Ayer se cumplieron
veinticinco años de la horrible matanza (entre cientos y miles de personas, según las fuentes, masacradas por el ejército y la policía) en la plaza Tiananmen de Pekín, a la que
el mundo asistió, fuera de proclamas y declaraciones retóricas sin contenido,
mudo e impotente, como siempre ocurre ante los horrores perpetrados por las
grandes potencias, y aun por la no tan poderosas.
Un cuarto de siglo
después las cosas siguen igual, si no más, de crueles, absurdas y delirantes en muchos rincones del planeta Tierra.
Me acuerdo del chino de
Tiananmen deteniendo la columna de tanques con su bolsita de la compra.
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