¿Adivinan
ustedes el destino del primer viaje oficial del nuevo rey, ese “joven (46 tacos
le contemplan, así que lo de joven me suena a pasteleo del rico….) tan
preparado” que, oh milagro, ha jurado el cargo heredado de papá en un templo
civil pero vestido de militar?
Les
doy algunas pistas: no va a ser a ninguna de las repúblicas europeas (Francia,
Italia, Alemania…) o las monarquías más avanzadas y respetables de nuestro
continente: Reino Unido, Suecia, Holanda, Dinamarca… Países, por cierto, en los
que tanto se fijan quienes nos gobiernan para según qué asuntos según les
interese. Y, qué casualidad, nunca para equiparar sueldos, mira tú por dónde.
Tampoco,
sépanlo, a cualquiera de los países emergentes de Sudamérica con los que tantos
lazos de hermandad presumen de tener. Ni siquiera a los omnipresentes amigos
yanquis, tan republicanos ellos y, mal que nos pese, donde mayormente “se corta
el bacalao”. Mucho menos -es que no dan ustedes ni una- a Japón, China, Rusia, Brasil,
México…, territorios densamente poblados y con mucho que decir en la esfera
internacional.
¿Lo
han adivinado ya? ¿No? Pues ya se lo digo yo: según el ministerio del ramo -un
portento, este Margallo-, el primer viaje oficial será a un microscópico estado
gobernado con mano de hierro -en guante de seda, eso sí, son unos maestros de
la hipocresía y la doblez- por una secta religiosa, única en el mundo mundial
con estado propio, que no se distingue precisamente por sus métodos
democráticos ni transparentes. Un estado endogámico de ¿castos varones? (es que
me meo de la risa) donde la figura de la mujer se reduce casi al papel de
siervas para satisfacer sin rechistar los caprichos y necesidades de la casta
que lo gobierna y donde la intolerancia, la opacidad y la ostentación campan a
sus anchas.
Nada
de extrañar si se piensa que en la recepción y “besamanos” en palacio posteriores
a la proclamación (un protocolo, permítanme, arcaico y absurdo a mi modo de
ver), el nuevo rey, en un gesto incomprensible, por no decir intolerable, en el
máximo representante de un estado aconfesional según la Constitución que
acababa de jurar, se inclinó ante el cardenal Rouco Varela que ya ni siquiera
es -y ni aunque lo fuese aún- presidente de la Conferencia Episcopal. El que
ostenta el cargo, Ricardo Blázquez, venía detrás en la cola y también se llevó
su real inclinación, faltaría más.
El
segundo viaje -o tercero, esto no está muy claro, ni Margallo se aclara con el
orden, porque unas veces dice una cosa y otras, otra- tampoco es moco de pavo: está
previsto que sea a una de esas coloridas monarquías del continente africano que
queda cerca, muy cerca de las costas andaluzas. El régimen del que gozan por
allí sus naturales tampoco puede decirse que sea un ejemplo en la separación e
independencia de los poderes públicos. En lo que sí sobresale este reino cuasi
medieval -o sin el cuasi- es en el cultivo, metamorfosis y exportación a nivel
planetario de la llamada por algunos “hierba de la risa”, y en pasarse una tras
otra por el forro de las criadillas las resoluciones de la ONU mientras sus
barandas con turbante o fez se toman un té con menta o se propinan un rotundo cuscús
de cordero entre pecho y espalda. Aquí tampoco descuella por su acreditada
práctica el respeto por los derechos de la mujer. Bueno, ni el respeto por los
derechos humanos en general.
¿Todavía
nada? Pues ya desvelo el misterio:
The winner is…
¡Ciudad del Vaticano! La Santa Sede. Resort (todo incluido) San Pedro. O como
dice un amigo mío sin tanto rollo, Curilandia.
La
medalla de plata -o de bronce- para Marruecos, también conocido por el Reino
Aluaí.
Ahí,
ahí, con dos cojones. Un par por viaje. Que se note desde el principio quien gobierna.
Miedo
me da pensar en alguno de los periplos posteriores de la testa recién coronada: lo mismo tira para Guinea
Ecuatorial a darle unos abrazos a ese paladín de la democracia que es el
Obiang.
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