Para
qué vamos a engañarnos; yo creo que siempre lo he sido un poco -o un mucho,
quizás porque he recibido más de un merecido reproche al respecto-, pero según
pasa el tiempo me voy volviendo cada vez más perezoso e indolente, como si
estuviera entrenando con desgana para un campeonato de holgazanes en el que
tampoco me importara en exceso quedar el último. O el primero, según se mire.
Es
por eso por lo que mi opinión sobre el concepto de trabajo es un tanto
heterodoxa. Lo diré: a mí me parece que goza de un prestigio inmerecido, de un
valor exagerado.
Al
menos si ese trabajo del que hablamos es el que nos vemos obligados a hacer en
contra de nuestra voluntad y por una mera cuestión de supervivencia.
Que en mi caso, y en el tuyo, me temo, suele ser
casi siempre.
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