¿Quién no se
ha visto alguna vez en la situación de soportar a un pelma, ése que te para por
la calle y te tiene allí de pie, aguantando sus trivialidades, su verborrea, su
cantinela insulsa, abusando de la certeza de saber que no le vas a dejar
plantado con la palabra en la boca?
Esos tipos
son despreciables; se aprovechan sin recato de la educación de los demás, esa
buena educación que es, en muchas ocasiones, la mordaza de la sinceridad, la
misma que nos impide mandarle a freír espárragos, por decirlo finamente.
Imagen: Brassaï
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