A un mes escaso de los Carnavales de este año, recupero este bando al respecto de Enrique Tierno Galván en homenaje a su memoria a los 31 años de su muerte.
EL
ALCALDE PRESIDENTE del Excelentísimo Ayuntamiento
de Madrid
Madrileños:
Aun contradiciendo al filósofo, en el segundo libro de
las Éticas, hay que perder la vieja idea de que sea la mujer varón
menguado. Puede ser contradicha sin ambages ni rebozo esta opinión con la larga
experiencia que enseña que vale la mujer tanto como el hombre vale en cuanto
atañe a las facultades de la inteligencia. Es también capacísima en los
ejercicios que requieren esfuerzo y destreza física, a lo que hay que añadir
vivaz imaginativa y natural aversión a la melancolía, que hácela alegre y
siempre dispuesta a cuanto requiere festivo humor.
Por cuya razón el alcalde cree que es un extremo
conveniente dejar en desuso y sin fuerza alguna los antiguos preceptos que
juzgaban contrario al feminil recato que fuesen las mujeres con el rostro
cubierto y el cuerpo aderezado con el disimulo de extrañas y a veces visibles
ropas, pues son tales las vecinas de Madrid, en cuanto a despiertas y avisadas,
que mucho tiene que temer y, si el caso llega, padecer el varón que, ayudado
por la maliciosa ignorancia, crea que con ocasión del disfraz halas de torcer
la voluntad contrariando su firmeza y casto trato.
Pueden, pues, los madrileños, hombres y mujeres de
cualesquiera edad, divertir la voluntad según su natural inclinación durante
los ya cercanos carnavales, gozando de cuantos regocijos el concejo desta
coronada villa, con generosidad aunque sin derroche, ofrece.
Habrá además aquellas novedades que el ingenio de cada
cual provea, pues son de antiguo los vecinos de esta corte gente pródiga en
curiosos solaces e imprevistas invenciones en tiempos de Carnestolendas, en los
que cualquier travesura es propia, como fingir fantasmas, pasear estafermos,
menear tarascas, mover máquinas de cuantioso ruido y aparato, además de
deformarse el bulto del cuerpo y rostro con fingidas jorobas, narices postizas,
manos de mentira, grandes dientes falsos y otras ocurrencias de mucha risa y
común contentamiento, que se acompañan de cantos, bailes, retozos y singulares
cortejos en que se hermanan el arte más fino con el mejor donaire y más sutil y
popular ingenio.
Pero advierte también, con amargura, el alcalde de
esta antigua y noble villa que con harta frecuencia acaece que en los festejos
públicos que con ocasión del Carnaval se ofrecen no faltan quienes, con más
osadía que vergüenza, se dan a roces, tientos, tocamientos y sobos, a los que
suelen ayudar con visajes, muecas, meneos y aspavientos que van más allá de lo
que es lícito y tolerable, particularmente cuando, con el desenfado propio del
mucho atrevimiento, hacen burla de meritísimos hombres públicos, contrahaciendo
su imagen, a la que maltratan con vegijas y otros risibles instrumentos, con
daño grave para el respeto y decoro de quienes ostentan públicas dignidades.
Encarecemos, por consiguiente, que se empleen estas y otras mañas y habilidades
en más prudentes quehaceres y honestos gozos que no dañen el crédito y
reputación de consejeros, regidores, alguaciles, privados ministros y otros
cualesquiera de semejante lustre y pujos. No es raro, por último, que en estas
fiestas de Carnaval, no ya el pueblo llano, por lo común sufrido, sino
currutacos, boquirrubios, lindos y pisaverdes, unidos a destrozonas, jayanes,
bravos de germanía, propicios a la pelea y al destrozo, rompan, sin razón
bastante que a juicio de esta Alcaldía lo justifique, enseres de, uso público
que el Concejo cuida, como respaldares de bancos, papeleras, esportillas y
cubos de la basura, ayudándose de los más insólitos instrumentos, cuya
finalidad propia no es, mírese como se mire, la de quebrar y destrozar.
De la buena crianza del pueblo de Madrid se espera
que, sin dejar el esparcimiento adulto y el juvenil retozo, contribuya a cortar
abusos tan censurables, obra de muy pocos, que desdora a muchos.
Téngase, pues, antes de que la Cuaresma llegue, días
de fiesta, algazara y abierta diversión, sin excesos, según conviene a pueblo
tan alegre, discreto y a la vez bullicioso como el de Madrid, de manera que su
comportamiento no venga a dar la razón a quienes en tristes tiempos pasados
suprimieron estas antiguas e inocentes fiestas.
Enrique Tierno Galván
Madrid, 10 de febrero de 1983
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