lunes, 19 de octubre de 2015

La mirada oblicua 2 ("Escrito en negro")


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Nació en la aldea de El Borge, en donde se arruga la uva para hacer el moscatel, en el oriente de Málaga, en la falda del cerro Egido, el día de san Antolín en 1837. Desde chico le cogió escrúpulo al trabajo honrado y propendió a la taberna y al negocio del contrabando, a las hembras complacientes y a los duros sin sudar. Como era bisojo miraba a las mujeres de dos en dos y le puso la vista encima a la que no debía, que era la novia de un apacentador de bueyes al que decían el Chirrina y era peleador de navaja. El Bizco y el Chirrina se vieron inevitablemente y en un secarral dirimieron con las carracas y ganó el Guiñao, que le abrió un tajo al contrario a la altura del gollete por el echó la vida. Hasta entonces la Guardia Civil había molestado al Bizco lo justo, por ser nada más que matutero de pueblo y buscador de jaleos, pero al adquirir deuda de sangre le tasaron la cabeza y le fueron detrás. Se echó a la sierra y formó partida bandolera con Manuel Melgares, que le decían el Estudiante porque sabía leer el latín y estaba en el monte porque siempre palmaba en el naipe, y con Francisco Antonio Palma, que le decían el Frasco y era lombardo de pellejo y caballista de renombre. Dejaron el contrabando pequeño y se hicieron bandidos y secuestradores que extorsionaron a los ganaderos de la comarca, el Estudiante era el urdidor y el escribiente de la amenaza, el Frasco el jinete y el Bizco el matón. Se les juntaron después Antonio Duplas el Francés, que era hijo de un desertor de Napoleón, Manuel Vertedor, Pepe el Portugués y un gitano con el morro de liebre que le decían el Mellao. La banda no gastó en misericordia y se dio a quemar los cortijos y el Bizco era el brutal: una vez paró en Iznájar, en Córdoba, mató dos guardias civiles disparándoles desde una loma solo por ensayar la puntería. Los pudo dejar pasar, como el agua que no has de beber, y sin embargo los tumbó a tiros por fardar de tino.

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