Con el permiso expreso de su autor, el periodista y escritor Martín Olmos, a quien le agradezco de veras su generosidad, comienzo hoy una serie de cuatro entregas consecutivas en las que se relata el capítulo "La mirada oblicua" del libro Escrito en negro (una tarde con la canalla), publicado por pepitas de calabaza ed. en 2014.
Dicho capítulo está encabezado por la siguiente cita:
“Al
Bizco del Borge se le atribuía por obra de su defecto ocular prodigiosa
puntería”.
Lorenzo
Silva
1
A
Luis Muñoz García le decían por bizcuerno el Guiñao, y como no tenía que cerrar
un ojo para apuntar, disparaba con la puntería de Satanás. Una vez que se la
discutieron, puso en la mesa lo de una talega de duros y se los empeñó a que le
acertaba a la veleta del campanario desde el extremo más alejado del pueblo. La
apuesta juntó al gañanaje, que se llevó el botijo, y el Guiñao cebó la chimenea
de su fusil de mecha, se chupó el dedo de señalar para ver de dónde le soplaba
la brisa, puso los dos ojos zainos en convergencia y le metió una bola de cobre
en el centro de la barriga a la veleta de gallo, que desde entonces ignoró el
viento. Después recogió la ganancia, convidó los chatos y le rompió la cara a
uno que insinuó que el tiro le salió suertudo. Es que Luis Muñoz García, además
de bizco y artillero, salió camorrista de pesebre, igual de valiente para la
pelea que maula para trabajar, hombrón de buena talla, que
como le quedaba lejos el suelo no le tuvo afición a agacharse para recoger la
uva, borrachuzo, faldero, asmático y medio teniente del oído derecho.
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