domingo, 12 de septiembre de 2010

Paisanaje (13) Pantaleón



Pantaleón otra cosa no, que los demás vicios y pecaos no le tiraban lo más mínimo, decía que eran vulgares, pero el tema de la lujuria era para él, sin pararse un momento a pensar en el aparente contrasentido, sagrao:
Los fines de semana, ni caza, ni fútbol, ni misa, ni hostias, ni na. Yo, a lo mío, que pa eso me ha dao Dios esta maravilla -decía el verraco mientras se atusaba el bigote de cosaco que le enmarcaba las comisuras y se tanteaba los bajos con la mano sobrante.


En doscientos kilómetros a la redonda, todos los puticlubs, burdeles, casas de citas y similares locales del ramo (los tenía anotaos por orden alfabético en una libretilla mugrosa de la que no se separaba nunca, una especie de cuadrante para saber en cada momento a cuál de ellos tenía que acudir el próximo fin de semana, turno que respetaba a machamartillo) recibían a intervalos regulares sus visitas. Y qué visitas, señores: de ésas de “echar el candao, tirar la llave, y no asomar la jeta hasta el domingo de anochecía”.
-Y que no falte de , no me seas rata, fulanita, o menganito -encarecía el Pantaleón a la madame o al chulo, según el caso, en cuanto traspasaba con los colegas las puertas del lupanar.

El “Panta” y su grupito de gorrones (“Los Satélites” les llamaban por ahí porque siempre estaban girando a su alrededor) llegaban al antro que tocara ese día y se bajaban del 850 apestando a Varón Dandy, las patillas de hacha, la melena rizada, la camisa floreá abierta hasta el ombligo, medallón al pecho, el pantalón campana de mercadillo… El equipo completo, el uniforme de combate del perfecto lolailo. Se pasaban el peine, se olían los sobaquillos, se estiraban la pechera, se acomodaban la entrepierna con ese gesto tan nuestro y hala, p´allá que tiraban, listos pa correrse la juerga padre con las titis del local. Vamos, el colmo de la elegancia y el saber estar.

En el pueblo que hubiese tocao ese fin de semana, las conversaciones del lunes en las tabernas y corrillos de la plaza no versaban sobre otro asunto que la visita de rigor del “Pantaleón y Los Satélites”. Quien no estuviera avisao del tema podría pensar, a tenor del apodo de los susodichos, que éstos fueran acaso algún grupo de músicos principiantes, de esos que maltratan con una furia homicida el bajo, el saxo y la batería en las fiestas de los pueblos, con un vocalista penoso, dos epilépticas rubias de bote bien servidas de tetamen haciendo los coros de la melodía destrozada, y cobrando, cuando cobraban, unas miserables perrillas. Esto, claro, en el caso de no desagradar más de la cuenta a la concurrencia, que si no, lo más probable es que salieran del pueblo corridos de mala manera a gorrazos y pedradas, pies pa qué os quiero, y perdiendo en la desbandada, cuando menos, las baquetas y la dignidad. O sea, cobrando también, pero no en moneda de curso legal.

Un lunes por la mañana, Pantaleón no regresó al pueblo con “Los Satélites” como de costumbre, lo que, vista su disciplina espartana para estas cosas, nos extrañó un güevo. Interrogaos sus compinches, aseguraron, como quien no quiere la cosa y haciéndose los locos, “haberlo dejao echando el último con una negrita nueva en el negocio, cosa fina, y que ya vendría después, que no nos preocupáramos”.

Sí, hombre, lo que nos faltaba, preocuparnos nosotros por ese imbécil descerebrao. Como si no tuviéramos otra cosa mejor que hacer. Lo que pasa es que aquí siempre hemos sio mu curiosos, gente con la mente abierta a nuevas experiencias y conocimientos, que el saber, como ya dijo hace un porrón un sabio mu sabiamente, no ocupa lugar (aunque da mucho la lata, eso también), y la curiosidad intrínseca al espíritu del ser humano es lo que ha hecho avanzar el mundo desde el principio de los tiempos, que esto todo el mundo lo sabe, vamos, es de cajón.

Pasó el tiempo, y hete aquí que cuando ya lo dábamos por perdío pa los restos, Pantaleón regresó una tarde de sopetón, hatillo al hombro, más suave que un guante, abrochao hasta el gaznate, rapao como si hubiera pillao piojos (las orejas de soplillo, huérfanas de la antigua melena, mostraban una acusada tendencia a desabrocharse más de lo normal), y contando un cuento un tanto... ¿cómo diría?, difícil de tragar, para explicar tan súbita y prolongada ausencia.

Que había estao por las selvas del Perú enrolao en una milicia, pacificando indígenas de los de flecha y cerbatana y el rabo al aire, y “cogiendo”, que dicen por allí, de cuando en cuando con la flor y nata de las “visitadoras” tropicales. Huy, qué fino, “cogiendo”; huy qué exquisito, “visitadoras”: follando con putas como siempre, querrás decir.
Y una mierda como el sombrero de un picador. Una trola. Una castaña. Un camelo. Un cuento chino que no te lo crees ni tú, “Panta”.
No me apeo de la burra de que esta milonga la había sacao de alguna novela, que me suena una historia parecida en un libraco de un tal Bragas Rosas. O algo así; pero no me hagas mucho caso, porque, como leo poco (vamos, que no leo), me lío con los nombres. Aunque no me imagino yo al figura éste con novelas en la mochila. El “Playboy”, o el "Lib", como mucho. Pero bueno, quién sabe, pudiera ser, dicen por ahí que  la gente cambia. Y cosas más raras se han visto, ¿verdad?


Mas sé de buena tinta que la historia del “Panta” era mentira de principio a fin porque el Martín (alias “El Everest”, un artista en la cosa del escalo y el allanamiento de morada), un colega de parranda algo botarate, pero no mentiroso, eh, eso sí que no (que sólo le mentía al cura cuando iba a confesarse después de hacerse alguna pajilla, y el día que se casó cuando le dijo el “Sí, quiero” a la Rosi -y todos sabíamos que no quería, que nos lloraba en el hombro como un crío en la despedida de soltero; no te digo más que hubo que darle unas hostias bien dás pa espabilarle la tontuna y que cumpliera como un hombre-), me contó que coincidió con él una temporadita en la “Modelo”. Que también, vaya nombrecito para una cárcel. Parece de recochineo, coño. ¿De verdad que no había otro?

-Ni indios, ni selva, ni polvos, ni gaitas, ni pollas en vinagre. Valiente zumbao, el “Panta”. Nos tenía la chola como un bombo. Los libros, seguro, que le han comío el coco a base de bien y lo han vuelto majareta perdío. Pero ya te digo yo que lo de este tío fue un asunto feo, cosa de bronca de chulos con su poquito de sangre, escándalo público, y resistencia a la autoridá, que el “Panta”, ya sabes, siempre tuvo un arranque fácil (se ponía a cien en esiete segundos, como los ferrarris) y un freno pelín más complicao -me dijo el Martín cabeceando con firmeza para apuntalar su versión.

¿Y a quién vas a creer, eh, di, a quién? ¿A un colega o a un gilipollas?

Pues eso.

4 comentarios:

  1. Una vez más, excelente, divertido y escrito de maravilla. Entre crímenes y paisanajes, el tomo debe ser ya más que considerable.

    Un abrazo.

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  2. Gracias, Antonio.
    Si te ha parecido divertido, me alegro, pues esa es la intención primera de estos textos:
    arrancar alguna sonrisa del lector.

    Ahí seguimos, buscando tipos sobre los que escribir a ver si sale algo consistente.

    Un abrazo.

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  3. Me gustó mucho. Un personaje y una época en el mismo retrato. Y para retrato la foto. Magnífico, Elías.
    Un abrazo

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  4. Gracias, Daniel; estos comentarios, viniendo de vosotros, me animan a perseverar en el empeño.
    Y a ver si nos seguimos riendo, que buena falta nos hace.

    Un abrazo.

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