Por la mañana posadero del mirlo,
de la paloma.
A la tarde, oteando despojos, una urraca, un cuervo, una corneja desgranan su áspera
salmodia desde allí.
Por la noche, sólida atalaya del autillo y la lechuza, rígido mirador del búho.
Son las aves quienes alivian a todas horas la ya
casi inútil soledad del poste del telégrafo.
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