Hace unos días, mientras marchaba cabizbajo, cabe decir resignado, camino a ya no recuerdo qué absurda gestión autonómica o municipal -aquí tampoco me aclaro-, al doblar una esquina me tropecé de sopetón con dos mujeres mayores que conversaban en la acera. Una de las dos -pañoleta marrón, mandil mugroso, moño en desplome...- no tenía muy buena cara que se diga: se echaba mano a la tripa con un rictus doloroso en el entrecejo que movía a lástima mientras salmodiaba su congoja.
Fue al sortearlas para no chocar con ellas cuando se me pegó al oído lo que en ese momento estaba diciendo la otra componente del dúo a propósito del mal de la vecina: “Fruta y leche, que aproveche; leche y fruta, cagarruta”.
La damnificada de intestinos y receptora del refrán asentía sumisa y un tanto mohína.
Me alejé deprisa por si las moscas.
Me alejé deprisa por si las moscas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario