Madre política
Para Olga Bernad
Ni es porque fuera la
mía, ni yo soy de las que piensan esa estupidez de que todas son unas brujas;
le juro a usted, señor agente, que, así en general, no tengo nada en contra de las
suegras. Ahora mismito podría citarle media docena de ellas que conozco y son
bellísimas personas.
Pero si hablamos de la
que a mí me ha caído en suerte, eso ya es otro cantar: porque desde que me casé
con su hijito del alma (un calzonazos, este marido mío) muy a su pesar, y en
contra de todas sus sucias maniobras para que nuestra relación se fuera a
pique, que una de las dos no iba a cobrar la paga de jubilación se veía venir
de lejos.
“Pobrecito, mi pequeñín, menuda lagarta estás tú hecha”,
parecía decirme con aquel silencio de amenaza envuelto en miradas asesinas.
Y en el mismo banquete
de boda, que ya me dirá usted a mí si eso es normal.
Todo fue a peor, claro, desde que se vino a vivir con nosotros: a partir de aquel nefasto momento, mi vida se convirtió en un suplicio sin un momento de respiro.
Todo fue a peor, claro, desde que se vino a vivir con nosotros: a partir de aquel nefasto momento, mi vida se convirtió en un suplicio sin un momento de respiro.
Miraditas asesinas a mí.