"Cuando era
niño cogía los tranvías. Los amaba con un amor doloroso -bien que me acuerdo- porque
por no ser reales les tenía una inmensa compasión...
Cuando un día conseguí tener entre las manos el resto de unas piezas de ajedrez, qué alegría sentí. Puse nombre a las figuras y pasaron a formar parte de mi mundo de sueños.
Esas figuras se definían con nitidez. Tenían vidas distintas. Uno -cuyo carácter yo decretaba violento y sportsman- vivía en una caja que estaba encima de mi cómoda, por donde paseaba a la tarde cuando yo, y luego él, regresábamos del colegio, en un tranvía con interiores de cajas de cerillas, unidas por no sé qué trozo de alambre. Él siempre saltaba con el tranvía en marcha. ¡Oh, mi infancia muerta! ¡Oh cadáver vivo en mi pecho!".
Cuando un día conseguí tener entre las manos el resto de unas piezas de ajedrez, qué alegría sentí. Puse nombre a las figuras y pasaron a formar parte de mi mundo de sueños.
Esas figuras se definían con nitidez. Tenían vidas distintas. Uno -cuyo carácter yo decretaba violento y sportsman- vivía en una caja que estaba encima de mi cómoda, por donde paseaba a la tarde cuando yo, y luego él, regresábamos del colegio, en un tranvía con interiores de cajas de cerillas, unidas por no sé qué trozo de alambre. Él siempre saltaba con el tranvía en marcha. ¡Oh, mi infancia muerta! ¡Oh cadáver vivo en mi pecho!".
Libro
del desasosiego (Alianza ed. Madrid, 2016)
(Trad. de ManuelMoya)
Imagen: Ricardo Ranz
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