Uno
de los más hermosos poemas de amor que he leído nunca lo descubrí en una
pequeña plaquette que Manuel
Altolaguirre publicó durante su estancia en París en 1931 cuando el autor
contaba con apenas 25 años.
Dentro
de su brevedad, de su levedad, en esos pocos versos escritos ya hace más de
ochenta años encuentro más hondura y emoción de la que me siento incapaz de
hallar en tantos otros más afamados y pretenciosos.
Es
el tercero -al mediodía (despierto del
todo)- de los cuatro que conforman el poema unitario El día.
Lo
copio aquí tal como fue publicado en edición facsímil por Ediciones Norba 1004 de Cáceres en 1988 a partir de los originales
propiedad de Juan Manuel Rozas, escritor y crítico, catedrático de Literatura y
posteriormente decano de la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad de
Extremadura desde su llegada a Cáceres hasta su muerte en 1986, y cuyo
magisterio e influencia fue indudable en los frutos de una magnífica hornada de
poetas extremeños que estudiaron bajo su tutela.
Junto
a otros dos de esos poemas parisinos -Un
verso para una amiga y Amor-, la
edición estuvo a cargo de José Luis Bernal, que fue quien me la regaló.
al
mediodía (despierto del todo)
Bendigo
las articulaciones de mis manos
que
no son como pezuñasporque pueden acariciarte.
Y
la piel tan fina de mis labios
porque
mi sangre está mas cerca de la tuyacuando te beso.
Y
bendigo tu pelo largo
porque
cuando lo levanto como un alatu cuello es mas sensible a mis alientos
y más suave descansa sobre mi brazo
durante los largos reposos.
Manuel
Altolaguirre
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