Si hace un par de días dejaba aquí un sentido recuerdo de mi maestro Ángel Campos Pámpano, hoy quiero hacerlo con el que considero el segundo de ellos: José Viñals Correas. Ángel y José, ya lo he dicho alguna vez, murieron con un año y dos días de diferencia, lo que supuso para mí un terremoto emocional, dos enormes pérdidas afectivas y vitales de las que jamás podré recuperarme del todo.
José
era un ser todo poesía y abrazo, generosidad y sabiduría: y esa generosidad se
manifestaba, entre otras cosas, incluso en el envío a mi correo de sus libros
de poemas acabados pero aún no publicados. Para que los disfrutara cuanto
antes. Él sabía de mi gran interés (y hasta necesidad, dado lo que aprendía con
él y su poesía) por todo lo que hacía y procuraba saciarlo en la medida de sus
posibilidades.
Con
alguno de esos libros que me enviaba -Que
es de Salomón, Elogio de la miniatura…-
yo realizaba en mi casa ediciones manuales para poder leerlos con más comodidad
que en la pantalla, ediciones que él celebraba como si esos poemas los hubiera
publicado una editorial de renombre. Generosidad, ya digo.
Con
este poema que hoy os ofrezco, que inicia su libro Las piquetas de los gallos, título extraído del
Romance de la pena negra de Lorca (“Las
piquetas de los gallos / cavan buscando la aurora…”), y que fue incluido en He amado (La poesía, señor hidalgo), volumen que
recogía nueve de sus libros inéditos hasta entonces, hoy, cuando se cumplen cuatro años de su
muerte, quiero rendir homenaje a su memoria, una memoria que permanece viva
para todos aquellos que alguna vez se acercaron a esa poesía apegada a la vida
y los sentidos, celebradora de todo lo mejor del ser humano.
Mujer urna
Urna de los
padecimientos, urna de los detritos, urna de los umbrales helados, urna de las
substancias abortivas, ábrete ahora que llueve, ahora que el viento hace
sorprendentes milagros.
Urna de la
dicha, de la risa fina; urna de la leche materna recién concebida, ábrete,
desparrámate, desborda la inocente contención de los cielos. Que se derrame tu
fragancia. Que crezca lo benigno del pensamiento.
Urna de sal
marina de los mares abiertos, urna de la fecundidad y los acoplamientos, urna
del semen juvenil y los pólenes mezclados, conténtame, sáciame de preguntas
secretas.
Urna, mujer,
vientre de torno de alfarero cargado de promesas, urnamujer, principio del
silencio que fertiliza el jardín de la música, hazme un lugar en tus entrañas.
Voy peregrino de
sabidurías inconcretas, elemental de raza, vacío de preceptos, corpúsculo de
tierras anegadizas, barro para tu nombre, palimpsesto para tus escrituras
repentinas, sorbo de oculta nada. Ábrete, amiga, urna de nácar, urna compleja
de Jacinto.
Gracias siempre, José.
Ya que te debo un comentario...ahí va un aforismo de Elogio de la miniatura:
ResponderEliminar"Con sus gafas graduadas para ver de cerca, el anciano poeta mira el infinito".
Eva.