lunes, 26 de junio de 2017

Órdago a la grande


Cuando yo andaba en esa imprecisa frontera entre la niñez y la adolescencia (digamos entre los 12-14 años), todavía sin risibles pelillos en la sotabarba y otros lugares más recónditos de la anatomía, pasaba muchos ratos en los bares del barrio viendo a los viejos jugar al mus con barajas resobadas. Solían marear durante horas un palillo entre los dientes o portar un cigarrillo pinzado en la oreja o adherido a las comisuras y calzar en la azotea boinas aún más trilladas de mugre que los naipes. Siempre había un corro de mirones alrededor de las baqueteadas mesas y sillas de formica y algunas veces los jugadores se aprovechaban de la concurrencia.
-Chico, tráeme un vinito, anda-, ordenaban como si nada al que tuvieran más a mano. -¡Y el aperitivo!, recalcaban por si acaso. Y tú obedecías al instante por si las moscas. El caso es que cuando comenzaba la partida yo me situaba detrás de alguno de los jugadores, veía sus cartas y me iba detrás del siguiente. Y así con los cuatro. Parecía un moscón revoloteando alrededor de un bizcocho. Y cuando ya había visto las cartas de todos y me había hecho una posible idea de por dónde podrían ir las cosas, alguno de ellos decía “mus”, y hala, cartas boca abajo en la mesa y a repartir otra vez. Nunca me enteraba de las jugadas, jamás supe a ciencia cierta merced a qué arcano misterioso ganaban unos y no otros, por qué jugaban con tan solo cuatro naipes, qué puñetas era aquello de chicas, grandes, pares, juego, órdago…. Pero el caso es que me embobaba con la rápida sucesión de envites y con cómo repartían luego el botín los ganadores de cada mano.
Siempre pensé que saber jugar al mus era algo que se adquiría con la edad y que, como por ciencia infusa, cuando llegara a viejo me sentaría en alguna silla similar con todo el derecho y dispuesto a lanzar órdagos a diestro y siniestro.
Pero que va; nunca he aprendido esa habilidad con los naipes y bien que lo lamento. Estoy seguro de que mejor me hubiera ido, porque muchos de los órdagos que he lanzado en la vida, a veces sin ton ni son, apenas guiado por una ciega, y luego demostrada inútil confianza, casi siempre se me han vuelto en contra.
Como un bumerán terco.

domingo, 25 de junio de 2017

"Nicanor el del tambor"


Me acuerdo de los juguetes de cuerda y lata: el camión de los bomberos, el patito nadador, el tranvía con los viajeros pintados en las ventanas… 
Nicanor el del tambor acabó con todos ellos.

sábado, 24 de junio de 2017

Cisne ("una morería")


El cisne, ese pajarraco tan presuntuoso que parece tener mayordomo.

lunes, 19 de junio de 2017

Incontinentes


Conozco dos clases de incontinentes: ciertos pacientes de urología y algunos, no pocos, escritores. 
Y a ambos se les notan más de lo deseable manchas sospechosas en los pantalones y las páginas.

sábado, 17 de junio de 2017

¿Suicidio?


En cuanto leí la supuesta nota de suicidio tuve la absoluta certeza que aquello no era más que un burdo montaje para encubrir su asesinato: esa más que notable ortografía, esa exacta puntuación, esa sintaxis perfecta, esa exquisita caligrafía...

viernes, 16 de junio de 2017

Penalti


Penalti. De manera indistinta, dícese de la impetuosa infracción que se comete por un exceso de celo bien en un terreno de juego deportivo, bien en un lecho todavía no conyugal. En ambos casos, con pelotas de por medio.

Siendo ya grave de por sí, el castigo subsiguiente al hecho no deja de parecerme desproporcionado, y aun cruel, con relación a la falta perpetrada. Sobre todo, en el segundo de los casos citados.

miércoles, 14 de junio de 2017

Soledad, tumulto


He llamado a la soledad y estaba ocupada con otro. 
Y aquí estoy, esperando turno en el tumulto.

domingo, 11 de junio de 2017

Inhumanidad


Inhumanidad. Rasgo distintivo del ser humano con respecto a los demás seres vivos, sean éstos animales, vegetales u otras personas cualesquiera, incluso de su entorno o parentesco más cercano. Ni siquiera el reino mineral se encuentra a salvo.
Y no me hagáis dar ejemplos, que no ando sobrado de tiempo ni está el horno para bollos.

viernes, 2 de junio de 2017

Libros, libros, queridos libros


Hace un rato, mi cartero (un tipo alto, simpático, competente... no todo está perdido en Correos) me ha entregado en mano tres paquetes con los libros de las imágenes.

A los de Cristian Bobin les tenía muchas ganas: es un autor que he descubierto recientemente a través de Facebook gracias a los textos suyos (auténticas perlas literarias) que ha ido colgando en ella Francisco Rodríguez, algunas de ellas recogidas en estas dos espléndidas muestras de Ediciones El Gallo de Oro.

Los restantes (los dos volúmenes de "Baluerna" y ese "Cuando el mundo se convirtió en mundo") comparten la curiosa circunstancia de haber sido editados por la Estación de Autobuses de Cáceres los primeros, y el Ayto. de Málaga el de Jordi Doce (ilustrado con unas viñetas del gran Rafael Pérez Estrada) para ser repartidos de manera gratuita a los usuarios del transporte público de esa ciudad.
Poesía sobre ruedas, como si dijéramos.
Voy a disfrutar con todos ellos como un bendito.

¿Y cómo demostrar mi agradecimiento a mis queridos Juan Manuel Uría, Jordi Doce y Antonio Carmelo P. Mendo por su generosidad conmigo?
Algo se me ocurrirá, seguro.

Mil gracias, amigos.