lunes, 30 de junio de 2014

"Tengo una cita con la muerte"


El pasado sábado se cumplieron 100 años de un suceso que cambió para siempre la historia de la humanidad: el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria durante una visita a Sarajevo a manos del ultranacionalista serbio-bosnio Gavrilo Princip. La muerte del heredero del Imperio Austro-húngaro fue el detonante. Exactamente un mes después, el 28 de julio, Austria declaró la guerra al entonces Reino de Serbia y tal proclama, merced a un juego de alianzas (Triple Entente versus Triple Alianza), desencadenó el conflicto más terrible jamás visto hasta entonces a escala mundial, la llamada “Gran Guerra” (1914-1918).

10 millones de muertos y 23 millones de heridos después, amén de la ingente destrucción de ciudades y territorios por toda Europa (el pueblo armenio casi desapareció por el genocidio perpetrado por los turcos), cuatro poderosos imperios (el austro-húngaro, el otomano, el alemán y el ruso) habían pasado a mejor vida.

Durante los cuatro años que duró, los campos de batalla del continente fueron el mejor laboratorio de armas y métodos con una casi infinita capacidad para matar: por poner dos ejemplos, la aviación y la guerra química dieron en ella sus primeros pasos con los resultados por todos conocidos en conflictos posteriores.

Y como en todas las guerras del siglo XX (más de 200 a lo largo y ancho del planeta) la población civil sufrió la peor parte, una criminal tendencia que no sólo no ha sido posible abolir sino que ha ido en aumento en todos los conflictos conocidos desde entonces. (Véanse, entre otros, Vietnam, Ruanda, Guatemala, Camboya, Yugoslavia, Afganistán, Sierra Leona, Irak o la de Siria en el momento actual).

Tras la capitulación alemana en noviembre de 18, la paz impuesta en Versalles por las potencias vencedoras dejó como secuela en los derrotados un germen latente de rencor nacionalista y ansias de venganza que dos décadas después explotó de manera aún más horrorosa con la barbarie nazi.

Entre medias de los dos conflictos mundiales, y también como generoso caldo de cultivo para el espanto futuro, la Gran Depresión económica del 29 (que acabó de golpe y porrazo con el espejismo de los “felices 20”), o el nacimiento y auge del fascismo (Italia y España principalmente).

Hace unos años, los jóvenes poetas Borja Aguiló y Ben Clark dieron a la imprenta en Ed. Linteo su traducción de un libro tan necesario como aterrador: Tengo una cita con la muerte, descarnados testimonios en forma de poemas escritos por anónimos soldados y oficiales caídos en combate. A su alrededor y a diario, miles de sus compañeros de armas morían también  (gaseados, ametrallados, bombardeados por la artillería, comidos por las ratas y los piojos, atrapados en el fango, calcinados por los lanzallamas…) en las infectas trincheras de Verdún o del Somme.

Los pobres desgraciados que intentaban rebelarse ante estas atrocidades y la escandalosa incompetencia de sus mandos, eran fusilados de manera sumaria prácticamente in situ.

Tengo una cita con la muerte* es un libro estremecedor del que uno sale manchado de sangre y vísceras y mierda y horror, pero también, y sobre todo, de heroísmo, dignidad y compañerismo.

*El título es un verso de Alan Seeger (1888-1916), un soldado y poeta estadounidense que se unió a la Legión Extranjera Francesa, muerto por disparos de ametralladora en Belloy-en-Santerre. Curiosamente, la fecha de su muerte coincide con el día nacional de su país. Fue, además, tío del magnífico intérprete de música folk Pete Seeger (1919-2014), una de las influencias más notables de cantantes como Bob Dylan o Víctor Jara.


 Alan Seeger

Este es uno de los extraordinarios poemas que podéis encontrar en el libro:

Reclutamiento

Ewart Alan Mackintosh 

“Muchachos, se os necesita, id a ayudar”,
decía el cartel sobre la pared
del vagón y pensé
en las manos que colgaron esa llamada.


Civiles obesos que deseaban
“poder ir a luchar contra el enemigo”.
¿No te los imaginas, allí, agradeciéndole
a Dios tener más de cuarenta y uno?

Chicas con plumas, canciones vulgares,
-versos insulsos sobre las necesidades de Inglaterra-,
Dios -y sabemos condenadamente bien
cómo debería rezar el cartel-.

“¡Muchachos, se os necesita! allí”,
temblando en el rocío de la mañana,
más pobres diablos como vosotros
esperando a que los matéis.

Id y ayudad a engrosar las listas
con los nombres de los muertos.
Id a ayudar a completar una columna
a los malditos periodistas.

Id a mantenerlos bien a salvo
del malvado enemigo alemán.
¡No dejéis que él venga aquí!
“Muchachos, se os necesita -allá vais”.

*

Hay una palabra mejor que aquella,
muchachos, ¿y no podéis oírla pronunciada
por la boca de un millón de hombres que reclaman
que compartáis su martirio?

Dejad que las putas sigan cantando
canciones cómicas sobre el enemigo,
dejad que los viejos gordos digan
que ahora los tenemos huyendo.

Mejor veinte años honestos
que toda una vida sombría.
Muchachos, se os necesita. Venid a aprender
a vivir y a morir con hombres honestos.

Aprenderéis lo que pueden hacer los hombres
si sólo pagáis el precio,
aprenderéis el júbilo y la fortaleza
que hay en vuestro solícito sacrificio.

Arriesgaos a la vida o a la muerte
bajo el cielo abierto.
Vivid limpiamente o apagaos rápido
-muchachos, se os necesita. Venid a morir-.


Ewart Alan Mackintosh

Una película:
“Senderos de gloria”, de Stanley Kubrick
 


Otro libro:
“Sin novedad en el frente”, de Erich María Remarque