jueves, 24 de diciembre de 2015

En la enramada (2)


Hay un mirlo oculto entre las hojas y flores que aún resisten en la glicinia vecina que vierte sus ramas hacia mi patio. En la mañana recién nacida, amarrado todavía a la teta oscura de la noche, aletea con firmeza, como espantando un sueño inquieto, en su alcándara liviana. Está amaneciendo frío y gris, con una niebla terca y pastosa -"meona" le decimos por aquí- apoderándose de todo y dispuesta a permanecer pese a los embates furiosos del día.
El ave trabaja con afán sobre su plumaje sacudiéndose las gotas de humedad que perlan su cuerpo, eliminando algún insecto insidioso con su pico de color incierto, entre naranja y amarillo, aferrado a su frágil ramita. Absorto en la enramada, aún no sabe de mi espionaje tranquilo, el escrutinio secreto de su labor que llevo a cabo sentado e inmóvil, oculto entre el silencio del porche en sombra, también yo con el sueño roto. Cometo el error de mover la cucharilla en la taza del café, y el sonido que producen ambos ojetos al chocar entre sí le advierte de mi ignorada presencia. Cruzamos fugazmente la mirada y el pájaro arranca a volar, negro hacia lo negro, con un canto de alerta y miedo en la garganta.
La mañana se torna más gélida todavía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario