sábado, 22 de febrero de 2014

El jilguero y la radio



Una Telefunken sobre una repisa de madera -sujeta a la pared con dos alcayatas- encima del aparador con su tapete de ganchillo y junto a la jaula donde “Perico”, el jilguero cantarín, le picaba las tetas con saña a Sarita Montiel que nos miraba, racial y lasciva, desde el almanaque. ¡Cómo cantaba el cabrón del pajarillo! ¡Si hasta parecía competir con locutores y cantantes! Y muchas veces era el que mejor librado salía, todo sea dicho.

A veces nos ponía la cabeza como un bombo, pero también nos regalaba de continuo con su trino una alegría barata e inocente de la que no andábamos muy sobrados que se diga.
A la hora de dormir había que taparlo con un paño negro para que se callara un rato pues cantaba y cantaba como si la vida le fuera en ello.

Cómo serían de grises aquellos tiempos que mucha de la alegría de entonces nos llegaba a través de los barrotes de una jaula.

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