobre, mas no se recatan en la atención y el respeto al que los cuentos dice, y son gustosos de escuchar.
Y puestos ya en decires y secretos, y antes ir acabando, he de confesar a usías -al abrigo amable de esta santa compaña, de esta lumbrecilla y este vinillo que parece vivo todavía, tal me agita la lengua y se me mueve por dentro buscando sus propicios rincones- que mi señor don Álvaro es de mi muy grande admiración, por su sapiencia de sabio humilde; que de humildes es compartir con extraños, como hago yo ahora mismamente con vuecencias siguiendo su ejemplo, y sin hacer gala de ello ni esperar favor o ventura alguna a cambio, los dones y saberes de que uno disponga.
Y ahora, discúlpenme, señores, la pausa, pues he de hacer cumplido honor a las viandas que me esperan, y que con tanto tino y acierto -la presencia del plato así lo atestigua- la dulce mesonera ha preparado y acercado hasta esta mesa, el Señor bendiga sus manos hospitalarias y hacendosas. Porque es de ley, y nuestra naturaleza así nos lo demanda sin faltar ni un día, darle al cuerpo sólido alimento y líquidos amables, y callar la parla de cuando en cuando.
Para que vayan ustedes abriendo boca en tanto yo abro la mía y doy cumplida cuenta del sustento, ahí, en esos pliegos que en vuestra mano tenéis, en esos humildes dípticos por mi mano transcritos -y seríame de gran agrado que ustedes los guardaran en recuerdo de esta jornada-, es fácil comprobar de cierto cuanto de mi maestro os he referido.
Y si de vuestro gusto es, y en vuestra voluntad está, otra jarra de rojo néctar para este cansado y demasiado hablador viajero sería festejada como merece, siéndome de gran desagrado que no brindaran y bebieran conmigo a la mayor gloria de mi señor Cunqueiro.
Que no quisiera yo andar en dimes y diretes ni figurar en coplillas de ciego a cuenta de mi tacañería de boca ni quedarme corto en alabanzas que de justicia son.
Maese Cunqueiro
Para el gran fabulador, in memoriam
En el mundo que por mío tengo, y en tanto natura me dé fuerza y posibles para ello -favores ambos que espero disfrutar gozosamente durante luengos años-, pláceme confesar a tan singular y distinguida audiencia que no ha de faltar nunca cobija en el lecho ni plato a la mesa, que es como si fuera decir (y permítanle la licencia poética a este humilde relator) un lugar destacado en los estantes de mis libros más amados, para el fantasma de maese Cunqueiro, mozo que fue del hermoso lugar que dicen Mondoñedo, donde en el siglo pretérito, y en jornada de antevísperas de la Natividad del Señor, vino a nacer en familia boticaria -de lo que mucho presumía-, allá por la Mariña Central en la provincia de Lugo, serena y noble villa distante algunas leguas de las indómitas aguas cantábricas y no lejos tampoco de sus también rebeldes primos astures y a la que, en tiempos harto alejados del presente, le cupiera el honor de ser una de las siete capitales del Antiguo Reino de Galicia con su sede episcopal, su catedral con dos órganos, sus tejados de losa contra la lluvia y el viento y sus calles húmedas de piedra y niebla.
Término este mismo donde descansa por partida doble: su cuerpo mortal, en el Viejo Cementerio de San Lázaro, patrón de los pobres (aunque tampoco paréceme mal capitán para dar esperanza a los difuntos, que se levantó de su tumba tan pimpante y dispuesto en cuanto el nazareno se lo pidió); su efigie, en estatua sedente, mirando eterno, despejado de ánimo y libre ya y para siempre de infortunios terrenos, el discurrir de los días -ora calmos, ora atareados- en una plaza principal de la suya villa materna.
Vino a entregar su alma de hombre al Señor -camino ya de presumir de los setenta- el día en que cumple su paso anual febrerillo el loco, en el tiempo de los almendros florecidos, y en Vigo localidad, allí por donde dicen que la mar bravía -que está en el espíritu de esas aguas ser inquietas de por sí, y la inquietud, como es bien sabido de antiguo, turba el reposo, frunce el ceño y agria el carácter- se recostó mansamente para descansar un momento de su infinito ajetreo tras bajar, agotada de tanto naufragio y galerna, desde el finis terrae, dejando marcados, agradecida por la calidez y hospitalidad gallegas, sus dedos de espuma en la tierra y disponiendo su huella salobre en forma de rías que dicen baixas, con meloso acento, por aquel verde noroeste.
Grande, a fuer de discreto, poeta, maese Cunqueiro, intitulado Álvaro en su nombre principal, y aun Mora por honor de madre, diose también a cultivar con ahínco y talento fuera de lo común ese otro género de las letras que dicen prosa, gracias a lo cual tuvo largos y fructíferos tratos con plumíferos y letraheridos de toda estirpe y condición que velaban las armas de la palabra en gacetillas y periódicos; y alguno de estos diarios, de nombre marinero y luminoso y venerable, maese pilotó durante años con mano firme e ilustrada.
No habrán de fatigarse tampoco mis ojos recorriendo, dulcemente demorados y en perpetuo asombro y arrobamiento, las innúmeras páginas salidas de su pluma de ave ligera en esas tardes lluviosas tan del gusto norteño; ni querrá mi seso escaso trancar sus puertas -antes al contrario, que ha de abrirlas presto y sin demora a su llamada, incluso a horas de poca honra para visitas y cumplidos- a las tan bellas y extraordinarias historias literatas sembradas de pícaros y princesas, clérigos de aldea y damas viudas, sufrientes ganapanes y valerosos caballeros, embrujos y sirenas…, que ensoñaba, morriñoso y en dos lenguas, en su magín de galaico, de celta y de bretón.
Porque siempre me fue de gusto saber de los asuntos y fábulas de sus paisanos, de sus amoríos y melancolías, de sus lances e infortunios -que de ambos les acontecieron de sobra al correr de los siglos y de los que maese nos puso al corriente- mediante antiguos encantamientos y hechizos de mago o bruja.
Que era don Álvaro, aparte de “vago, fantástico y cordial”, como él mismo gustaba de decirse, letrado en muchos conocimientos -y con todos los compartía, que nunca fue egoísta de lo suyo- de heráldica y nigromancia, de cetrería y perfumes, de quincalleros y saltimbanquis, de obispos y sanadores, de cosas de tierra adentro y de los espíritus del aire y el agua, de la buena mesa y mejores caldos, de hierbas salutíferas y venenos de reptil…
Y de todo ello, y aun de gentes y leyendas y sucesos de más allá de tierras ignotas y océanos sin surcar todavía, estaba al tanto don Álvaro sobremanera, y muñirlo y contarlo como pocos sabrían también estaba en su gracia y en su don.
(“Y que lo más propio mío es sumar noticias que muestren lo vario que es el mundo, y lo ricamente, y con cuántas sorpresas, se puede almacenar la memoria humana”).
Asuntos todos éstos -y otros muchos que no cito en detalle por no hacerme de fastidio ni cansar en demasía al respetable- que medran a su antojo cual perrillos cimarrones, cual gatos monteses, por sus tan mentadas fábulas y aventuras, fuente, las más dellas, de asombro y gozo para los leídos, y también para los que no lo fueren por desgracia de cuna pobre, mas no se recatan en la atención y el respeto al que los cuentos dice, y son gustosos de escuchar.
Y puestos ya en decires y secretos, y antes ir acabando, he de confesar a usías -al abrigo amable de esta santa compaña, de esta lumbrecilla y este vinillo que parece vivo todavía, tal me agita la lengua y se me mueve por dentro buscando sus propicios rincones- que mi señor don Álvaro es de mi muy grande admiración, por su sapiencia de sabio humilde; que de humildes es compartir con extraños, como hago yo ahora mismamente con vuecencias siguiendo su ejemplo, y sin hacer gala de ello ni esperar favor o ventura alguna a cambio, los dones y saberes de que uno disponga.
Y ahora, discúlpenme, señores, la pausa, pues he de hacer cumplido honor a las viandas que me esperan, y que con tanto tino y acierto -la presencia del plato así lo atestigua- la dulce mesonera ha preparado y acercado hasta esta mesa, el Señor bendiga sus manos hospitalarias y hacendosas. Porque es de ley, y nuestra naturaleza así nos lo demanda sin faltar ni un día, darle al cuerpo sólido alimento y líquidos amables, y callar la parla de cuando en cuando.
Para que vayan ustedes abriendo boca en tanto yo abro la mía y doy cumplida cuenta del sustento, ahí, en esos pliegos que en vuestra mano tenéis, en esos humildes dípticos por mi mano transcritos -y seríame de gran agrado que ustedes los guardaran en recuerdo de esta jornada-, es fácil comprobar de cierto cuanto de mi maestro os he referido.
Y si de vuestro gusto es, y en vuestra voluntad está, otra jarra de rojo néctar para este cansado y demasiado hablador viajero sería festejada como merece, siéndome de gran desagrado que no brindaran y bebieran conmigo a la mayor gloria de mi señor Cunqueiro.
Que no quisiera yo andar en dimes y diretes ni figurar en coplillas de ciego a cuenta de mi tacañería de boca ni quedarme corto en alabanzas que de justicia son.
miércoles, 21 de diciembre de 2011
El gran Sanmartín (2)
Con el relato titulado Crónica de un argumento, Fernando Sanmartín (Zaragoza, 1959) ha obtenido un accésit en el "Premio Internacional de Relato Breve Julio Cortázar", convocado por la Universidad de La Laguna.
Poeta, narrador y crítico literario, Fernando es un excelente escritor.
En libros como Apuntes de París, La infancia y sus cómplices o Heridas causadas por tres rinocerontes; en dietarios como Hacia la tormenta o Los ojos del domador; en libros de poemas como Noches de lluvia en el embarcadero, Antes del hielo o Infiel a los disfraces, hay magníficas muestras de su buen hacer literario, libros que todo lector atento no debería perderse.
Con Viajes y novelerías, un delicioso volumen de artículos viajeros, obtuvo el "XI Premio Café Bretón".
En breve, Xordica, su editorial de referencia, publicará su primera novela, Te veo triste.
Si a todo esto le sumamos que es una excelente persona, generoso y leal, discreto y elegante, comprenderéis mi alegría por esta noticia.
Hay que añadir también que le gustan los buzos y es hincha del Zaragoza.
Fernando Sanmartín ha obtenido un premio. Eso fue ayer. Yo lo obtuve el día en que empecé a tratarlo y a poder llamarme amigo suyo.
Enhorabuena, amigo.
martes, 20 de diciembre de 2011
Cosecha del 59 (7)
No humo
Como Vinyoli,
me he propuesto escribir
poemas concretos.
Versos que aludan a la herida del perro
que curo cada tarde con un espray violeta,
o a esos hombres sentados a la sombra del mundo,
con sombreros de paja y petos color mahón
que miran de reojo cuanto pasa a su lado.
Yo también envejezco
y como él necesito
realidades, no humo.
Álvaro Valverde (8 de agosto)
Ilustración: Ignacio Fortún
lunes, 19 de diciembre de 2011
sábado, 17 de diciembre de 2011
Cesaria
Acabo de recibir dos correos de amigos dándome cuenta de la muerte de Cesaria Evora.
Hará unos veinte años que la escuché por primera vez gracias a otro amigo que me habló de ella con un fervor inusitado en él y, por eso mismo, difícil de no tener en cuenta.
Fue todo un descubrimiento; sus canciones, esas mornas sensuales y tristes que ella parecía bordar en nuestros oídos con su voz de agua, siempre formarán parte de la banda sonora de mi vida.
Recuerdo como si fuera ahora mismo un concierto de Cesaria en la iglesia del complejo San Francisco de Cáceres: sentados en los bancos de la iglesia, estoy seguro de que los afortunados que aquella noche pudimos verla en directo, los destinatarios de aquella comunión pagana y laica, no lo olvidaremos nunca.
De vez en cuando paraba de cantar, se sentaba en una mesa camilla, y mientras los músicos tocaban, tomaba un trago, fumaba un cigarrillo, seguía el ritmo de la melodía con el vaivén de sus pies regordetes, la mirada perdida acaso en la espuma de su mar natal.
A la salida del concierto, cenamos en una terraza cercana el grupo de amigos que habíamos ido a verla; en una mesa próxima, ella cenaba también con su grupo de músicos, entre los que recuerdo especialmente a un hombretón de raza negra, con rastas, que tocaba el violín. Me impactó aquella imagen del minúsculo violín en las manos de aquel hércules, cómo acariciaba las cuerdas con el arco, cómo surgían de su caja las notas más dulces.
Mi emoción y timidez me impidieron acercarme y plantarle el beso agradecido que bien hubiera merecido por la felicidad que nos regaló.
Tiempo después escribí en homenaje a la diva el pequeño poema que transcribo a continuación, un poema que hasta ahora no había visto la luz en ningún lugar:
Poema para nombrar a Cesaria
Yo te corono, Cesaria,
voz antigua del mar,
latido triste del océano,
piel oscura del agua
tras el crepúsculo.
Y dono para tus pies
todas las algas,
todas las arenas,
las islas aquellas que prefieres.
Aquí podéis escuchar una de mis canciones favoritas de todas las suyas: Petit pays
Gracias, Cesaria.
Yo te corono, Cesaria,
voz antigua del mar,
latido triste del océano,
piel oscura del agua
tras el crepúsculo.
Y dono para tus pies
todas las algas,
todas las arenas,
las islas aquellas que prefieres.
Aquí podéis escuchar una de mis canciones favoritas de todas las suyas: Petit pays
Gracias, Cesaria.
Pistola
viernes, 16 de diciembre de 2011
Gasolinera
Hoy he estado repostando en una gasolinera de un pueblo perdido en una carretera secundaria, por no faltar. La España profunda, que antes se decía. Bueno, pues o ya no es tan profunda o es que nos da lo mismo porque no le vemos el fondo al pozo.
¿¡Qué coño ha pasado en este país para que se hayan ido a la mierda sus señas de identidad con más solera sin que nos diéramos cuenta hasta ayer, como quien dice!?
Cuando tú paras en la gasolinera de un pueblo perdido en un secarral como ese que digo, lo que menos esperas encontrarte es con lo que yo me he topado hoy: una nave espacial más grande que el propio pueblo: una cosa entre el Nou Camp de Barcelona y el Guggenheim de Bilbao, entre el Nido de Pájaro de Pekín y la Ópera de Sidney. Climatizada, perfumada, automatizada. Una voz metálica y como sinusítica, andrógina, te daba la bienvenida y el adiós, las luces se encendían solas al detectar tu presencia, hilo musical chill out … Hasta se abrían sin tocarlas las puertas del váter. Coño, que acojonaba un poco.
Joder, a ver si me he equivocado y esto va ser la entrada de la NASA, me dije por lo bajini.
¿Dónde, por dios santo, han ido a parar esas gasolineras de toda la vida, con esos expositores con casetes de Karina o Raphael o Juanito Valderrama, que si andabas mohíno por lo que fuera te comprabas uno, lo ponías en el coche y venga a cantar a voz en grito esas molonas melodías mientras devorabas kilómetros a tutiplén? Una terapia cojonuda que, por otra parte, os recomiendo vivamente.
¿Dónde, ánimas benditas del purgatorio, esos muestrarios de llaveros que nunca comprarías aunque te mataran pero que te alegraban la vista, esas vitrinas cutres con panoplias y estanterías a rebosar de los más espantosos ejemplos -feos, sí, pero con sobrada garantía- de la industria del acero en Albacete? Quiero decir, navajas traperas, cuchillos meloneros, facas para cortar el tocino… Cosas así, útiles y sencillas.
¿Dónde, santísima corte celestial, esos contundentes bocadillos de calamares o de panceta a la plancha que levantaban a un muerto, esos colgaderos con la chacina local chorreando su grasilla, ese mostrador de formica y ladrillo visto o cantos rodaos, ese camarero con mandil a rayas recitándote de corrido las especialidades de la casa?
No sé qué me pasa hoy, yo creo que me han abducido los de marketing de las petroleras.
Había que ver al mancebo que atendía, es un decir, a la clientela, que esa es otra: después de diez minutos bajo un bochorno impropio de la fecha esperando a que saliera alguien a atenderme (no había nadie más, no vayáis a creer que aquello estaba a reventar), entro a preguntar, chorreando sudor, si hay algún problema con el servicio: -Ninguno, colega -me dice el prenda del mostrador-; pero si es gasofa lo que quieres, te la pones tú, que yo no estoy aquí pa eso -me ha largado el tío del tirón. Con un par. Toma castaña pilonga y miel de mil flores silvestres. Y encima, y por si acaso, había que pagar por adelantado. Con tarjeta, por supuesto, nada de esa antigualla del efectivo rebuscando monedas en los bolsillos. Porque ya no había navajas a mano, que si no…
Había que verlo, digo, pesquisando las páginas salmón de los periódicos con cara de enterarse de algo. Y una mierda te vas a enterar tú de los entresijos bancarios y los vaivenes del mercado bursátil: no se enteran los ministros de economía, los gobernadores de los bancos centrales ni los barandas del FMI, y se va a enterar un destripaterrones con mono, que seguro que tiene la boina junto a las chirucas en el vestuario y la vespino trucada en la parte de atrás para cuando acabe el turno, se quite ese uniforme corporativo ("arreglao pero informal", que decía la canción) diseñado por un modisto con un subidón de anfetas, y se largue a buscar a la Yesi con la sana y lógica intención de meterle un buen meneo en la era más próxima.
El tal sujeto tenía un paisano ocioso al lado con una pinta de matarife que tiraba para atrás (este había venido en bici fijo, porque no se había quitado las pinzas de los pantalones y esta pista no falla), chupando un palillo en una comisura y un cigarro de plástico en la otra que no se sacaba de la boca (ninguno de ellos, que era digna de ver tal pericia) ni para preguntar: -¿Cómo está hoy el Ibex, Genaro? ¿Y el Nasdaq? ¿Y el índice Nikei? Porque la Bolsa de Tokio abre antes, ya lo sabes, y siempre es un indicador de por dónde pueden ir los tiros en el parqué y qué barruntan los mercados. ¿Y el diferencial de la prima de riesgo? ¿Y la deuda soberana de los países de la zona euro?
En cuanto se percató de mi presencia, y de la cara que sospecho se me estaba poniendo oyendo el desbarre, empezó a darme unas explicaciones que ni yo le había pedido ni se me hubiera ocurrido hacerlo. Se conoce que el hombre andaba algo aburrido y con ganas de charleta, allí solo el pobre todo el día con el lumbrera del Genaro: -Es que voy a vender un buen puñao de borregas preñás y unas hectáreas de alcornoques de corcha y estoy estudiando posibilidades de inversión del exceso de liquidez. Para diversificar riesgos, sabe usté. Quizá en bienes raíces. Aunque me inclino más bien por las letras del Tesoro, que siempre son un refugio medianamente seguro. O arriesgar un poquito en tecnología: estaba pensando en eso de los ordenadores de la manzana con el mordisco, pero ahora que la ha diñao el baranda... Uf, no sé, no sé -cabeceaba indeciso el rústico inversor. ¿Usté qué opina?
Para opinar estaba yo, no te digo. Yo alucinaba en colores: si me pinchan en ese momento no me sacan ni gota de sangre.
Invierte en manicomios y asegúrate una plaza, estuve a puntito de decirle.
Tú antes llegabas a un sitio de estos y a poco que te descuidaras te veías atravesando una cortinilla de chapas aplastadas de refrescos o cervezas después de apartar con el zapato al perrillo tendido a la puerta; o pegabas la hebra echándote un cigarrito (que ya tampoco se puede, porca miseria) con el mozo de turno, sentados los dos a la sombra de un toldillo o una parra: que si la leyenda de “la chica de la curva” (que parecía que en cada pueblo tenían la suya propia para no ser menos que el de al lado); que si lo ricos que están el “sangre de toro” y los pestiños de la zona; que qué buena viene este año la cosecha de aceitunas (las mejores del mundo, por supuesto). Y si era lunes, vaya mierda de partido que jugó ayer el Madrid, que lo futbolero siempre es un tema que da mucho juego. Que no digo yo que esto fuese el colmo de la modernidad y la eficacia, vale, pero pasabas un ratito agradable, un descansito, una atención, vaya.
Estirabas las piernas, le dabas una alegría a la vejiga, te lavabas la cara para espabilarte, te bebías el tercio de un par de tragos… Pues olvídate de tales momentos felices, todo eso ya ha muerto para siempre; por lo menos en el negocio de la distribución y venta de hidrocarburos fósiles aptos para la automoción.
Salí de allí pitando, y aquí, delante de testigos, juro por mis muertos que no me ven más el pelo por ese sitio como que todavía respondo por el nombre que me puso mi madre.
Que aquí el más tonto hace botijos, y si no ha estudiado neurocirugía ha sido por pereza y no por falta de talento.
¡País!, que decía el Forges.
En cuanto se percató de mi presencia, y de la cara que sospecho se me estaba poniendo oyendo el desbarre, empezó a darme unas explicaciones que ni yo le había pedido ni se me hubiera ocurrido hacerlo. Se conoce que el hombre andaba algo aburrido y con ganas de charleta, allí solo el pobre todo el día con el lumbrera del Genaro: -Es que voy a vender un buen puñao de borregas preñás y unas hectáreas de alcornoques de corcha y estoy estudiando posibilidades de inversión del exceso de liquidez. Para diversificar riesgos, sabe usté. Quizá en bienes raíces. Aunque me inclino más bien por las letras del Tesoro, que siempre son un refugio medianamente seguro. O arriesgar un poquito en tecnología: estaba pensando en eso de los ordenadores de la manzana con el mordisco, pero ahora que la ha diñao el baranda... Uf, no sé, no sé -cabeceaba indeciso el rústico inversor. ¿Usté qué opina?
Para opinar estaba yo, no te digo. Yo alucinaba en colores: si me pinchan en ese momento no me sacan ni gota de sangre.
Invierte en manicomios y asegúrate una plaza, estuve a puntito de decirle.
Tú antes llegabas a un sitio de estos y a poco que te descuidaras te veías atravesando una cortinilla de chapas aplastadas de refrescos o cervezas después de apartar con el zapato al perrillo tendido a la puerta; o pegabas la hebra echándote un cigarrito (que ya tampoco se puede, porca miseria) con el mozo de turno, sentados los dos a la sombra de un toldillo o una parra: que si la leyenda de “la chica de la curva” (que parecía que en cada pueblo tenían la suya propia para no ser menos que el de al lado); que si lo ricos que están el “sangre de toro” y los pestiños de la zona; que qué buena viene este año la cosecha de aceitunas (las mejores del mundo, por supuesto). Y si era lunes, vaya mierda de partido que jugó ayer el Madrid, que lo futbolero siempre es un tema que da mucho juego. Que no digo yo que esto fuese el colmo de la modernidad y la eficacia, vale, pero pasabas un ratito agradable, un descansito, una atención, vaya.
Estirabas las piernas, le dabas una alegría a la vejiga, te lavabas la cara para espabilarte, te bebías el tercio de un par de tragos… Pues olvídate de tales momentos felices, todo eso ya ha muerto para siempre; por lo menos en el negocio de la distribución y venta de hidrocarburos fósiles aptos para la automoción.
Salí de allí pitando, y aquí, delante de testigos, juro por mis muertos que no me ven más el pelo por ese sitio como que todavía respondo por el nombre que me puso mi madre.
Que aquí el más tonto hace botijos, y si no ha estudiado neurocirugía ha sido por pereza y no por falta de talento.
¡País!, que decía el Forges.
jueves, 15 de diciembre de 2011
2 antologías
Hace unos días recibí en mi buzón un paquete -otro más- franqueado en Sevilla. Procedía de La Isla de Siltolá, una república de las letras que cada vez va tomando un rumbo más interesante en sus múltiples propuestas editoriales.
En él, dos antologías diferentes, pero complementarias: en la colección Agua, y con un poético prólogo de Rocío Fernández Berrocal, Primera Antología [Poesía Española Contemporánea] donde se han reunido autores tan importantes y distintos como Juan Ramón Jiménez, Antonio Colinas, María Victoria Atencia, Francisco Bejarano, Eloy Sánchez Rosillo, Andrés Trapiello, José Luis Piquero…
Poéticas y estéticas dispares en las que a buen seguro cada lector encontrará aquella que más le emocione.
La otra antología, que da inicio a la colección Nuevas traducciones, se titula Lengua de madera, está subtitulada Antología de poesía breve en inglés, y es exactamente eso: una extensa muestra de poemas breves en inglés con un recorrido de cuatro siglos a sus espaldas: desde Robert Herrick a Richard Jones pasando por Coleridge, Tennyson, Dickinson, Yeats, Sandburg, Pound, Auden, Larkin, Sexton, Simic o Heaney.
Así, hasta los setenta y seis poetas recogidos en sus más de trescientas páginas.
Preparada por Hilario Barrero, que lleva 23 años en Nueva York como profesor, ha supuesto para mí un auténtico descubrimiento: muchos de los poetas recogidos en ella eran perfectamente desconocidos para mí hasta este momento.
No lo serán de aquí en adelante.
Dos espléndidas antologías para atesorar por los amantes de la buena poesía.
Corred a por ellas.
miércoles, 14 de diciembre de 2011
Cosecha del 59 (6)
Vía Barcelona
Anoche encendí la tele y apareció la actriz Mary Santpere, con quien me unía un lejano parentesco a través de la abuela Natalia. El paso de los años no había desdibujado su inconfundible presencia. Grande, desgarbada, muy histriónica y con un acento catalán que ella exageraba hasta la caricatura, recordé sus años de gloria, cuando era un personaje habitual en el cine, en la televisión y hasta en el circo, pero también recordé sus años de pena y la sombra del maleficio familiar.
En el verano de 1987, su esposo Francisco, un industrial discreto y trabajador cuyo perfil nada tenía que ver con la farándula, embarcó en Barcelona a bordo de un buque de la compañía Transmediterránea con dirección a Palma de Mallorca, pero nunca llegó a las Baleares. En algún momento de la singladura, en alta mar, Francisco se arrojó por la borda. Todo el que se asoma alguna vez por la barandilla de un barco siente la poderosa atracción de las olas, pero también el escalofrío de imaginarse como yo imagino a Francisco: en mitad de la noche, en medio de la nada, teniendo como última imagen la del gran navío alejándose en la oscuridad. Allí se quedó hasta que unos pescadores recuperaron su cadáver a la semana siguiente. Un golpe muy duro para su mujer, del que aparentemente se había recuperado cinco años después cuando, por motivos de trabajo, tomó un avión en Barcelona para trasladarse a Madrid, se acomodó en su asiento, hojeó una revista, curioseó por la ventanilla y, como tantos pasajeros, reclinó la cabeza y quedó en silencio. Al tomar tierra en Barajas, las azafatas se extrañaron de que aquella pasajera no reaccionara con el estrépito del aterrizaje, ni tampoco después, con el revuelo de los pasajeros recogiendo sus cosas y abandonando el avión. Se acercaron a ella para despertarla, alguien la llamó por su nombre y alguien también la zarandeó suavemente, con tanto mimo como respeto. No respondió. Mary Santpere estaba muerta.
Anoche encendí la tele, apareció una película de colores desvaídos y con ella todos esos recuerdos que afloraron por casualidad. Ahora estoy en una estación de Barcelona. Tengo que tomar un autobús hacia la Costa Brava. Mi destino es un lugar llamado Sant Pere Pescador. Me pregunto si es ese mi destino.
********************************************************************
Félix
El día que nació Daniel, Félix le regaló un traje de baturro y un uniforme del Real Zaragoza. Dijo: “Las dos cosas que más van a hacerte sufrir en la vida, Aragón y el equipo de tu ciudad”. Entonces no sabíamos que Dani había nacido solo para ser feliz. El día que falleció Félix, al fallarle el corazón a los cuarenta y tres años, Daniel ya tenía catorce y nos regaló su ingenuidad, sus caricias y la sonrisa inquebrantable de quien ni siquiera sabe lo que es la muerte.
Ilustración: Ignacio Fortún
Fotografía: Vicente Almazán
martes, 13 de diciembre de 2011
El viaje
Animoso y decidido, impulsado por un súbito deseo de poner tierra de por medio con la rutina que me rodea, subo al desván y rescato mi vieja maleta de su olvido de polvo y oscuridad dispuesto a llenarla con lo necesario para el viaje.
Pero, ¿adónde voy? ¿Echo ropa de invierno o de verano? ¿Añado algunos libros o leeré a los autores locales una vez llegue adonde sea que acabe yendo?
La maleta, animal inmóvil, lleva abierta tres días en el suelo de la habitación, hambrienta, esperando engullir las migajas que le voy echando poco a poco, cada vez con más desgana y aprensión.
No parece el mejor equipaje llenar la maleta con migajas e incertidumbre.
Creo que lo mejor va a ser que aplace el viaje y me quede tranquilito en casa.
Por ahora.
Imagen: Beata Bieniak
lunes, 12 de diciembre de 2011
La mujer "centrífuga"
La mujer "centrífuga” debe su apodo a que todo hombre que entra en su radio de acción acaba siendo despedido de sus aledaños de golpe y porrazo. Y tanto más lejos de ella cuanto mayor haya sido el empeño puesto en acercarse a dicha mujer.
Y me da en la nariz que todos, en algún aciago momento que quisiéramos olvidar para siempre, hemos pasado por tan amarga experiencia.
Imagen: Mario De Biasi (1954)
sábado, 10 de diciembre de 2011
Caimán dormido
(Llamado también El muerto en ciertos pueblos de la ribera). Esta variedad de caimán sureño -y en esto apenas se diferencia de sus primos- tiene por costumbre permanecer inmóvil durante largas temporadas, muy quieto como un leño sobre el limo blando y deshecho de las orillas, o arrastrado por las corrientes sin rumbo fijo. Pero no puede evitar que su corazón se detenga de vez en cuando unos segundos, y que su alma infinita escape y cobre fuerza en otros cuerpos donde ha de vivir sin duda otras y múltiples vidas, esas que nadie ve o piensa pero que yacen en la raíz de todas las cosas, lo que puede verse con rara claridad en el frío cuarteado de piel y escamas parecidas al caucho, o, también, en el brillo casi pétreo de unos ojos sin pestañas, esos ojos siempre abiertos con que el caimán vigila las aguas.
Jordi Doce
viernes, 9 de diciembre de 2011
El encuentro
Camino de su labor, el cazador de moscas se encontró con el fabricante de aerosoles insecticidas.
Después de saludarse (al fin y al cabo eran colegas, estaban en el mismo negocio), hicieron un pacto con vistas a una mayor eficacia en su tarea destructora:
-Tú las atontas y yo las remato -dijo el primero, mientras el segundo asentía conforme del todo con la propuesta.
En un gesto teatral y simbólico para sellar su alianza, se intercambiaron las armas.
jueves, 8 de diciembre de 2011
miércoles, 7 de diciembre de 2011
Las apariencias engañan
Misma tarde, parecidas, casi idénticas situaciones, sensaciones diametralmente opuestas. Justo todo lo contrario de lo que uno podría sospechar a primera vista.
Vamos un grupo de amigos con ganas de pegar la hebra alrededor de unas cervezas. Nos sentamos en una terraza a la sombra para dar cumplida cuenta de ellas mientras charlamos de lo divino y lo humano. No hay más clientes en el lugar. Llega el camarero, indolente y sudoroso y, sin dar ni las buenas tardes, solicita la comanda de manera desabrida. La apunta dificultosamente en una libreta mugrosa y nos hace repetírsela despacito uno a uno para que no haya dudas. Un cuarto de hora después, cuando ya estábamos pensando en largarnos, regresa con el pedido en la bandeja -sin aperitivo, por supuesto- y deja las bebidas y los vasos, feos y churretosos, en el centro de la mesa de cualquier modo, esperando que las repartamos entre nosotros, cada cual la suya. Tenemos que llamarle la atención porque se ha equivocado en tres de ellas. Tres de siete.
Andará entre los cincuenta y los sesenta, el figura. Treinta años de profesión.
Apuramos deprisa y nos largamos jurando en arameo no volver a pisar por allí.
Cambiamos de local -apenas a unos metros del anterior- y aquí hay bastante más movimiento. El camarero acude presto, toma nota del pedido mentalmente, y en menos de la mitad del tiempo que nos tuvo esperando el otro, aparece con las bebidas que nos va repartiendo uno a uno sin fallo.
En la bandeja, también, tres cuencos de barro con diferentes aperitivos: aceitunas, altramuces y panchitos.
Entre los dieciocho y los veintidós, el mozo. Seguramente un estudiante sacándose unas perrillas durante el verano para pagarse la matrícula del curso siguiente.
Nos entran ganas de aplaudir y nos juramentamos para establecer la tertulia estival en este mismo sitio todas las semanas.
Y entendemos de golpe lo de las diferentes clientelas.
martes, 6 de diciembre de 2011
Cosecha del 59 (5)
Aritméticas
SIETE por ocho, cincuenta y seis. Este es el número de ventanas que tenía un edificio de Varsovia. Dormí junto a una de esas ventanas. En Washington y en Budapest también descubrí otros edificios que tenían cincuenta y seis ventanas. Pero no dormí dentro. Es fácil contar las ventanas de un edificio. Y las personas que se asoman. Lo que no es fácil es contar las ventanas que hay en cada persona. Y no hablo de lo irreversible.
********************************************************************
SEIS por tres, dieciocho. De madrugada, tú me lo contaste, sonó dieciocho veces tu teléfono. Eran dieciocho mentiras, dieciocho deseos. Pero el teléfono es una frontera. Y dieciocho días después volvió a sonar el teléfono. Aleteaba el sonido, me dijiste, como los murciélagos.
Fernando Sanmartín (18 de julio)
Ilustración: Ignacio Fortún
lunes, 5 de diciembre de 2011
Espejismo
domingo, 4 de diciembre de 2011
sábado, 3 de diciembre de 2011
Siena
Siena
en la filigrana labrada del camafeo,
en la perspectiva de las plazas renacentistas,
en la pobreza del melancólico y el loco,
en el círculo majestuoso de los buitres,
en la decrepitud de las mimosas en verano,
en el crepitar del estaño bajo el soplete,
en el orgullo valiente de los misericordiosos,
sin la lectura del misterio en los papiros.
viernes, 2 de diciembre de 2011
3 Presentaciones 3
Palabras menores (de la luna libros)
Juan Ramón Santos
En el aula de cultura de la calle Verdugo de Plasencia, a las 20:00 h., y a cargo del poeta Víctor Peña, se presenta este libro de cuentos, último trabajo de su autor después del extenso Biblia apócrifa de Aracia.
Un rato antes, en la misma ciudad, pero en la Librería Café La Puerta de Tannhäuser, José María Cumbreño, poeta y editor, presenta la colección "La Biblioteca de Gulliver" de Ediciones Liliputienses.
Está a punto de aparecer, si es que no lo ha hecho ya, el cuarto número, en esta ocasión del poeta uruguayo Emilio J. Lafferranderie con el título de Lugares prácticos/Caracteres.
Y entre uno y otro, pero en la Biblioteca Pública de Cáceres, a las 19:45h., se presenta Arrojar piedras, último poemario de Javier Pérez Walias, publicado en la colección "Vela de Gavia" de la sevillana La Isla de Siltolá.
La presentación correrá a cargo de Javier La Beira.
jueves, 1 de diciembre de 2011
Nicanor Parra
Esta vez sí; el jurado del premio Cervantes -que no siempre ha tenido su mejor año- ha acertado de pleno concediéndoselo a Nicanor Parra.
Para muestra, un botón de su talento poético:
Madrigal
Yo me haré millonario una noche
Gracias a un truco que me permitirá fijar las imágenes
En un espejo cóncavo. O convexo.
Me parece que el éxito será completo
Cuando logre inventar un ataúd de doble fondo
Que permita al cadáver asomarse a otro mundo.
Ya me he quemado bastante las pestañas
En esta absurda carrera de caballos
En que los jinetes son arrojados de sus cabalgaduras
Y van a caer entre los espectadores.
Justo es, entonces, que trate de crear algo
Que me permita vivir holgadamente
O que por lo menos me permita morir.
Estoy seguro de que mis piernas tiemblan,
Sueño que se me caen los dientes
Y que llego tarde a unos funerales.
¡Enhorabuena, maestro!
En la cama...
…con la muerte
Hará cosa de un mes llegó hasta mi buzón, procedente de los astilleros Anejos de La Isla de Siltolá, este libro que hoy se presenta.
Dado lo sugerente del título -En la cama con la muerte [25 poemas fúnebres]- y la proximidad de su entrada en mi casa con el Día de Difuntos, me sumergí en su lectura sin mucha demora, no me fuera a sorprender la muerte.
Y lo hice en la cama, sí, un poco homenajeando el título y también porque me gusta mucho leer en ella.
Es un libro muy hermoso: desde el aspecto formal, con unas preciosas fotografías de Miguel Fernández-Pacheco y Marcela Lieblich, hasta el contenido poético, que varía en la forma desde el soneto heptasílabo, el epigrama, la prosa poética o el versículo, hasta estas soleares, dedicadas por Luis Alberto de Cuenca a Ángel Guache, que os dejo aquí de muestra.
Soleares
Maldita sea mi suerte.
Mi novia me ha sorprendido
en la cama con la muerte.
Lo malo de aquella pena
es que vuelve cada noche
y es cada noche más negra.
Se va con la luz del alba.
No sé de mejor remedio
que el frescor de la mañana.
En abril me enamoré.
Me enterraron en abril.
En abril me casaré.
No sé de mejor olvido
que recordar muy despacio
las cosas que han sucedido.
Hay otro olvido muy dulce
que pasa por otros brazos
y que a otros brazos conduce.
Qué difícil es morirse
después de oler el perfume
de tus manos en el cine.
Quedáis todos formalmente invitados.
El presentador, de lujo: José María Jurado
Suscribirse a:
Entradas (Atom)