Llamo a casa de un amigo que murió hace unos días y
oigo su voz grabada en el contestador. Cuelgo en silencio. Si ya detestaba esos
chismes del demonio, ahora, en este momento, los odio profundamente.
Su voz no era ésa, su voz no era ésa, sino la que me
oigo en el pecho, constantemente, como una respiración.
Hace 4 años
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