Aquella
pregunta que le rondaba la cabeza como moscarda perniciosa no le dejaba vivir.
¿Con
quién lo estaría haciendo?
No
pudo soportarlo ni un minuto más: se lo arrancó de las manos y empezó a
golpearla con él hasta que se quedó inmóvil del todo, el charco de sangre creciendo
en el piso.
Después
llamó a la policía, lo limpió a conciencia con un paño de cocina y colgó el
teléfono en su sitio.
Hablaba
más por él que con él.
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