Reconozco
mi profunda aversión al clero católico patrio, pero es que siempre que alguno de sus
representantes salta a la palestra, sus manifestaciones no consiguen más que
reafirmarme en mi repulsa.
Cada
vez es más irritante la intromisión de cardenales, obispos, deanes... en la
vida de los españoles: ya se trate del aborto, o del sida, o de la educación, pasando
por la homosexualidad o el tema del perdón de la Iglesia por el papel jugado en
la Guerra Civil que, no lo olvidemos, esa misma Iglesia santificó como Cruzada
y el apoyo sin reservas a la cruel dictadura subsiguiente, con la que tanto
prosperó, la jerarquía católica sigue, como siempre, queriendo hacernos
comulgar con ruedas de molino.
Amarrada
a la teta del poder, dicta dogmas como quien reparte caramelos.
Y
todo esto en un país que en su Ley de Leyes se proclama aconfesional.
De
modo y manera que me es imposible olvidar aquella coletilla de monseñor Rouco
Varela, “En la actualidad española sigue habiendo una semilla de
guerra y un resto dramático y trágico” porque se me antoja casi un deseo
oculto de volver a aquellos años en que las sotanas campaban a sus anchas,
pistola al cinto, ajusticiando herejes.
Como
si estuviesen deseando bendecir otra matanza entre hermanos.
(Este
ultramontano elemento del clero, que Dios confunda, ha vuelto a
expresar opiniones semejantes en la reciente misa de difuntos por el fallecido presidente
Suárez).
Y cada vez es más descorazonador que este
gobierno, como cualquier otro de los que venimos sufriendo, no sólo carezca de
los redaños de cortar de una vez por todas y para siempre con semejante
pandilla de fanáticos, sino que encima los favorece con abundante dinero
público en una penosa y espectacular bajada de pantalones.
¡¡Amen!!
ResponderEliminarSaludos