De
que el velero de nuestra relación estaba a punto de naufragar y se iba a pique
sin remedio, me di cuenta del todo cuando lo sorprendí afilando a escondidas el
arpón para los atunes mientras me miraba de hito en hito.
Y
no era temporada.Esa noche -calma chicha bajo las estrellas-, cuando se durmió en la cubierta después de apurar su último cigarrillo y borracho como siempre, le até la cadena del ancla a los pies y lo arrojé por la borda a pesar de sus acaloradas y farfullantes protestas.
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