martes, 20 de octubre de 2015

La mirada oblicua 3 ("Escrito en negro")



3

El Bizco era feo porque con el mismo golpe de vista miraba dos puntos cardinales, pero como era recio las hembras le ponían interés. Se casó con Josefa Fernández Marín y puso casa en El Borge, en el 3 de la calle del Cristo, en donde paraba poco para que no le prendiesen, y atendía a una querida a la que preñó y después ignoró a la criatura. El hermano de la muchacha le fue a pedir explicación, le dijo que si era hombrón para sembrar tenía que serlo igualmente para recoger y el Bizco le replicó con el puñal y le dejó los sebos fuera de dos traperas en el corazón. No le rindieron los hombres pero le fue arrugando el tiempo y los años le pusieron medio cegato, el asma se le exacerbó y le fatigaba cabalgar, el Estudiante dejó la sierra y el Frasco Antonio le riñó y quiso formar su propia banda. Se asoció entonces con un charlatán que se llamaba Juan Corrales que le convenció para invertir en una tasca en Madrid que le sirviese de retiro pero para la empresa necesitaba posibles y pensó en agenciárselos en el Cortijo Grande de Lucena, en Córdoba, una finca propiedad del conde de Medinacelli que la trabajaba en renta el indiano Cándido López. Mediando mayo de 1889 el Bizco del Borge tomó el cortijo y guardó de rehenes a la mujer y a los hijos del rentero y mandó al dueño a Loja, a vender un carro de pellejas de aceite que le reportasen los quince mil duros del negocio. Por el camino, Cándido López dio el aviso a los guardias, que mandaron dotación de dieciocho números del cuartel de Valdemoro para prender al bandido. Llevaron los hombres los gatillos al pelo de sus fusiles de reglamento y las ganas de revancha de la matanza de Iznájar. Doña María, la mujer del cortijero, accedió al cortejo canalla del Guiñao para eludir la navaja del cuello de sus hijos, hizo de sus tripas corazón pero aprovechó un descuido y le envenenó un tazón de chocolate que dejó al bandido en el retortijón. El Bizco olió a la ley y escapó a campo abierto, doblado de vientre y resoplón del asma, paró a recoger fuelle en un olivar que le decían El Cristo Marroquí y cebó el fusil porque no pensaba entregarse.

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