Una Telefunken sobre una
repisa de madera -sujeta a la pared con dos alcayatas- encima del aparador con
su tapete de ganchillo y junto a la jaula donde “Perico”, el jilguero cantarín,
le picaba las tetas con saña a Sarita Montiel que nos miraba, racial y lasciva,
desde el almanaque. ¡Cómo cantaba el cabrón del pajarillo! ¡Si hasta parecía competir con
locutores y cantantes! Y muchas veces era el que mejor librado salía, todo sea
dicho.
A la hora de dormir había que taparlo con un paño negro para que se callara un rato pues cantaba y cantaba como si la vida le fuera en ello.
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