Ahora ya no vive nadie
en esa casa rosa que hay delante del prado
donde hacían las ferias de caballos.
Las persianas rechinan y se caen a pedazos
y dentro ha ido creciendo un melocotonero,
tal vez de un hueso que alguien tiró sin darse cuenta.
Era la casa de las tres hermanas americanas
hijas de aquel Fafín el loco que había estado en Brasil
y que volvió desde Génova en calesa
y le costó tres días
y llegó sin un céntimo.
La mayor de las tres hermanas apareció una mañana
ahogada en el lavadero, desnuda,
con el pelo cubriéndole la cara;
a la mediana la encontraron en un burdel de Ferrara;
la pequeña, la que me gustaba a mí,
un día que hicimos baile con gramófono
bailaba con mi hermano que la apretaba
por debajo de los hombros y yo, cabizbajo, miraba
las baldosas, que eran blancas y amarillas.
(La miel, 1981)
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