Queridas
amigas, queridos todos:
El
abajo firmante se complace en comunicaros que esta ha sido una semana muy feliz
para él, período temporal que paso a detallaros. Ya desde el mismo lunes, el
día más inapetente y elástico de la semana, mi buzón empezó a esbozar una
sonrisa con lo que iba engullendo por su boca. Juntos y en comandita llegaron
de la mano un magnífico catálogo, Rostros/Retratos.
Del pasado al futuro, editado por las Cortes de Aragón, y exquisitamente
adobado con textos de amigos tan queridos como Cristina Grande, Eva Puyó, Aloma
Rodríguez o Ismael Grasa. Una exposición y catálogo al cuidado de Manuel García
Guatas y Fernando Sanmartín, quien también firma uno de los textos y
responsable de que haya llegado hasta mí. Tapa dura, papel satinado, cuatro
tintas… Una joya. La exposición puede verse durante noviembre/diciembre en el
Palacio de la Aljafería de Zaragoza.
Pues
tal joya llegó de la mano, decía, de Aquellos
días de luz y palabras (Sabara narrativa), la última novela de Víctor Juan Borroy (¡qué ganas tengo
de conocerle personalmente!). Víctor, además
de profesor universitario, y de Caspe, circunstancia de la que presume a la menor ocasión, y hace bien, es el entusiasta director del Museo Pedagógico
de Aragón, con sede en Huesca, desde donde organiza y difunde diversas
actividades relacionadas con la historia de la pedagogía. Otras virtudes que lo adornan son la
lealtad para con los amigos, su pasión por el Real Zaragoza y su estampa de jinete.
El universo equino y el arte de la hípica no tienen secretos para él. Existen unos vídeos en youtube (1) y (2) donde su pericia, al tiempo que naturalidad, en la monta de su
yegua -"Zaragoza", of course- es más que patente. Según un extendido rumor en el mundillo de los
establos, Lester Piggott, el legendario jockey inglés, atesora esos vídeos entre
sus favoritos. Algunos afirman que los proyectan en pantalla gigante en el
hipódromo de Ascot en los instantes previos a la famosa carrera para disfrute de
los asistentes. Cuando acaba el visionado, un tremolar y revuelo de pamelas a cual más extravagante,
que las distinguidas damas asistentes lanzan al aire en fervoroso homenaje a tan excelso
centauro, se enseñorea del cielo inglés tiñéndolo de color. Los organizadores del Derby de Epsom y el Grand
National han copiado también la idea.
Como
regalo añadido desde las tierras mañas, Miguel Mena, otro magnífico escritor,
locutor en la SER, ciclista y viajero, me anuncia el inminente envío de su
último libro, Micromemoria, que acaba
de aparecer en la colección “Papeles de Trasmoz” de la editorial Olifante.
Y
Emilio Pedro Gómez, otro impenitente escritor y viajero, compinche de “me
acuerdos”, me envía a través del correo electrónico un hermoso poema dedicado a
otro pintor zaragozano: Ignacio Fortún, quien tuvo la generosidad de cederme
sus pinturas para ilustrar las entradas de mi “cosecha del 59”.
El
martes, y también desde Zaragoza, vía Cáceres, vía “Librería El Buscón”, vía
Chema Cumbreño -que no se me olvide pagárselo- llegó hasta mí el tan esperado Por qué escribo (Xordica), recopilación de artículos de Félix Romeo, de quien acaban
de cumplirse dos años de su temprana e injusta desaparición. No, desaparición
no; de su muerte, porque el recuerdo de Félix no desaparecerá nunca de la
memoria de sus lectores y amigos. Una espléndida edición -por cierto, con una divertida
y atrayente portada del Colectivo Anguila con ese Félix en pantalón pirata y
tapándose un ojo- preparada con mimo por los arriba citados Ismael y Eva.
El
miércoles estuve, gracias a un vídeo grabado por Víctor Juan, que también hace
sus pinitos con la cámara, en el Hotel Reino de Aragón: la peña zaragocista “Los
Aupas” impuso su insignia de oro y brillantes en el augusto pecho del gran Pepe
Melero (escritor, bibliófilo que lee, cantor de jotas…), acompañado para la
ocasión por Yolanda, su sufrida mujer, y un nutrido grupo de amigos. Elegantón
y bizarro, tierno y dicharachero, se marcó un discurso en el que siempre
parecía a punto de acabar para empezar de una vez con la pitanza, pero al que
sumaba de repente otro recuerdo, otra cita, otra anécdota más para contento del
respetable, que se aguantaba de buen grado las ganas de hincarle el diente a las, a buen seguro, apetitosas viandas. En lo de la
bebida no me meto porque no tengo datos fidedignos, aunque sospecho, y espero, que
correría con abundancia y salero, como es de ley en este tipo de eventos. Antón Castro escribió
para la ocasión un texto precioso. También aparecieron por allí Luis Alegre (por
favor, por favor, que alguien me regale, o me consiga -estoy dispuesto a
pagar-, su Besos robados. Pasiones de
cine, Xordica, 1994), y, por
sorpresa, David Trueba, quien acaba de estrenar Vivir es fácil con los ojos
cerrados, su última película. Film (¿habéis visto con que soltura he soslayado la
repetición del término para evitar la cacofonía?) en el que Melero debuta en la
gran pantalla dando comienzo a su rutilante carrera de actor interpretando, con
perfecta dicción, a un locutor de telediario en blanco y negro. Yo ya he
apostado por él como Mejor Actor Revelación en los próximos Premios Goya.
Señores académicos, por favor, al loro, no vayan a cagarla.
Una
distinción, la de la insignia digo, más que merecida, no me cabe duda; y es que
si hay algún recalcitrante zaragocista que se precie, ese es Pepe Melero. Decir
que sería el paradigma del forofo no le haría justicia del todo. Tengo
entendido que, esté en el palco o en la grada, ante decisiones arbitrales contrarias
a los intereses del equipo de su alma, puede llegar a perder los papeles y las
formas de manera lamentable al tiempo que su aparato fonador emite expresiones altamente
desagradables con el estamento federativo futbolístico y el contubernio
madrileño-catalán, amén de poco corteses con las progenitoras de los señores
colegiados. O se es forofo o no se es, di que sí, Pepe; desde el gran cariño
que sabes que te tengo, te lo digo. Enhorabuena, amigo.
Como
yo a los tres días me canso de casi todo -soy más de semana inglesa que bíblica,
soy más siestero que estajanovista- no he esperado hasta el domingo para
tomarme un respirito, que nunca viene mal. ¡Qué coño, viene de puta madre! Así
que ayer jueves, gracias a la invitación de mi amigo Antonio Reseco, un tipo
estupendo que parece salido de Eton o Cambridge, tales son su elegancia e
ironía, cogí el coche y me planté en el Taller Literario de Cabeza del Buey, en
la comarca pacense de la Serena -¡larga vida a esa maravillosa torta de queso,
excelso bocado manjar de dioses, que hacen por allí¡-, y que él imparte todas las semanas
a un grupo de entusiastas por las letras.
Antonio
y yo, un poco acongojados ante la abrumadora presencia femenina -yo creo que me
llevó de refuerzo para no sentirse tan en desventaja; ellas eran siete y nos
tenían rodeados-, hicimos lo que buenamente pudimos. Al final pasamos un rato estupendo
hablando de literatura y compartiendo textos, experiencias, comentarios y risas.
Actividad esta última que, a lo que parece, resulta ser muy saludable pues
mueve no sé cuántos músculos -muchos, en todo caso- tanto en el cuerpo como en el ánimo.
En
el buzón del viernes, un sobre verde de Correos con dos ejemplares de la revista
“Quimera” del pasado octubre dedicado a la poesía española de los últimos
treinta y cinco años, y dos separatas de Cuadernos
Hispanoamericanos del pasado mes de mayo (La luz perpetua. Siete notas sobre Ángel Campos Pámpano), firmadas
por Álex Chico -no perderse su último libro Un lugar para nadie (de la luna libros)- acerca de la poesía de mi maestro y amigo de quien dentro de
unos días se cumplen cinco años de su muerte. Como la de Félix Romeo, también
temprana e injusta.
Tras
recuperarme del gozo, enciendo el ordenador, abro el blog, pincho en su enlace,
y me encuentro con esta maravillosa “corónica” -no es una errata, es así a propósito- del
gran Eduardo Moga comentando mi reciente Manga
por hombro (La Isla de Siltolá) y nuestro último y caluroso encuentro
en Mérida. Moga, que ya era un gentleman de por sí, se ha marchado a vivir a la
pérfida Albión en pos de su amor. Con un poco de tiempo, y como se descuiden un
pelo, es capaz de que los ingleses, esos hijos de la Gran Bretaña, le nombren
Sir. O Lord de algo, que tampoco está mal. Pero el caso es que me lo imagino arrodillado
ante su graciosa majestad mientras ésta le posa el espadón sobre los hombros y
me entra la risa floja. Thanks, Eduardo.
¿Comprendéis
ahora mi contento y felicidad? Claro, diréis: con amigos así alrededor
cualquiera lo estaría también. Así que también intuiréis que si tuviera que
darles las gracias uno a uno por todo lo bueno que me dan, me saldría otro
texto casi tan largo y prolijo como este con cada uno de ellos. Y tampoco es plan. Como bien dicen
los ingleses, time is gold.
Remato
la semana laboral con una excelente clase de tango entre compases de Pugliese,
Di Sarli, Fresedo y D´Arienzo.
Corto
ya, que se me caen las lagrimillas de la felicidad que me embarga.
Qué maravillosa entrada en este blog, o post, o como se llame. Qué suerte tan merecida, Elías. Los regalos, los amigos y las palabras haciendo justicia a lo que eres, a lo que das, a lo que regalas siempre con esa generosidad tuya que no se para ni en folios, ni en posts, ni en abrazos, ni en palabras.
ResponderEliminarMe alegra mucho leerte y saberte tan tan feliz.
Un abrazo, no, muchos, con todo mi cariño.
La felicidad existe, Elías. En este texto lo demuestras. Claro que es una felicidad trabajada: acumulada cosecha de mucha siembra, durante reiterado tiempo. Compartir es ganar. Y tu compartes y repartes con generosidad. Lo mereces.
ResponderEliminarGracias por incluir mi poema en ese maná anímico que te ha llovido tan certera y placenteramente. Un abrazo más