Para mis sufridos monitores,
cuyos esfuerzos conmigo resultaron inútiles
A
mí me da miedo el agua (no, miedo es poco: le tengo un pánico horroroso, que no es
lo mismo) porque no sé nadar.
En
la pandilla lo saben de sobra y por eso casi todos respetan mi profunda aversión a
esos juegos tontos en ríos y piscinas.
Pero
el gracioso de él se empeñaba en hacerme ahogadillas a traición en cuanto me
descuidaba, aprovechando la ocasión para meterme mano.
Esta
vez le estaba esperando con un buen canto
rodao dentro del puño.
El
agua de la poza se puso de color rojo oscuro en menos que canta un gallo.
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