El ruido del teclado y el oleaje del mar
acunándose mutuamente en la noche.
Las palabras fluyen sobre el papel atropellándose de continuo, tropezando en los renglones, embrollando los significados de aquello que quieres decir.
Y cuando paras un momento a fumarte un
cigarrillo asomado a la ventana, a pensar si lo que has escrito vale para algo,
la silueta iluminada de un paquebote navegando silencioso su singladura a lo
lejos, tras los cristales y la lluvia, te da la respuesta correcta.
Vuelves a la mesa. Arrancas el folio.
Borras el archivo.
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