A
ese polvillo de tiza caído a los pies de la pizarra, acumulado en el borrador
de fieltro o en las yemas de los dedos, es adonde van a parar las faltas de
ortografía, las fórmulas fallidas, los nombres equivocados, las mentiras de la
historia, las esperanzas del estudiante -cabe decir del hombre en su conjunto-,
de salir indemne de la prueba.
Hace 4 años
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