La verdad es que esto
del matrimonio no es lo que yo pensaba.
Y como no podía
quitarme de la cabeza la dichosa frasecita, empecé a obsesionarme con ella y a
desear, cada vez con más fuerza, que se convirtiera en realidad.
Iluso de mí; y es que yo
pensé que al haber sido pronunciada en sagrado, con Dios como testigo y
garante, tenía que ser verdad a la fuerza.
Pero como no nos
separaban (se lo estaban tomando con demasiada calma para mi gusto, tanto el
uno como la otra), tuve yo que hacer su trabajo, que ya no se puede fiar uno ni
de Dios ni de la muerte.
Mal negocio, eso sí: me
libro de una esposa y me colocan dos.
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