Si te llamas Adolfo, luego no te quejes. Las reclamaciones, al maestro armero, tú. Porque, vamos, a quién se le ocurre, le decíamos al tonto. Y es que compartir apelativo, aunque sea a la fuerza y sin querer, con el cabronazo del Hitler ese es lo que tiene: que a poco que te descuides nadie te hace aprecio. Y si encima no andas mu allá de luces, pues… menudo panorama. Esto, cuando no te sacuden un guantazo por si acaso a las primeras de cambio, o te toman por un pelele de trapo y paja sobre el que descargar las penas a palos o pedradas si es que no te mete lumbre algún gracioso para rematar la juerga como si fueras un muñeco de esos de las Fallas. Que se empieza por un sopapo o sacando la estaca de paseo y te vas calentando, te vas calentando… hasta que al final, claro, tenemos una desgracia.
Pues este “Fito”, Gañán por parte de madre pa más señas (que del apellido paterno, y aunque algo se habló en su momento en voz baja y con insistencia de un posible incesto o coyunda ilícita entre parientes, nunca se supo a ciencia cierta. Pero cuando el río suena…ten cuidaíto, que te mojas), andaba siempre a la que saltaba, a verlas venir, a estilo me la cargué y aquí me las den toas: el andurrear papando moscas o tumbarse a la bartola tó lo largo que era y según le placía pa descabezar un sueñecito donde buenamente le pillara era casi toda la energía que gastaba de costumbre. Al trasiego frecuente y querendón de chatos de tinto o copazos de cazalla o coñá tampoco le hacía ascos, no. Pero es que ni uno. Apoyao en la barra del bar dale que te pego al antebrazo no parecía tan lelo, mira tú por dónde. Además, que por una o por otra siempre había quien le pagara unos tragos al tontito. Lo cierto es que tenía querencia de hacerlo, lo de la siesta, digo, y vaya usté a saber por qué, en los duros bancos de la iglesia. “A la buena de Dios… que ya proveerá”, decía el jodío con su media lengua y cierto salero. Que hasta que le cogió el aire al sitio y encontró la postura más cómoda, no fueron pocas las ocasiones en que le pegó un buen susto al curilla cuando se tropezaba de repente con el bulto roncando y hecho un gurruño.
¿Qué por qué le digo curilla y no don Senén como toa la peña? Bueno, esto es una cosa privá entre él y yo. Asuntillos pendientes de los que ya arreglaremos cuentas cuando se tercie. Pero vamos a llevarnos bien y volvamos a lo nuestro, no me tires de la lengua, “Bizco”, que te conozco.
Sin oficio respetable ni beneficio lícito conocidos, desde hacía un porrón de años el “Fito” se sustentaba más mal que bien de las escasas limosnas de los paisanos hábilmente combinadas por su parte con el producto resultante de una irrefrenable inclinación a arramblar con lo ajeno sin pedir permiso, o rapiñando hasta casi el expolio huertos en sazón y corrales bien provistos de animales de puchero. Al cepillo de la iglesia también le hacía frecuentes y provechosas visitas si el sacristán no andaba ligero con la recaudación del día. Un hereje. Mira que pecar contra el séptimo en la mismísima casa del Señor… Pero no vayas a pensar que estas aficiones le salían gratis ni de gañote. Ni mucho menos: su espalda y nalgas daban fe de los crudos escarmientos que con zurriagos y vergajos le propinaban de buena gana los legítimos cuando lo sorprendían practicando su hábito nefasto. Y lo pillaban con las manos en la masa nueve veces de cada diez. Ya te digo que muchas luces no tenía, no. El párroco no le sacudía estopa si lo entallaba en pleno hurto (que pegarle a un tonto seguramente cuenta como un pecao de los gordos si vistes sotana) pero, sin citarlo expresamente, lo condenaba al infierno tronando desde el púlpito domingo sí, domingo también. Al “Fito” la diatriba semanal del curilla se la soplaba bien soplá porque no aparecía por la iglesia más que a la hora de la siesta o en las bebecés. ¿Cómo que qué es esto? No jodas, “Bizco”, no me digas que no lo sabes. Me dejas asombrao, un tío como tú, con estudios y eso. Pues bodas, bautizos y comuniones: be-be-cé, coño, si está clarísimo, que parece mentira que seas de la capital. Venga, apúntalo pa la próxima, que yo le vea. Amás, que tampoco se hubiera enterao de las indirectas del curilla: si no sabía ni dónde tenía la mano derecha. O sea, que era reincidente en grado sumo. Cleptomanía, decía el pedante del Fermín que se llamaba eso, llevando las conversaciones al terreno de las patologías con su habitual y cargante labia.
En
las rarísimas ocasiones en que se quitaba la camisa (que era friolero de por sí
y el aire frío a pecho descubierto, esto to
el mundo lo comprende, procura catarros y desazones varias cuando no un reúma
puñetero) si acaso le daba por bañarse en el río o enjuagarse en el abrevadero
después de que algún alma buena lo empleara en limpiar zahúrdas, palomares o
desvanes, la espalda del tontito lucía bien surtida de cicatrices y costurones:
parecía mismamente el mapa del tesoro de alguna peli de piratas o de espías.
“Fito”
era lo que vulgarmente se llama un tonto molesto, categoría que en el escalafón
tontil equivale a lo peor de lo peor, a lo más bajo y miserable, a la hez de la
hez: porque o lo eres, o no lo eres. Y si lo eres, no molestes, coño, que ya tiene la gente bastante con lo suyo propio de por sí. Lo que no
puedes es ir por ahí ahora lo soy, ahora no lo soy, ahora sí, ahora no a tu
conveniencia y capricho. Conque lo eres de nacimiento y baba, y entonces tienes
rienda suelta para hacer lo que quieras
amparao en tu tontuna (el tonto de nacimiento parece nacer con galones y
libre de todos los cargos), o lo eres sobrevenío
a causa de accidente, desgracia, o negligencia médica. Las dos primeras
categorías tienen su poquito de respeto, su aquel. Luego está lo de los médicos
metiendo la pata hasta el fondo, pero esto, más que respeto, lo que infunde en
el perjudicao es una mala hostia que pa qué. Ahora bien: si optas por el otro
camino, el de serlo na más que cuando
te interesa, atente a las consecuencias. Que la gente, aunque muchas veces lo
parezca, no se chupa el deo y las caza
al vuelo.Y hablando de molestar: si bien no ponía reparos ni a infantes ni a adultos en general, sin despreciar tampoco a los ocasionales forasteros, su blanco preferido eran las mocicas en agraz. ¡Qué castiguito les daba, pobrecinas mías! Aquí entraba en franca competencia con el Genaro, aunque éste, un poco más espabilao aunque tampoco mucho, las acosaba a distancia y na más que de boquilla. “Fito”, en cambio, en cuanto guipaba a alguna sola por la calle se le pegaba detrás como una lapa diciéndole incongruencias y gilipolleces sin cuento hasta aburrirla. Y alguna guarrada que también se le escapaba de vez en cuando alargando al tiempo la mano pa pillar cacho. Groserías y toqueteos que las mozas solventaban bien huyendo llorosas y avergonzadas, bien dispuestas a chivarse al padre, bien sacudiéndole un guantazo las más garridas, único lenguaje que “Fito” parecía entender a la primera.
Anduvo bastante tiempo detrás de una en concreto, se conoce que un tanto enamoriscao, pero la moza lo veía venir con intención de requiebro y se le caían de golpe los palos del sombrajo ante el lamentable aspecto del galán: la chaqueta raída y mugrienta, alpargatas de tercera mano por lo menos enseñando el deo gordo por un abujero, la boina en la nuca, el meñique de uña larga castigando lo oscuro de lo napia o las orejas como si estuviera buscando petróleo… Lo que se dice un partidazo, vamos. Estaba cantao que el romance no podía salir bien.
Una tarde llegó el curilla a la taberna a la hora del dominó y dio la voz de alarma: -Por cierto, -dijo el frailuno así a lo tonto mientras me ahorcaba el seis doble como quien no quiere la cosa.: ¿Habéis visto al “Fito” últimamente por aquí? Hace por lo menos una semana que no me lo topo roncando junto al confesionario -nos confesó con una cierta angustia en la voz.
Tres semanas después desde la última vez que le vimos el pelo, y mientras andaba con las cabras, lo encontró el Viriato enredao entre unas zarzas y abrazao a una gallina reseca y más muerta que él. A lo que parece, a algún propietario, o a algún padre o hermano se le cruzaron los cables de mala manera y se le fue la mano de cojones en el escarmiento, pero no dimos con el malhechor. Tampoco lo buscamos mucho, no voy a mentirte, las cosas como son, que había que segar el trigo y lo primero es lo primero.
Y amás, que un tonto de más o de menos…
¿Te vas a calentar la cabeza de mala manera? ¿Será por tontos?
En
el entierro, que pagamos a escote con una colecta entre tós, y mira que me cuesta reconocerlo, la verdad sea dicha es que
el curilla estuvo bien rezando un responso mu
sentío. Que, a pesar de sus múltiples defectos, también era un alma del
Señor, remató el fúnebre discurso.Y lo que son las cosas, tú: con la guerra que daba el puñetero, y ahora hay veces en que hasta lo echamos de menos, que tiene mondongos la cosa.
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