jueves, 22 de mayo de 2014

"¡Ven a mis lomos, Pepe!" / Encuentro(s) con Raúl Lahoz (1)



Hace unos días, acompañado por mi querido José Luis Melero y después de meterme entre pecho y espalda un par de Ámbar bien fresquitas (¿o fueron tres?) a la sombra de un terraza y degustar a modo unas alcachofas con foie (posiblemente las mejores que he comido en mi vida en franca competencia con otras no menos sabrosas guarnecidas de almejas a la plancha), mientras paseaba con él por el Paseo de Independencia camino del 7 de Copas (un mítico lugar de encuentros donde antaño tenía parada y fonda lo mejor de la cultura zaragozana y en el que nos habíamos citado con Fernando Sanmartín), mientras caminábamos, digo, hablando de esto y de lo otro, oímos de pronto un vozarrón que llamaba (a grandes voces, naturalmente) a mi acompañante y amigo con una de esas expresiones campechanas y espontáneas que uno atesora en sus libretas y en su memoria por lo que tienen de sinceras y cariñosas, y que salen de la boca de quien las dice sin conciencia de la genialidad que están expresando con su sencillez y entusiasmo: ¡Ven a mis lomos, Pepe!

Lo siguiente fue contemplar por parte del propietario del vozarrón (“Yo tenía un chorro de voooooz”, cantaba el gran Pedro Infante en una vieja ranchera un punto irónica) el abrazo de oso que le propinaba el periodista Raúl Lahoz a Melero, uno de esos abrazos que te perjudican la espalda y las costillas y te dejan, a cambio, el corazón y el alma de algodón de azúcar, de taza de chocolate caliente en tarde de invierno, de refrescante chapuzón bajo la calorina, de lujurioso escarceo en la era con la chica guapa del verano.

Vestido todo de negro, Lahoz llevaba al cuello un pañuelo que aportaba a su fúnebre y, no obstante, elegante indumentaria, un toque colorista e informal: a mis ojos, la prenda igual podía ser de color rojo que bermellón, granate que carmesí, púrpura que escarlata porque nunca me aclaro con estos sutiles matices cromáticos. Que alguien luzca en estos tiempos semejante complemento en la vida cotidiana con tal prestancia y naturalidad no deja de parecerme algo casi extraordinario. Él la portaba con la soltura y desenfado con la que un dandi decimonónico luciría chistera, bastón y polainas en un partido de cricket o se haría anunciar de costumbre por parte del mayordomo o la mucama, tal como dicen que sucedía con John Ruskin, el escritor y esteta victoriano, el final del día todos los días: “Señor, el crepúsculo”.

Desenfadado, expresivo, arrollador en su facundia, Raúl hablaba con fervor también de esto y aquello, de lo de acá y lo de acullá, de fulanito y zutanito. No en vano lleva consigo, aparte del pañuelo, el marchamo de ser uno de los periodistas mejor informados de la capital maña según supe poco después. Estuvimos un buen rato allí plantados los tres. Yo, todo hay que decirlo, casi con la boca abierta ante aquel torrente impetuoso y amable que se nos había echado encima al grito citado.

Después de despedirnos de él y aposentar nuestros fatigados reales (el mío, al menos) en el local antedicho, tomamos sendos cafés mientras esperábamos a que llegase Fernando (él se tomó un té -Five o' clock tea- cuando lo hizo), y hete aquí que ¿quién creeríais que aparece de repente otra vez?; sí, exacto: Raúl Lahoz a lomos de su pañuelo, su locuacidad y su arrollador dinamismo.

(Una vez, vale, puede pasar: un encuentro grato, encantado de conocerte, ha sido un placer, hasta siempre, ya nos veremos, etc. Pero encontrarte con alguien así dos veces en una ciudad tan grande como Zaragoza en tan corto espacio de tiempo debe de significar algo. Sin ir más lejos, por ejemplo, yo estoy ahora mismo tecleando esta historieta que a otros quizá no les diga nada pero que yo no he podido quitarme de la cabeza desde entonces).

Lógicamente, enhebramos la hebra de nuevo y la conversación, entre dimes y diretes, entre fas y nefas, entre tomas y dacas, fue tomando derroteros un tanto sicalípticos mientras Raúl (me permito el tuteo) iba desgranando a una velocidad admirable anécdotas sobre su oficio y sus practicantes que nos hacían partirnos de la risa. No citaré nombres ya que, parafraseando un célebre y manido dicho futbolero, al que tan caros supongo a estos forofos mañicos, lo que ocurre en el 7 de Copas allí se queda.

En un momento dado, el tema se desvió hacia asuntos algo más serios pero que también tenían bastante que ver con lo anterior: Raúl echó mano de su teléfono móvil, tecleó febril buscando en la red lo que le interesaba mostrarnos, y con gran pasión le hizo leer a Fernando en la pantalla el artículo que transcribo a continuación.

Insistía con vehemencia en que era lo mejor sobre el tema que había leído en la prensa en el último año y medio.

Bueno, el artículo mejor lo dejo para mañana, que esto va siendo demasiado largo por hoy.



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