Al igual que esas otras
de “el tocino con la velocidad” o “los cojones con el trigo”, nunca he
entendido muy bien la castiza expresión de “No confundir el culo con las
témporas”. Y ya, ya sé que todo el mundo sabe lo que es el culo. Pero, y las
témporas, ¿eh? Atadme esa mosca por el rabo.
Tranquilos, que no
cunda el pánico: ya la wikipedia y yo os sacamos de la duda en un pispás:
Las
témporas, en la iglesia católica, son los breves ciclos litúrgicos,
correspondientes al final e inicio de las cuatro estaciones del año, consagrados especialmente a la plegaria y a la penitencia. En su origen, el objeto de las témporas era dedicar un tiempo a dar gracias a Dios por los beneficios recibidos de la
tierra y a pedirle su bendición sobre las siembras para que produjeran cosechas
abundantes. Tratándose de una institución que afecta a toda la comunidad
cristiana, ese tiempo se organizó hasta convertirse en un conjunto de
celebraciones litúrgicas, con sus formularios propios. Desde el principio la
celebración de las témporas suponía actos penitenciales colectivos, ayuno en su sentido amplio
particularmente, medio necesario para purificar el espíritu y para poder
ofrecer a Dios el culto confiado de la iglesia, del modo más sincero.
¿A que casi ninguno
sabía qué cosa eran las témporas, eh? Y no os pongáis estupendos ahora diciendo
que sí, que claro, que faltaría más, que por supuesto.
Y sin embargo yo sigo con la duda; es más, todavía la entiendo menos: ¿Qué coño tendrá
que ver el culo con las témporas?
Y ya para terminar, y
puestos a elegir, me quedo, de todas todas, con el culo.
Por lo menos, y sin ir más lejos, con este de la imagen.
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