Poema para los otros
La sombra que yo amo vive en las afueras
de Berlín
en un suburbio con casas de madera
tiznadas por el humo.
Guarda
en una maleta un idolillo africano, una quena del altiplano, una pluma de ave
del paraíso, un antiguo canto para la lluvia, una receta de cordero y dátiles,
una sortija de sudor y hueso…
Carga en silencio con la mirada triste de los que
emigran al borde la vida con un saco de desdichas y un bolsillo de esperanzas y se encuentran las puertas cerradas, y
leen poemas de Pessoa o Neruda, de Sengor o Basho mientras
recomponen, una y otra vez, el sueño que tuvieron sobre la nieve de las
estepas, en las aldeas patagonas, junto al delta del Mekong, bajo el fuego del
desierto…
La
sombra que yo amo me dice sonidos de una tierra que jamás verá de nuevo con la
intensidad con que se añora lo perdido y se ama o se sufre lo nuevo que descubres.
La
sombra que yo amo me acaricia con dedos que guardan en la memoria el orgullo de su estirpe, la dureza
de los arrozales, la fértil humedad de la sabana, la dulzura de la papaya y el durazno.
Nunca
la he visto, pero sé que la vida de otro
es también tu vida y que alumbra, con su sola existencia, el derecho que tiene a brillar cualquier
hombre.
(De Abrazos, Escuela de Arte de Mérida, 2006)
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