Le
podía, y le perdía, la costumbre.
Al
fin y al cabo, durante muchos años la fórmula le había funcionado a la
perfección.
-Usted
no sabe con quién está hablando -decía siempre, seguro de sí en cualquier
situación, ante cualquier problema, enseñándote la culata del arma por encima
del cinturón como quien no quiere la cosa.
Pero
allí, y ya, no se trataba de hablar.
Porque
ahora la pistola la tenía yo.
¿Y
para qué quieres una pistola si no vas a utilizarla?
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