El
bandoneonista
Las
nieves del tiempo platearon su sien, sin embargo, su mirar aún conserva ese
aire gavión que enloquecía a las pebetas durante los tiempos de gloria.
Por
entonces, sus fotos descollaban tras las vidrieras de la calle Corrientes y su bandoneón
aderezaba los conciertos y las grabaciones de los grandes del tango.
Fue
aquella una época de madreselvas en flor, pese a lo que decían en las vitrolas
las letras de las canciones.
Fue la
época de los días parranderos y las noches de bacanal, siempre de copetín en
copetín o de boliche en boliche con las percantas, ajeno al devenir de un siglo
que empezaba a languidecer y a los cantantes que acompañaba les parecía un
"cambalache problemático y febril".
Pero todo
aquello se fue difuminando como la luz mortecina de un farol de arrabal: las
grandes estrellas se retiraban, las garufas decayeron, las bacanas envejecían
junto a cualquier otario y él, al mismo ritmo, iba quedando fuera de lugar.
De
pronto, el mundo había dejado de girar a sus pies y estaba cambiando en todos
los órdenes.
Era no
más el efecto del nuevo siglo. Era ese hálito fulgurante que emana cuando lo
inédito cataliza las esperanzas y, mientras pervive, parece vislumbrarse a toda
la humanidad apretujada en una vagoneta con rumbo al progreso.
Poco
después, extinguidos los fuegos de artificio, una atribulada sensación de
derrota anidó en los corazones. Con todo, sobrevivieron unos pocos cantantes,
unos cuantos instrumentistas y, principalmente, algún que otro garito donde, al
cabo de tantos años, no es preciso más que cualquiera de ellos suba al
escenario por sorpresa, igual que el bandoneonista esta noche, para
desentumecer el espíritu genuino del tango y la farra y recomponer unos tiempos
que, en verdad, nunca se fueron del todo.
La vieja
melodía resuena canyenguera y la pista de baile se colma de súbito.
Las notas
exhalan sensualidad.
Las
parejas oscilan concupiscentes, marcando el paso a la antigua, y todo recobra
el pulso de entonces.
Sobre el escenario, el bandeonista otea complacido, con mirar gavión. Por momentos, el mundo vuelve a girar a sus pies y con eso le basta.
No obstante, simula agradecer los aplausos aun a sabiendas de que no son para él... aun a sabiendas de que, en realidad, lo que aplauden las parejas es la impronta de un siglo problemático y febril que dio paso a otro semejante sin fenecer del todo. Un siglo que únicamente fue difuminándose muy despacio. Como la luz mortecina de un farol de arrabal.
Tomás Pavón (20 de julio)
Sobre el escenario, el bandeonista otea complacido, con mirar gavión. Por momentos, el mundo vuelve a girar a sus pies y con eso le basta.
No obstante, simula agradecer los aplausos aun a sabiendas de que no son para él... aun a sabiendas de que, en realidad, lo que aplauden las parejas es la impronta de un siglo problemático y febril que dio paso a otro semejante sin fenecer del todo. Un siglo que únicamente fue difuminándose muy despacio. Como la luz mortecina de un farol de arrabal.
Tomás Pavón (20 de julio)
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