Soy
uno de los afortunados que, gracias a la generosidad de José María (Chema)
Cumbreño, posee todos los ejemplares editados hasta el momento por Ediciones Liliputienses, loable empeño del poeta y escritor amigo por hacer visible y
poner en valor entre nosotros la mejor poesía contemporánea de los países hermanos del otro
lado del charco, de allende los mares, como antes se decía.
En
su catálogo se reúnen voces que recorren prácticamente todo el continente
americano: desde Chile hasta Panamá, desde Costa Rica hasta Argentina, desde
República Dominicana hasta Uruguay, desde México hasta Perú…
Hace
unos meses (seguramente mientras tomábamos en el instituto donde da sus clases unos de nuestros
habituales cafés -él, descafeinado-) Chema puso en mis manos el libro Una fe provisional, una recopilación de la obra publicada hasta ahora por el mexicano Luis
Arturo Guichard, editado en la colección "La biblioteca de Gulliver". De entonces acá he estado leyendo a sorbos (la poesía creo, es
para leerla así, a pequeñas dosis) este volumen que, en algo más de trescientas
páginas y entre la realidad y los márgenes, recoge todos los poemarios anteriores de
este cuate, profesor en la Universidad de Salamanca: Los sonidos verdaderos (México, 2000), Nadie puede tocar la realidad (Béjar, 2008), Versión aérea (Girona, 2010), Campanas
subterráneas (México, 2012) y Margen de espejo (Tenerife, 2013).
Con
tan abundante y magnífica poesía ante mis ojos, no podéis imaginaros lo que me
ha costado elegir (elegir es renunciar; y más cuando no se acierta) algún poema
representativo.
Al
final, y dado mi cariño hacia ellos, los trenes han decidido por mí.
Nací en un país
sin trenes.
Para mí eso de
las ruedascalentando los rieles,
el vapor enjundioso
a través de las montañas,
silbatos y gorro azul a la salida,
no era más que exotismo
de los libros europeos.
Quizá por eso no aprendí nunca
a medir las curvas y la tierra:
todas mis distancias son
rectas distancias de aire.
En mi país apenas hay peatones
(todo se resuelve con motores y sirenas)
así que siempre tuve desconfianza
de quienes quieren lucir
pies bien plantados en la tierra.
Después me hice aficionado a los caballos
que como todo el mundo sabe
son la forma intermedia del aire,
sin alas pero con los pies lejos del suelo.
Al final vine a descubrir los aeroplanos,
lo más cercano a una patria
para quienes nunca pudimos
apreciar la tierra.
Gracias a ellos aprendí a mirar
los trenes, las sirenas, los caballos
con el mismo asombro
con el que un mono
mira los aeroplanos.
Ahora viajo en tren lo más posible
para intentar recuperar todas las tierras
que he perdido en patrias de aire.
También nací en
un país sin barcos,
pero esa es otra historia.
pero esa es otra historia.
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