¡Qué extrañas y misteriosas esas asociaciones mentales que se producen de repente a la vista de una imagen, de una lectura, de una música!
A mí acaba de sucederme una de ellas: a la vista de esta hermosa y sencilla fotografía del serillo con naranjas encontrada en el muro de Efi Cubero, se me ha venido de golpe a la mente el recuerdo de un terrible poema de Antonio Gamoneda donde unos frutos similares aparecen como fugaz símbolo de consuelo para los derrotados. Poema que leí por primera vez en aquella vieja edición de Edad de Cátedra en edición de Miguel Casado que me regaló hace casi treinta años mi queridísimo amigo y maestro Ángel Campos Pámpano mientras me hablabla con devoción de su autor.
Sucedían cuerdas de
prisioneros; hombres cargados de silencio y mantas. En aquel lado del Bernesga
los contemplaban con amistad y miedo. Una mujer, agotada y hermosa, se acercaba
con un serillo de naranjas; cada vez, la última naranja le quemaba las manos:
siempre había más presos que naranjas.
Cruzaban bajo mis
balcones y yo bajaba hasta los hierros cuyo frío no cesará en mi rostro. En
largas cintas eran llevados a los puentes y ellos sentían la humedad del río
antes de entrar en la tiniebla de San Marcos, en los tristes depósitos de mi
ciudad avergonzada.
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